Capítulo 1

217 40 104
                                    

¡Sal de ahí Sienna! —exclamó mi madre con voz firme, me quedé inmóvil— ¡Sal de ahí! —repitió con énfasis mientras su marido tomaba mi brazo y me dirigía al interior de la casa. Al entrar por el oscuro pasillo, me solté con brusquedad de su agarre.

Con piernas temblorosas subí las escaleras y llamé a mi pequeña hermana pronunciando su nombre en un hilo de voz. Inocente se asomó desde la parte alta del pasillo, me miró con sus ojos café bien abiertos y se quitó un auricular, esperando lo que yo tenía que decir, al no recibir respuesta de mi parte alzó los hombros con poca preocupación para luego voltearse. Vi el estampado de su pijama infantil avanzar dándome la espalda hasta perderse fuera de mi vista.

Intenté bajar, pero mi madre con una mirada me advirtió que debía permanecer en mi lugar y luego añadió: ¨Mañana es tu primer día de clases, deja de deambular y vete a dormir¨, apartándome como si nada fuera de lo común estuviese pasando.

Obedecí sin chistar. Me recosté sobre la cama, desarmando sus sábanas con premura y al cerrar los ojos recorrí la aterradora escena, otra vez. Pude visualizar el líquido rojo fluyendo por el suelo,  frío y oscuro, un olor metálico invadió mis fosas nasales. Aún oía sus gritos, el sonido de un vidrio roto. Esa risa joven y fresca que seguía los pasos de quienes huían por la calle sin pena ni gloria hasta perderse. La imagen se terminaba allí, hubiese querido ver más, verlo todo, pero no me lo permitieron y presumía que esa pesadilla dormiría conmigo.

Mis párpados cayeron suavemente tras largas horas en vela, abracé las sábanas con miedo y alcé mis piernas volviendo mi cuerpo un nudo, como si en  esa posición fuese  menos vulnerable.



La alarma sonó de forma estruendosa, observé el reflejo delante de mí, lucía exhausta. Mi atuendo no ayudaba a aliviar mi mala apariencia, era oscuro y sencillo, como todo lo que podía controlar en mi vida.

Había crecido frente a la exposición constante e incontrolable, por eso en un pacto silencioso me prometí a mí misma que las pocas cosas que podría controlar y decidir a mis diecisiete años las haría con modestia y sutileza, deseaba ser ordinaria, perderme por primera vez entre la gente. Al colocarme la oscura chaqueta sobre los hombros,  en silencio recé por ello.

Múltiples cajas cubrían el suelo de mi habitación, nos habíamos mudado otra vez. No recuerdo un año de mi vida en el que no me hubiera enfrentado al cambio: nuevo suelo, nueva escuela, desempacar y empacar.

Más allá del cambio de objetos y entorno, mi apreciación de las cosas era la misma: No temía a lo desconocido y no apostaba a la suerte, sabía exactamente cómo reaccionaría la gente.

Sostuve dos libros entre mis brazos mientras, con el pie, apartaba un lugar para colocarlos con torpeza. Me resultaba imposible concentrarme hasta en la más simple tarea. No podía dejar de pensar en miradas furtivas y bromas hostiles.

Recordaba cada uno de los escritos con el nombre de mi hermana en la pared de la escuela a la que solía asistir. Su trazo sobre la pintura blanca estaba tallado también con marcador permanente en mi memoria. Sentía que me volvería a enfrentar a las silenciosas amenazas durante las clases, que se hablaría en los pasillos y la información correría por ellos mucho antes de siquiera presentarme.

Un ruido seco me despierta y observo un ejemplar caer de entre mis manos y golpear el piso, aun así, no hay sonido que pueda callar mis miedos latentes.

Tome uno de los libros y escribí mi nombre en él, al hacerlo me sentí errante. Me resultaba innecesario, si antes de conocer mi nombre siempre se conocería mi historia o más bien, la de Violeta...

Era identificada ante la entera sociedad como " la hermana de la delegada de la muerte", apodo que se le había concedido después de que se dieran a conocer los cinco asesinatos que marcaron para siempre la vida de muchas familias, entre ellas, la nuestra.

Pese a que he crecido en estas circunstancias, viviendo marcada por el estigma y siendo perseguida por el rechazo, tengo bien en claro que esto no es normal, que soy una completa anomalía por la cual muy pocos se preguntan.
La gente ve las noticias y piensa en la víctima, en su familia dolida y en justicia, muchos otros en venganza y el repudio al nombre de los asesinos, pero muy pocos se preguntan por nosotros, la familia del victimario que se ve obligada a huir, que tiene un nombre marcado por la vergüenza, pintado con sangre.

Nuestro sueño por las noches se interrumpe con constantes recuerdos, y nuestro despertar en el día se nubla por las voces furiosas que nos atacan e insinúan el destino que nos espera en el más crudo infierno.

Algunos de estos familiares se convierten en ignotos, desaparecidos, se esconden, se alejan, como es el caso de la hermana de los reconocidos Puccio. Otros como mi madre se vuelven a casar y tienen un nuevo hijo intentando borrar su vida anterior rotundamente.

Observo las alacenas vacías y el suelo marrón debajo de mis pies con cierta intriga, nunca he estado lo suficiente en un lugar como para considerar mi entorno cotidiano. Ni siquiera sé qué significa ese término, en mí no existe la rutina ni la costumbre.

A veces los recuerdos de ella son difusos, no la recuerdo llegando a casa, me olvido de su cabello rubio y de su gran sonrisa, de sus aficiones y del que solía ser su cuarto, a veces la veo tal y como la pintan las noticias: como una asesina a sangre fría, una asesina serial que se llevó consigo la vida de cinco hombres de la forma más cruda posible, llevándose con ellos todo lo que nos hacía una familia, quitándome la oportunidad de tener un nombre, de ser alguien más allá de sus actos.

Me siento en una esquina del comedor, desde mi posición puedo ver la pequeña cocina y a mi familia. No tengo hambre, pero me veo obligada a ingerir la fruta que mi madre cortó con exactitud, como todos los días, midiendo cada rebanada. Los observo hablar, pero no los escucho y sigo aturdida por lo sucedido anoche.

—Como dijeron en mi curso de nutrición... —Finalmente la oigo decir y asiento, ingiriendo grandes bocados—. Todos deberíamos cultivar el hábito de desayunar fruta fresca, incluso tú, amor —dice mirando el plato lleno de carbohidratos de su marido. Cuando mi madre se pierde en su discurso él me mira buscando complicidad, pero sin importar la calidez que su mirada refleja, una pared grande nos separa de entablar cualquier tipo de relación, así que tan solo miro el color azul de los arándanos y, al igual que en la escuela, en casa, intento pasar desapercibida...

Con pesadez tomo mi bolso, ajusto mi abrigo y de una vez por todas, abro la puerta. El aire frío acaricia mi rostro, y al dirigir la mirada al frente lo que veo me lastima, hiere mis sentimientos y alimenta la desesperanza ya creciente en mi interior.
Sobre nuestro cesto de madera, letras pintadas de rojo brillan, hipnotizantes y aterradoras,  instantáneamente me paralizo.

Sienna: La sangre viva detrás de una asesinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora