Capítulo 7

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El reloj marcó las doce y entré con apuro a mi hogar. La noche fue buena pero un tanto acelerada.

Seis en punto llegó Silas, calculando un tiempo apropiado para conversar con mi madre. Los escuché dialogar sobre el tiempo, las tareas escolares y cosas adultas, él a veces actúa como si fuese un padre más, observando desde la madurez la actitud necia de los jóvenes inexpertos.

Mi madre le habló sobre la sala de cirugía y sus cursos de alimentación, a lo que mi joven amigo se mostró irrealmente interesado, acotando índices de mala alimentación en el país y experiencias en la cocina escolar, era realmente un caso aparte.

Estaba vestida y lista desde hace más de media hora, pero fingí no estarlo. Me escondí detrás del mostrador de la cocina para escuchar su intercambio de palabras. Era llamativo ver a mi madre fuera de su papel de ama de casa o de criadora, verla distendida y entretenida.

Por otra parte me gustaba tener tiempo para ver a Silas en todo su esplendor. A veces me reía para mis adentros y otras quería golpearlo o gritarle que era un fanfarrón, pedante y adulador de madres, sentía como si se jactara en dejar la vara muy alta para nosotros los pobres hijos inútiles y convencionales que nacimos para ser una decepción.

Después de un largo rato, se preguntaron por mí, y ahí aparecí, casual y natural, aparentando desconocimiento absoluto de su larga charla.

Nos subimos al auto y conducimos por la carretera, no sin antes hacer una parada obligatoria en una cafetería pequeña a la que Silas le hacía muy buena propaganda. Me impresionó lo acogedora que era, diferente de lo que esperaba, un poco bohemia, nada comercial. Mesas pequeñas y diversas, unos estantes coloridos con libros, música relajada e independiente, bandejas redondas con panecillos de distintos tamaños, los cuales dijo Silas que eran un distintivo del lugar, ninguno era igual al otro, jamás encontrabas dos porciones de budín de chocolate iguales, hecho al cual él le había tomado cariño.

Todos conocían a Silas y lo recibían muy bien, como si fuera parte de la casa, la reacción para conmigo no fue distinta, fui bienvenida e incluso me obsequiaron unas trufas rosas. Las comí cuando regresé a casa, eran cinco, todas sabían y lucían diferentes.

La señora rubia de mediana edad y un delantal rosa me abrazó al despedirnos, era una mujer atractiva e interesante con un estilo punk de la vieja escuela pero unos modos dulces y maternales. Seguimos nuestro viaje hasta llegar a la casa, allí, después de varios saludos a los amos del hogar y a la ama de llaves, finalmente nos sumimos en nuestra tarea principal de investigación.

Las paredes blancas y despejadas ahora tenían un tinte desordenado pero atractivo, habíamos colgado imágenes sobre una lámina de corcho en forma de pirámide. En el ala superior yacía una imagen de mi hermana, antigua, del cuello para arriba, ojos verdes y grandes se veían oscuros por la mala definición de la foto, su pelo estaba corto hasta la mandíbula y su rostro se veía redondo, un tanto infantil e inocente, pero pese a las características diversas y desordenadas al final lucía bella y plena, con una sonrisa carismática y una mirada interesante.

Más abajo siguiendo una línea de resaltador rojo se unía a la imagen del señor Shepardo, la primera víctima y el punto de partida, era una foto que robamos de las redes sociales, recortándole un mensaje emotivo que había puesto su hija como epígrafe de la misma.

Él, aunque no joven, se veía saludable, con una mirada acusadora y un semblante serio, sentado en su silla de ruedas, tomando un té en un juego de porcelana antigua frente a un tablero de ajedrez, la imagen me hizo pensar en mi hermana hablando sobre ese juego, me causaba cierta envidia como ella podía aprender con tanta facilidad a jugarlo y a tan corta edad, me sentía diminuta y demasiado mundana o banal a su lado.

Sienna: La sangre viva detrás de una asesinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora