CAPÍTULO 11

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La mirada retadora que se echan padre e hijo es muy intimidante, aunque desearía poder irme e ignorar este absurdo altercado es imposible, no soy tan mala como para dejar en este momento solo al oficial. Su cuerpo presenta tensión absoluta y sus ojos furia pura. Además sus fuertes brazos rodean presionando mi cintura.

-¿Qué mierda haces aquí Calek?

- No son maneras de hablarle a tu padre Leo-una sonrisa socarrona se instala en su rostro- fue una mera coincidencia encontrarme con esta dama.

-¿Coincidencia?- la voz de Leo sale en un tono bajo casi amenazador-Creo que la edad empieza a afectar tu capacidad de mentir.

- No me subestimes hijo-mira el rolex en su muñeca-Lamentablemente tengo que retirarme, tu madre me espera en casa-dirige su mirada hacia mi-espero considere mi oferta y Leo, Nos vemos en la gala.

Con una sonrisa cínica se aleja a largas zancadas de nosotros, Leo se mantiene sin decir alguna palabra, su cuerpo sigue presentando la tensión que se instaló en él, desde el preciso momento que vio al hombre que concluyó siendo su padre. No es la primera vez que ante mis ojos se yergue los problemas familiares, pero, este caso es algo diferente; detrás de los ojos de Leo se refleja el rencor y podría hasta decir que odio, pero en los de su padre, es algo muy diferente. Por más que lo observas es una mirada casi impenetrable hay filas de Torres bloqueandote el pasó hacia la verdad de su alma. Sin embargo, todo su cuerpo destila un fuerte color gris.

El gris, el color de la tristeza, del pesar, de los actos injustos que quizás hemos cometidos, sin embargo, el verdadero reflejo de este color es el dolor. Todo su cuerpo lleno de tensión, cada paso que finge salir con prepotencia, destilan dolor. Un dolor que no se puede diferenciar o profundizar, aunque si se puede identificar. El color que emana el alma del padre del oficial es el mismo al de una tormenta cuando está en su cúspide, cuando la nubes se arremolinan y destilan litros de dolor reflejados en pura y cristalina agua, esta desciende de esa superficie gris que se encuentra en el cielo y empapa todo a su paso.

Definitivamente el señor Hunter es una nube gris, una a la que hay que temer, no sabemos cuando la nube se llene por completo de agua y estalle una tormenta que empape todo a su paso incluyéndome, si no me alejo de su hijo.

Leo me toma de la mano sin mediar palabras, nos dirigimos hacia la salida del establecimiento su cuerpo se mantiene alerta hasta el momento en que entramos en el auto. El silencio no dura mucho ya que es interrumpido por las preguntas del oficial.

-¿Qué fue lo que te dijo?

-Me soborno para alejarme de ti- un suspiro sale de mis labios, su mirada me alienta a que continue-me ofreció un cheque con la suma que yo quisiera a cambio tendría de dejarte-la molestia corre por mis venas- es absurdo ¿yo dejarte?-una mirada tierna se instala en sus ojos pero se borra con rapidez-si supieran que tu eres el que no te alejas.

-No lo haré-posa una mano en mi muslo interno poniéndome nerviosa-nunca entiende esto, nunca te dejaré ir-acerca su boca a la mia-no lo haré otra vez. Eres mía, solo mía.

Finaliza la oración uniendo nuestros labios en un profundo beso que me hace olvidar todo lo sucedido. Es casi inexplicable describir el circo que se siente en mi estómago, el poder que tiene su cercanía que borra y difumina todo lo que está a mi al rededor es como una droga una mi, una fuerte y poderosa droga, Sin embargo, la mia en particular tiene esposas y placa policial. Su mano se desplaza hasta situarse justo en mi florecilla por encima de los vaqueros, sus labios abandonan los míos y se desplazan hasta mi cuello dejando húmedos besos mientras sus manos empiezan un vaivén lento que eriza mi piel. Suaves jadeos se escapan de mis labios, siento su sonrisa crecer se despega de mi rápidamente para proseguir a encender el auto para empezar a dirigirnos entre las calles de New York.

¡Manos Arriba!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora