Red Swan || Eremin

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—Eren... —llamó la chica a su lado, sin parar de caminar, causando un ruido en él, haciéndole saber que la escuchaba—. ¿Cómo te sientes? —preguntó tranquilamente, mirando sus pies.

Se mantenían caminando, rumbo a casa después de la escuela, con la luz del sol tenue y un clima agradable, sin causar calor alguno. Últimamente iban a casa temprano.

El chico mantenía sus manos en los bolsillos de su pantalón, mientras miraba hacia el frente la solitaria pero calmada calle.

—¿Qué hay de ti? —respondió, evadiendo el tema sobre sí mismo.

Ella lo miró por el rabillo del ojo, notando el hecho de que su amigo no quería hablar. Con su dedo índice y pulgar, tomó la tela de la bufanda roja en su cuello y la elevó por sobre su nariz, tapando la mitad de su cara y cerrando levemente sus ojos, para abrirlos segundos después, mirando la calle justo como su acompañante.

Ninguno quería hablar. Y ninguno insistió más. La caminata fue tranquila. Silenciosa. Hasta llegar a casa.

—Si quieres venir a cenar, no dudes en tocar, ¿bien? —comentó la pelinegra, con su mano sobre la puerta de la barda, dándole la espalda al chico.

—Gracias, Mikasa.

Ninguno se miró a la cara. Eren siguió caminando, rumbo a la casa de junto, entrando a su morada, sin mirar atrás, ni a sus lados. La chica no hizo lo contrario. Entró al patio de su casa, con la mirada hacia el suelo, tomó la perilla de la puerta principal y se detuvo un momento. Inhaló, y giró la perilla, entrando con una pequeña sonrisa.

—¡Estoy en casa!

—¡Oh, hija! ¿Cómo te fue hoy?

—Bien, mamá. —La puerta se cerró.