Capítulo 3

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-Ya hemos llegado—anunció el cochero con voz ronca, girando la cabeza hacia nosotros, situados en los asientos de atrás.

Para mi desgracia,  eran demasiado cómodos y suaves, de seda aterciopelada color azul marino. Len había mantenido el silencio durante todo el trayecto, pero alguna que otra vez posó su mirada en mi de una manera despreciable, analizándome. Estuve con la vista fija en mis rodillas durante el viaje, y solo miré una vez por la ventana para simplemente saber si me llevaban a matarme y me habían mentido. Resoplé. Si hubiera sido así me lo hubiera esperado. El carruaje se detuvo suave como una pluma deslizándose por el suelo y hubo un ruido al final, las ruedas chocando ligeramente con algunas piedras. Abandonar mi hogar me resultaría un duro camino por superar. Nos encontramos con un palacio gigantesco, pero perfectamente podría ser una mansión donde viviera una reina. Era de un color blanco, con  unos pilares que sostenían la puerta principal, encaminada por un pequeño sendero recto, alcanzando unos escalones que daban a las puertas que se alzaban con plenitud delante de mi. Estaba asestado de ventanas por todos lados, y unas pequeñas enredaderas se enrocaban y pegaban traviesas a las paredes. En el patio principal había dos fuentes situadas a cada lado del sendero, con agua cristalina brotando en espiarles preciosas hacia arriba. La mansión estaba en el medio del bosque de los susurros, algo de lo que no me habían avisado. Los árboles que rodeaban la parcela parecían cobrar vida cada vez que me acercaba más , y ese simple pensamiento me heló la sangre como un polo. Los árboles de esta zona pueden ser crueles, me solía decir mi madre, contándome historias cuando la noche caía sobre nosotras. Aunque había bastante luz iluminando la enorme casa,  y la mayor parte del bosque de los susurros, yo sabía  que había temibles criaturas acechando desde las sombras. Pero estoy a salvo aquí, me dije para mi misma, queriendo convencerme de algo que no me iba a creer. Len esperaba la llegada del cochero para que le abriera la puerta, algo que para mi sorpresa, yo también, ya que nunca había recibido estos tratos, aunque los provenientes del príncipe no hayan sido los mejores. La puerta del carruaje se abrió, y una cascada de luz cegó mi vista. Solté un bufido silencioso. Llevé una mano a mis ojos para protegerlos y pude ver como Len bajó del transporte y le dio las gracias al cochero. Este se bajó el sombrero de copa que llevaba puesto e hizo una reverencia mostrando su lealtad.

-Aquí para servirle, mi príncipe—su voz sonaba llena de gratitud.

Len ignoró el comentario y miró dentro, más bien, me miró a mi, con mirada impaciente y burlona. Observó la ropa que llevaba puesta y soltó una risa con sorna, ronca, como la de un cerdo. Rodé los ojos, y agradecí que no estaba mirando. Apoyé un pie sobre la hierba y quise quitarme los zapatos, pero cuando vi que la entrada de la mansión se abrió, me quedé completamente quieta, todavía sentada en el asiento. Len me miró de nuevo, decepcionado, antes de descubrir quien era la persona que iba a atravesar estas puertas blanquecinas y llevar su mirada nerviosa hacia allá. Una hermosa muchacha de pelo negro azabache lucía ante nosotros como una brillante luz. Llevaba un vestido blanco de tirantes, con un escote que marcaba sus pechos y clavículas, además, tenía el cabello recogido en un ligero moño y lo sobrante cayendo como un manto sobre su espalda desnuda. Sonrió, mirando a nadie en particular. Pero no miraba a Len, ni al carruaje que ya se había perdido entre las sombras, sino  a mi. Sonreía hacia donde esta pequeña ladrona estaba. No podía fiarme de nadie aquí, pero su sonrisa me estaba dando la bienvenida, aunque tenía la sensación de que esa sonrisa podría ocultar la mentira y la traición. Conseguí levantarme, al fin, y caminé hacia ella. Len no me había permitido moverme, no me había dado instrucciones, pero a mi me daba igual. Este se precipitó hacia delante y me agarró por la muñeca de una manera brusca, apretando. Su mirada amenazante me estaba dando un aviso. Observé aquellos ojos azules tan horribles y a la vez tan hermosos, y solté el agarre con un movimiento hacia la derecha, zafándome.

-No me toques,—puse un dedo en su pecho y le empujé levemente hacia atrás. Su mirada estaba echando chispas de fuego crepitante y furioso y por un momento tuve que sentir pena de mi misma por las siguientes palabras que salieron como un ladrido de mis labios:— princesito.

 Me di la vuelta sin esperar su respuesta llena de cólera y ganas de mandarme al cepo, y seguí andando hacia la muchacha, que me observaba atentamente. Cuando alcancé los escalones, hice una pequeña reverencia y la sonreí, pero no pude observar su respuesta, ya que sentí el fuerte agarre de alguien apretándome el cuello por detrás, dejándome completamente inconsciente y solo pude ver una explosión de luz pura y una máscara de rabia por parte de la muchacha y todo se volvió negro.


-Todo me da vueltas...

Fui abriendo lentamente los ojos y las únicas imágenes que pude ver estaban borrosas y daban vueltas. Me llevé una mano a la cabeza y cerré los ojos con la cabeza a punto de explotarme por el terrible dolor que me recorrió el cráneo como un rayo. Grité de dolor y unas lagrimas recorrieron mi mejillas. Abrí los ojos de golpe y me las sequé rápidamente. Mi respiración era entrecortada pero a la vez muy agitada y hacía eco entre las paredes. Me encontraba en un calabozo, encerrada en una jaula mugrienta con la pared hecha de roca dura y afilada. Me arrastré hacia los barrotes con las rodillas y me dio igual raspármelas. Pude ver un rastro de sangre rojo rubí brillante trazado en el suelo, pero solo pude centrar mi atención en el exterior. Coloqué mis manos sobre los barrotes que me mantenían encerrada y sollocé de desesperación. Me desplomé  de nuevo sobre la pared de roca, estirando las dos piernas polvorientas y llenas de suciedad y sangre. Tenía los labios secos y mi estómago sonaba. Me llevé una mano a la frente, acalorada y sudorosa, y palpé mi sien. Estaba manchada de sangre. Len me debió de golpear cuando me tiró aquí. Tenía el cabello sucio con tonos de gris. La muchacha había intentado impedírselo. Espero que no le haya pasado nada, sólo porque intentó  salvarme. Escuché el tintineo de unas llaves y me recosté sobre el suelo, con la cabeza hacia la luz , y cerré los ojos, con la esperanza de que me trajeran algo de agua y de comida. Los pasos se detuvieron justo en frente de mi celda. Atraparon a la ladrona. Escuché el sonido de la ropa doblándose, y los pies chocando contra el suelo. Estaba de cuclillas y me observaba. Mi cabello estaba desperdigado y sentí sus dedos agarrando un mechón. Dio un fuerte tirón, haciéndome aguantar las lágrimas. En ese momento, escuché su voz:

-Despierta.

Era grave y cruel. Era un hombre. Pero no era Len. Abrí los ojos y me incorporé mirando hacia el otro lado.

-Date la vuelta.

¿Solo me iba a mandar o que? A regañadientes, giré el cuerpo y observé al hombre. Aun estando de cuclillas, era alto. Tenía el cabello negro y unos ojos azules oscuros, con matices más claros. Eran intimidantes y profundos, me analizaron con mirada divertida. Su vista se detuvo en mis pechos, que habían crecido y se mostraba el sujetador por la camisa desgarrada. Me dieron ganas de pegarle en la cara. Rió burlón y se levantó, dejando ver su imponente altura. Me debería de sentir intimidada. Tenía una ancha espalda y sus duros y fuertes músculos se movían debajo de la camisa, al igual que sus hombros. Llevaba puesto unos pantalones de cuero negros. Se dio la vuelta y pude ver en su capa la insignia de Eragon. Era un general. Giró su cabeza y me lanzó de nuevo una mirada a mis pechos y alzó las cejas.

- Tápate un poco, intento trabajar.

-¿Perdona?— taladré su mirada con la mía de una manera intimidante. 

Entrecerré los ojos llena de odio y el se acercó a mi jaula, apoyó las manos en los barrotes y se puso de cuclillas. Metió su mano huesuda y venosa por la rendija y palpó mi seno. Mantuve la calma, pero me hervía la sangre de odio. Hizo lo mismo en el otro y me tragué las palabras. Sacó las manos y se ajustó la capa mientras me miraba con una sonrisa falsa y burlona.

- He dicho, que te tapes, ladrona.

Antes de que se levantara, yo, sin pensar las consecuencias, le escupí en la cara.

-Vete a la mierda, cabrón.

Se limpió el escupitajo con calma helada y me agujereó  la vista con la suya, lleno de cólera. Se dio la vuelta, y subió por las escaleras  de caracol que daban arriba, a la luz, la cual seguramente no vería en un tiempo.



Luna rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora