PRÓLOGO.

389 36 6
                                    

Lavó su rostro con agua fría, tratando de quitar esas enormes bolsas bajo los ojos. Genial, ahora debía trabajar durante doce horas en un establecimiento que odiaba.

—¡Ya me voy! —avisó abriendo la puerta de la entrada.

—¡Ten un buen día! —respondió su madre desde el salón.

El joven suspiró y se dirigió hacia el maldito lugar

Una vez dentro del restaurante, se puso su uniforme, dispuesto a servir kilos y kilos de carne parrillada, pero su jefe le llamó antes de colocarse en su puesto de trabajo.

Entraron juntos al pequeño despacho, todo estaba amontonado y polvoriento, con varias botellas de alcohol encima de archivos que seguramente eran importantes.

Su jefe era un señor de cincuenta años aproximadamente, con barba y una prominente barriga. El hombre se sentó en su silla ejecutiva, haciendo un gesto con la mano para que el chico se sentara.

—Últimamente vienes desganado, no trabajas, le haces ascos a nuestra comida cada vez que la entregas, como si alguien hubiera escupido en ella. No voy a engañarte, he contemplado seriamente la idea de despedirte.

—¿Qué? No, por favor, necesito este trabajo —el jefe dio un par de sorbos a su petaca para después soltar una risa sarcástica.

—¿Crees que mi exmujer me preguntó qué necesitaba antes de quitarme absolutamente todo?

El chico le miró incrédulo, intentando entender a qué venía esa respuesta, el hombre empezó a alzar la voz, estaba ebrio y eran recién las nueve de la mañana. Empezó a herir los sentimientos del chico, diciendo que no pagará a ningún niño por no hacer nada.

El joven se llenó de rabia, odiaba que le gritaran, y más un hombre borracho con problemas de ira. Lo miraba con mucho odio, pero de repente el hombre paró de gritar.

Su jefe le miraba con pavor, de un momento a otro empezó a vomitar.

Será por el alcohol pensó el joven. Pero no paraba de vomitar, el hombre desprendía un olor horrible, como a podrido. Cuando paró de vomitar, cayó al suelo.

El chico no se detuvo a comprobar si seguía con vida, simplemente salió corriendo, entró en pánico.

Al día siguiente, cuando ese horrible suceso salió en las noticias, él le contó todo a su madre, llorando y culpandose, él sabía que fue su culpa. Pero su madre simplemente se levantó y se fue a su habitación.

Horas después, tocaron al timbre dos hombres vestidos totalmente de negro, el chico les abrió la puerta, detrás de él estaba su madre con una maleta.

—¿Harry Styles? —el muchacho asintió— nos ha llamado tu madre —Harry miró a su madre— ¿puedes acompañarnos?

—Mamá... ¿Qué es esto?

—Lo siento mucho, cariño, pensé que a ti no te pasaría...

—¿Pasarme el qué?

—Esto, escúchame bien, Harry, vas a estar bien, debes acompañar a estos hombres, tú y yo estaremos en contacto pero debes ir, ¿de acuerdo? —el chico empezó a llorar.

—¿Adónde voy?

—No es seguro decírtelo aquí —respondió uno de los hombres trajeados.

—Todo va a estar bien, de verdad —la mujer abrazó a su hijo y le besó la cabeza— no quería hacer esto más complicado de lo que es. Lo siento, oh, cariño, lo siento tanto...

Después de unos minutos abrazados, Harry agarró su maleta y se dirigió con los hombres a un coche negro perfectamente aparcado en su entrada.

Lo primero que se le venía a la mente es que iría a la cárcel, luego pensó que lo llevarían a un psiquiátrico. Jamás hubiera adivinado a dónde iba realmente.

Hasta que aparcaron frente a una gran mansión roja ladrillo. Bajó del coche con su maleta y se fijó en la zanja que envolvía el lugar, justo en el gran portón había un cartel algo desgastado por los años, donde se leía:

RESIDENCIA WHITE, PARA JÓVENES ESPECIALES.

—Bienvenido a tu nuevo hogar, Styles —dijo uno de los hombres, abriéndole el portón, casi parecían una burla esas palabras.

WITCHER ||L.S||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora