『 𝕿𝖍𝖗𝖊𝖊 』

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Su cuerpo entero dolía, el ardor en su costado derecho era más soportable que en la noche. Estaba cómoda, sintiendo la calidez y suavidad de su cama. Sus párpados le pesaban, costándole abrir los ojos. Anna no sabía cuánto tiempo estuvo allí, ni que había pasado luego de cerrar los ojos cuando Elsa llegó a su rescate. Pequeños flashes cruzaban delante de ella, el lobo, los picos de hielo y la voz de la albina pidiéndole que se mantuviera despierta. Algo que no logro hacer luego de sentir el hielo tocando su piel.

Escuchaba voces en la lejanía, logrando distinguir el tono preocupado de Elsa junto a la voz de Kristoff y Kai. Debían estar en la puerta de su habitación o fuera de ella, pero con la puerta abierta para seguir vigilándola. Y es que Anna había permanecido casi medio día en la cama, preocupando a todo el personal del castillo y a los dos rubios.

Cuando logró abrir los ojos, de una forma lenta y tratando de acostumbrarse a la luz, Elsa se acercó. Su mirada mostraba lo preocupada que estaba, incluso su tacto era tan delicado y suave. Elsa se sentó al borde de la cama, dándole una pequeña sonrisa a la pelirroja.

– ¿Cómo estás? – susurró Elsa, colocando su fría mano sobre la frente de la reina, quien dio un corto suspiro – Estas caliente.

– También tú – balbuceó Anna.

– N-no me refería... uh... Esta hirviendo – se corrigió Elsa levantándose de la cama –. Kai, llama al médico real, por favor.

El hombre hizo un gesto con la cabeza antes de perderse en el pasillo. Elsa miró a Kristoff, se veía igual de preocupado que ella por el estado de Anna. El médico real no había tardado mucho en llegar, pidiendo privacidad para poder revisar a la reina.

Mientras Anna era revisada, Elsa había sujetado a Kristoff del brazo para alejarlo de la puerta. Gerda y Kai seguían allí, esperando recibir la respuesta del médico.

– Busquemos a Pabbie y llevémoslo donde estaba el lobo – habló la albina sin quitar la mirada de los dos adultos mayores que estaban allí –. No parecía un lobo... normal.

– ¿Hablas del lobo al que mataste?

– ... como te decia, no parecia un lobo normal – balbuceó Elsa intentado ignorar todo recuerdo del ataque.

Su mirada se clavó en el montañés que se había cruzado de brazos y alzó una ceja

– No me mires así, Kristoff. Prefiero fingir demencia con eso y centrarme en Anna.

Kristoff dio una corta risa entre dientes, dando un suave golpe en la espalda de Elsa antes de caminar por el pasillo. Irían por Sven y luego llevarían a Pabbie con el lobo para que él mismo lo viera y pudiera explicarles si estaban en lo correcto y no era un lobo común y corriente. También podrían averiguar si la teoría de Anna era cierta, considerando la distancia de las colinas al castillo.

Elsa y Kristoff pocas veces se veían envueltos en un silencio incómodo, quizás porque Anna siempre era quien sacaba el tema de conversación para empezar y luego los dejaba a ellos hablar sobre el tema. Pero la pelirroja no estaba y ninguno estaba seguro que podría decir para romper el hielo.

– ¿Cómo va tu negocio? – preguntó Elsa.

– Va... bien – contestó Kristoff – ¿Y tú cuidando el bosque encantado con los otros espíritus?

– Creo que... estoy mejorando – bromeó la albina, encogiéndose de hombros y mirando hacia otro lado – ¿Tú crees que pudieron ser dos lobos o...?

– ¿Tres? – interrumpió el montañés soltando las riendas unos segundos para llevar sus manos detrás de su cabeza – Según lo que Anna dijo había un lobo en las colinas, uno en el castillo, pero... ¿Y el que estaba en el bosque? Porque considerando la distancia qué hay entre el bosque encantado y Arendelle... deben ser tres, uno quizás estaba en el bosque cuando ustedes llegaron.

La idea de Kristoff no sonaba tan descabellada, incluso Elsa logró encontrar el razonamiento en eso. Podía ser, quizás eran tres lobos y no dos como Anna había pensado.

La albina se relamió los labios cuando llegaron al Valle de la Roca Viviente, siendo recibidos por toda la familia de Kristoff que bombardearon a ambos con preguntas algo incomodas.

– Hola, si, mucho gusto – sonrió Kristoff – Solo venimos para hablar con Pabbie, no vengo a que me casen con Elsa.

Kristoff la dejó sola en medio de todos los trolls, sin dejar de verla y haciéndola sentir incómoda. ¿Cuándo fue la última vez que vio a los Trolls? Hace unos meses cuando sucedió el problema con los espíritus, luego Elsa no volvió a verlos. Y ahora no dejaban de verla, haciéndole preguntas con respecto al apeadero de Anna y su relación.

Para su suerte, el montañés regresó con Pabbie a su lado, guiándolo hacia la carreta para ayudarlo a subir, igual con Elsa. No sería un viaje tan largo y la guardiana iba a dirigir hasta llegar con los Northuldra.

– ¿Un lobo? – preguntó Grand Pabbie.

– Blanco, ojos azules...

– Es como si Elsa fuera un lobo, pero mejor – aclaró el montañés, quejándose al recibir un pellizco en el brazo por la ojizarca que mantenía el ceño fruncido.– No dije nada malo.

Cuando llegaron, Elsa les indicó por donde. Buscando el rastro de hielo que ella misma había dejado cuando encontró a Anna herida y a punto de ser devorada por aquel enorme animal. Apenas lo vio, se detuvo.

– ¿Qué?

– ¿Segura que es aquí, Elsa? – preguntó el rubio.

Se acercaron lo suficiente para ver a un hombre empalado en los picos de hielo que ella misma había creado. Estaba completamente desnudo y su expresión mostraba la agonía que había sufrido. Elsa se volteó para ver a Kristoff, tratando de conectar todo mientras Pabbie se acercaba a revisarlo.

– Juro que era un lobo... es decir... ¡Era un lobo! No estoy loca – balbuceó Elsa – Kristoff tú viste la herida en Anna, esta claro que fue hecha por unas garras.

Kristoff la sujeto al verla entrar en pánico, balbuceando algunas cosas que lograba entender antes de sentir la escarcha expandirse debajo de sus pies y una pequeña ventisca los rodeaba a ambos. Elsa se alejó, abrazándose a sí misma y mirando sobre su hombro aquel desastre.

– Kristoff... era un... – comenzó la albina – esa cosa era un lobo, juro que era uno... ¿Y si-

– ¿Hay más? Si... También estoy seguro que a Anna le pasara algo asi en luna llena – contestó el montañés con una mueca.

– ¿Debemos hacer algo? – Elsa trago pesado, tratando de pensar que hacer con la pelirroja y como controlarla – Pabbie, ¿Sabes si esto puede revertirse?

– ¿Lo dices por Anna? – preguntó el troll acercándose a ambos. Pabbie hizo una mueca al verla asentir, viéndose tan angustiada por la situación – Investigaré, pero no puedo prometer nada.

– Podríamos preguntarle también a Yelana y luego regresar a Arendelle – sugirió el rubio.

Llevaron a cabo la idea de Kristoff, visitando a los Northuldra para hablar a cerca de lo sucedido y preguntar para recibir una respuesta negativa por parte de la líder.

De regreso al castillo, y tras haber dejado a Pabbie nuevamente en el Valle, Elsa no había dejado de observar sus manos. Kristoff notaba la angustia y culpabilidad en su rostro luego de haber visto al hombre.

– Elsa, no fue tu culpa – comenzó, quizás con la intención de calmarla –. Ese hombre iba a morir de una u otra forma cuando vieran lo que le hizo a la reina – habló, pero no recibió una respuesta verbal sino una mueca.

El resto del viaje ninguno quiso hablar, cada uno se sumió en sus propios pensamientos hasta llegar al castillo en donde Kai los estaba esperando. La expresión en su rostro asustó a Elsa, siendo la primera en baja e ir hacia el mayordomo que murmuro unas cosas antes de llevarla hacia la habitación en donde Anna estaba.

Frente a la puerta, Kai se colocó delante de ella e hizo una mueca.

– Debo advertirle que su majestad está...

– ¿Enferma? – interrumpió Elsa, pero el hombre hizo una pequeña mueca – Kai, si no esta enferma, ¿qué tiene?

– Véalo usted misma – susurró abriendo con cuidado la puerta.

𝐖𝐨𝐥𝐯𝐞𝐬 | ElsannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora