1. Prólogo y el incidente

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Bajo la piedra,
la fría piedra.
Yace, a través de las eras,
el corazón latente.
Dioses olvidados temeran
si a la estatua vas a despertar.
Atrapada, silenciosa
en el eco, dormida
por siempre,
jamás olvidada.
                        - Canción del Bosque -

Era un día gris, más plomizo de lo que debería, con sus nubes grisáceas, anunciando una lluvia que nunca parecía llegar. No hacía frío, era una de esas tardes de quietud, antes de la tormenta. La gente paseaba, mirando intranquila a las distantes nubes. A nadie le gustaba salir en un día así.
Una niebla, perezosa, empezó a formarse calle abajo;serpenteaba, como buscando algo, es decir, si la niebla tuviera consciencia.
Un transeúnte solitario, se metió de lleno en la niebla.
Por un largo momento, pareció que la niebla lo había engullido, para ser expulsado poco después. La gente lo miraba por el rabillo del ojo, rezando a sus dioses que esta vez no pasara nada. El corazón en un puño.
Con la niebla rodeandolo, el infeliz no podía ver ni sentir nada, más que la pegajosa humedad. La notaba adheriendose a su pelo, a su ropa, a todo su ser.
Oculta tras las sombras, y estas envueltas en la perpetua niebla, otra figura apareció.
Se alejó unos pasos, y vio como la silueta humana era devuelta al mundo.
Alguien gritó:
-¡Allí hay otro!
Luego todo fueron carreras, alguien cogió una piedra, otro se unió. Al final, una multitud furiosa lo rodeó. Sus voces coléricas saturaban el ambiente.
-¡Mirad sus ojos!, ¡es uno de ellos! - gritó alguien.
Quien había surgido de la niebla, parecía humano, solo que sus ojos emitían un leve resplandor plateado, como niebla alzándose en volutas de humo.
El ser clamaba su inocencia, los ojos llenos de terror; sabía lo que venía a continuación, él mismo se lo había hecho a otros. Ahora lo entendía, aunque, por supuesto, era demasiado tarde.
Mientras los gritos de ayuda saturaban el aire, otra figura, idéntica a la que estaba siendo lapidada, se alejó con paso decidido, perdiéndose entre la niebla, mientras comenzaba a llover.
- La Voz de los Ángeles -
En todo el tiempo que Ámbar llevaba con el Doctor, había visto muchísimas cosas extrañas y maravillosas, pero nada comparable a las vistas que tenía delante.
Con las puertas de la Tardis abiertas de par en par, contemplaban la lejana Galaxia Trebolina, con sus espirales verdes y naranjas; sus planetas en racimos y su sol ligeramente alargado.
Saboreaba un té dulce, en vaso de tubo con una sombrillita, maravillandose aún con todo eso, seguramente nunca dejaría de hacerlo.
El Doctor se encaminó hacía la consola, saboreando las últimas gotas de su té, chasqueaba la lengua, muy satisfecho. Dejó el vaso sobre los mandos, en precario equilibrio entre dos botones.
-Bueno, vamos - dijo el Doctor animandola a alejarse de la puerta.
Ámbar cerró con cuidado, con una sola mano, mientras sujetaba su vaso. Lo apuró de un trago, y lo dejó a un lado, en el suelo, cerca de la consola.

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