Posesión impredecible

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Bleed caminaba con paso tranquilo por encima de la acera. Conforme avanzaba, la banqueta se hacía cada vez más delgada hasta ya no quedar nada, hasta pasar las casas lindas y antiguas del condado de Ipswich y llegar a una zona despoblada. Antes de llegar a su casa, tenía que caminar al lado de una extensa calle con bosque a los lados.

Pensaba en la niña que había visto, no podía ser un fantasma, ¿verdad? Buscaba dentro de sí un millón de excusas para creer que lo que había visto no era más que una alucinación, sin embargo, no lograba convencerse a sí misma. Al fin había pasado la etapa de la negación y estaba por terminar la de las dudas para llegar a creer lo que sus amigos decían.

"Rayos, definitivamente me voy a volver loca" pensó cansada.

Cuando llegó a su casa, rápidamente se dirigió a la cocina para comer algo. Observó una nota pegada en el refrigerador. Era de su padre. "Lula, tuve que viajar a Texas, son negocios, querida. Cuídate, hay comida en el refrigerador, regreso mañana mismo".

―Qué extraño que tengas que viajar–musitó con sarcasmo y un poco de desgano.

Parecía que la rutina volvería a repetirse como tantas veces. Bleed sola en su casa, su padre a miles de kilómetros lejos de ella, una vez más vería la televisión hasta hartarse, dormiría muy tarde y solo si le quedaran ganas iría mañana a la escuela. Repentinamente un pensamiento surcó su mente, si faltaba mañana al instituto, ¿Reid notaria su ausencia? ¿La extrañaría?

― ¡Ah! ¡Pero en que estoy pensando! –sacudió su cabeza, incomodándose ante su propio pensamiento. Enseguida recordó lo que Pogue le había preguntado en el instituto: Bleed, te gusta Reid, ¿cierto?

Saltó del susto cuando escuchó que un adorno de metal se había caído en la sala. Sus sentidos se alertaron, estaba sola en su casa, la cual estaba lejos de alguna otra casa como para que alguien le escuchara gritar "auxilio".

Tomó un cuchillo y se dirigió sigilosamente a la sala, encontrando que efectivamente un jarroncito de metal se había caído. Recordó que lo había visto muy en la orilla esa mañana. Lanzó una maldición al aire y pateó aquel jarrón con fuerza. Al siguiente segundo, el teléfono de su casa sonó.

―Debe ser papá –dijo fastidiada. Levantó el teléfono y contestó. –Hola.

―Hola preciosa –saludó una voz que ella ya tenía grabada en su memoria.

―Reid –musitó Bleed con un poco de sorpresa.

―Acertaste. –exclamó. Bleed podía imaginarse la sonrisa pícara del rubio mientras hablaba con él. —¿Quieres salir?

―...no, tengo que hacer la tarea.

― ¿De qué materia? –empezó a jugar Reid.

―De... ciencias.

―Perfecto, una de las clases que compartes conmigo. ¿Sabes? Es genial que seas inteligente en ciencias, porque necesito una tutora.

―Lo que tú necesitas es un psicólogo. –le aconsejó.

― ¿Entonces qué? ¿Puedo ir a tu casa? –inquirió Reid con un poco de insistencia.

―No. –contestó definitivamente.

― ¿Por qué?

―Porque estoy sola y si vienes tú solo, serías un peligro para mí.

―Tranquila, no muerdo –le aseguró. — Te veo allá.

―No, Reid... — Bleed escuchó el tono que indicaba que Reid había cortado la llamada. – ¿Por qué nunca escucha? –se quejó.

Aun así, quería que Reid fuera a su casa, no quería estar sola, era verdad que le gustaba la soledad, pero no cuando vivía en una calle lejana con casas abandonadas y donde tenía que caminar al menos varios kilómetros para encontrar una colonia de casas habitadas.

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