Prólogo

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Sus brazos, atados por dos anillos de metal detrás de su espalda. Su cabeza, erguida y desafiante, dispuesta a atravesar la puerta en nombre de la controversia y el misterio apenas resuelto.

Mis pequeñas manos, delante de mi cuerpo y mi rostro, hacia abajo, rezando a Dios mis más sentidas plegarias, sumida en una lenta desesperación. Al borde de ser tan solo un resto de sus acciones, cenizas.

Soy el eco intermitente detrás de sus palabras vacías, dichas para ser abandonadas, y de sus acciones, que desencadenaron el más oscuro castigo. 

Ella está presa en el encierro, el olvido y la lejanía, nosotros lo estamos en la libertad falsa, el recuerdo y lo cercano. Nuestra realidad se ha vuelto la más temible pesadilla, es un mal sueño que escapa de nuestras manos inocentes, somos testigos y a la vez culpables de la condena de la gente, que se ha adelantado a Dios y a su juicio, haciendo justicia por mano propia, lastimando con escarnio nuestras heridas abiertas.

No existe redención para nuestra debilidad, no hay piedad hacia nuestras flaquezas. Sin importar el dolor detrás de nuestros ojos, la pena reflejada en nuestras palabras vacías y nuestras sonrisas inexistentes, no hay nadie de nuestro lado. Fuimos arrastrados al mal camino, obligados a saldar su deuda, debemos sufragar los daños y amortiguar la enorme caída. Seremos la expiación pero jamás la víctima. Aquí, fuera, incluso la cárcel resulta acogedora, desearía estar allí, ocupar su lugar.

Puertas afuera no soy nadie, mi esencia se ha evaporado, no conozco mi camino, mis aficiones ni mis afecciones, no tengo gusto ni hallo placer en la vida, para mí no existe el disfrute, mi alma no encuentra descanso, soy un espectro que arrastra las consecuencias del crimen ajeno.

Conmigo duermen las gotas de sangre roja que un día pintaron el suelo de lo que solía ser nuestro hogar. Sangre espesa e inocente derramada, en eso me he vuelto y por eso pago. La misma me ha poseído, no soy más que una mancha de sangre que se asoma por mis pupilas como una sombra, se apodera de mis ojos tras largas noches sin dormir, y descansa debajo de ellos: inmóvil, se torna negra siendo una prueba fulgurante en la piel que rodea a mis párpados, que los delata, que evidencia mis penurias y mis secretos, mis nostalgias y mi impotencia, en eso me he vuelto y no encuentro escapatoria.

He comprobado que a duras penas el hombre puede volverse de su propio accionar,  y que es aún más inasequible la redención de las consecuencias provocadas por las acciones ajenas. Dejan en nosotros una marca permanente, una grieta inalterable, transformándonos en el resultado de su actuar, en la espina caída, en el testaferro de sus pecados, representante libre en medio del foco, perfectamente ubicado para recibir los disparos.

Después de todo no tengo cuerpo ni alma, tan solo soy un resto de sangre, la sangre detrás de una asesina.

Sienna: La sangre viva detrás de una asesinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora