No me quería equivocar.

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— Claro que no, fueron solo 10 minutos, perdiste. — Refutaba su amigo Naoko, una zarigueya dos años menor que él, quien corría a su lado mientras lo veía quitarse ese incómodo vestido para sacar de la parte de atrás de sus pantaloncillos, su camisa arrugada y vestirla sin soltar el vestido.

Pina maldecia entre dientes, todo había sido culpa de ese tigre, si no lo hubiera sacado a bailar habría soportado los 30 minutos sin problema, ni siquiera fue bailar el problema. La única razón por la que había aceptado ese beso era para ganar tiempo y poder conseguir el dinero de esa apuesta, al menos eso quería creer.

— Tira eso, para qué lo estás llevando? — Preguntó tirándose a correr con las cuatro patas y poder ganarle corta carrera a Pina, su amigo carnero que apenas terminaba de cambiarse los zapatos.

Rio con su comentario porque tenía razón, no tenía sentido llevarlo consigo, solo los habría delatado. Lo arrugó lo más que pudo y lo lanzó detrás de él, dándose la vuelta por unos segundos, una parte de él quería asegurarse de que no lo había seguido.

Volteo de nuevo corriendo lo más rápido que podía intentando pasar a Naoko, no era tan fácil ya que no sabía correr con más salvajismo, pensaba que sería más lento así. Empezó a escalar las casa para ganar tiempo sin la necesidad de girar por toda la cuadra y logró adelantarse, hasta que llegaron a un pequeño barrio de casas abandonadas, donde el resto de sus amigos los esperaban para saber el resultado del reto.

Pina se permitió reír de su fallo cuando sus amigos se burlaron de imaginarlo en vestido, por supuesto que a nadie le dijo sobre el tigre, por qué querría humillarse él sólo?
No tenía importancia, simplemente tenía que olvidarlo y hacer como si no hubiera pasado nada. Sin embargo cuando más tarde esa noche sus amigos estaban dormidos, él no podía dejar de recordar esos segundos en que su corto pelaje era empujado por el viento y se acercó, la sensación que ese beso le había dejado no se iba; después de todo, aunque no lo admitiera, ese había sido su primer beso.

Dio un suspiro e intentó dormir un par de horas más.
Poco después del inicio de la mañana, se despertó cuando alguien golpeó violentamente la puerta y se vio sólo acostado en el piso. Reaccionó rápido, se levantó y cuando empezaba a escalar para salir por el techo, tumbaron la puerta y solo pudo escuchar a alguien llamarlo.

Corrió sin pensarlo y sin mirar atrás, saltando sobre los tejados con la gracia digna de un felino, sus pasos descalzos dejaron de escucharse y cuando una pequeña piedra se sintió en la planta de su pie es que recordó dejar sus zapatos en aquella casa.
Ni modo, tendría que buscar otros luego.

Escondido detrás de un contenedor de agua, se quedó a mirar hasta que los guardias se fueran, eso era lo malo de usar esas casas, tenían poco tiempo para descansar.

Se dejó caer en ese techo, restándole atención al sol brillando sobre sus ojos, todavía estaba adormilado y bien podía conciliar el sueño ahí. Hasta que escuchó una voz muy cerca que lo hizo levantarse de golpe y querer escapar, segundos después notó que era la zarigueya.

—  ¡A levantarse, bella durmiente! — Habló con mucha energía, y la suficiente fuerza para conseguir un quejido de Pina. Frotó sus ojos tratando de quitarse un poco el sueño, aunque todavía seguía bostezando. — Al fin, saliste de ahí, te estábamos esperando.

— Sí, sí, ya salí... — Balbuceó bastante claro para que entendieran sus palabras, cuando vio que su amigo estaba a su lado lo empujó con poca fuerza y comenzando a reír. — No gracias a ustedes, traidores.

— Ay, perdón, no recuerdo haberte parido. — Otro amigo de su grupo se acercó a revolver su cabello, sabiendo que le molestaba, un burro llamado Shuji, apenas lo conocía pero tenían mucha confianza. — Tienes suerte de que no fuéramos a desayunar sin ti.

Aquel valsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora