11. La sombra del miedo

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Cam

Después de lo ocurrido a 1º hora, el resto del día ha sido tranquilo. Itzan no ha vuelto a molestarme, y en clase se sienta al fondo, así que simplemente he ignorado su presencia. En cambio, Raúl se sienta delante de mí, y puedo mirarle sin que se de cuenta todas las veces que quiera, y eso es genial. No se me quita de la cabeza el hecho de que he hablado con él, aunque no creo que vuelva a repetirse, él sólo estaba siendo amable.

Como todas las tardes de lunes y miércoles, estoy en el gimnasio. Hay una piscina incorporada, así que siempre aprovecho para nadar un rato. Nadar es una sensación única, dejo de pensar en  todo y sólo me centro en sumergirme. Cuando era pequeña, me creía sirena. Veía "H2O", al igual que la mayoría de chicas de mi edad, una serie de tres chicas que se convierten en sirenas y deben aprender a controlar sus poderes. Aún hay veces que, mientras nado, intento controlar el agua. Muevo la mano y fijo un punto en la profundidad de la piscina, cómo si fuera capaz de congelar o mover el agua. Es una niñería. Pero así me acuerdo de mi infancia y del abuelo...

Termino de ducharme y salgo del recinto. 

Bzzz

Elena: tía estamos en las pistas,  te vienes?

estoy matada, nos vemos mañana, que os lo paséis bieeen.

Y es cierto, uf, estoy súper cansada, he perdido el ritmo este verano, no he hecho mucho ejercicio. 

Son las 22:30, así que ya no me da tiempo a coger el bus, y otro pasa en media hora. Decido ir andando y disfrutar de la noche. El cielo está despejado y la luna ilumina la calle, deslumbrando con su luz natural a las farolas que emanan luz artificial.

Veo una sombra detrás de mí y giro la cabeza disimuladamente. Es un señor que va mirando al móvil mientras camina. Giro en la siguiente calle y él también. 

Es casualidad, Cam, no te preocupes. Vuelvo a cambiar mi rumbo, volviendo a la calle anterior, y el tío me sigue. Sigo caminando y esto se repite varias veces: cambio de calle, o de acera, y él hace lo mismo.

Empiezo a inquietarme, seguramente no sea nada, pero por si acaso llamo a Laura para decirla dónde estoy.

Su saldo se ha agotado, por favor, racárguelo para realizar llamadas.

Genial. Intento mandarla un mensaje, y recuerdo que no me renuevan los  datos hasta pasado mañana y los fundí hace una semana. Hago una llamada perdida a Laura y otra a Sergio, esperando que me llamen cuánto antes.

Ante mi desconcierto decido cruzar un parque que está iluminado. Hay varias personas, y eso hace que me tranquilice un poco, pero no mucho, porque el hombre sigue ahí detrás, a escasos metros de mí. Me fijo en un grupo de tíos que están haciendo botellón, beben y fuman riéndose. Uno me grita algo que no logro entender por lo borracho que está. En otras circunstancias habría respondido sacándole el dedo o insultándole, pero ahora me consume el miedo, por lo que sigo caminando, acelerando el paso. Quedan dos calles para llegar a casa. 2 calles no es nada. Ando lo más rápido que puedo, y noto que los pasos del tío suenan cada vez más cerca, hasta que me toca el hombro y me giro estremeciéndome.

- Hola bonita, ¿qué tal, todo bien? Qué pasa, ¿tienes prisa?

- Sí, y mira es que no entiendo porqué me estás siguiendo, no te conozco de nada, me tengo que ir. 

Intento alejarme, sólo quiero echar a correr y llegar a un lugar seguro porque este señor no me da buena espina.

- No, hombre no te vayas aún, mira, si quieres, te invito a una copa, charlamos y luego pues podemos ir a mi casa a ver alguna serie y charlar...- miro sus ojos, y no puedo explicar lo que siento, es una sensación que me hace temblar del miedo y angustia.

- Por favor tengo que llegar a mi casa ya, mis padres me están esperando. 

- Que tú no te vas a ninguna parte bonita.- y de repente me agarra el brazo.

- Suéltame, no sé que quieres pero déjame, por favor déjame, ¡que me sueltes!- grito forcejeando.

Le muerdo el antebrazo y consigo soltarme, pero me agarra de nuevo, esta vez la cintura, demasiado fuerte, tanto que empieza a doler.

- ¡Para, me haces daño, joder que pares!- el miedo me absorve, mis piernas están paralizadas, y sé que aunque tuviera la opción de correr, no podría hacerlo.

- Deja de chillar o va a dolerte más ostia, niña.

- ¡¡Que alguien me ayude, joder, que alguien me ayude por favor!!

No pienso dejar de gritar, diga lo que diga, no pienso someterme a este imbécil. No te rindas. Camelia no te rindas.

- Te he dicho que te calles o voy a

- ¿Qué cojones haces tío?- una voz masculina aparece detrás de mí.

- Ayúdame, por favor, ayúdame- sollozo sin fuerzas.

El señor me suelta, caigo al suelo y empieza a correr, desapareciendo entre las sombras.

Empiezo a llorar, y me tapo la cara, pensando en todo lo que podría haber pasado si no llega a aparecer esa persona.

- Eh eh eh, tranquila, ya está ¿estás bien, te ha hecho daño ese gilipollas?

Levanto la cabeza y veo con claridad el rostro de quien me habla, la misma persona que ha ahuyentado a ese cabrón.

Es él. El que no soporto. El niñato arrogante. El de la chaqueta de cuero. El de la moto azul.

Itzan.

Y nunca he estado tan feliz de verle.

Si me quieres, tuitea que me odiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora