8. El Bosque

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-Ningún Doctor puede ayudar ahora-dijo un hombre amargamente. - Mi mujer a fallecido y no ha aparecido ninguna estatua, no tendrá un viaje seguro al más allá.
-Algo le debe de haber ocurrido al Cincelador - dijo una mujer.
-¿Dónde se puede encontrar al Cincelador? - preguntó Ámbar.
-En lo profundo del bosque - contestó el hombre.
-Por supuesto - dijo el Doctor cáusticamente.
Ámbar le dió un codazo y le lanzó una mirada de advertencia. A la cual, el Doctor hizo caso, mordiendose la lengua y causándole una mueca.
La niebla se espesó alrededor del bosque, adentrándose en él, por caminos ocultos, entre la maleza y los árboles. Silenciosa.
Los aldeanos se retiraron al interior de sus casas.
A lo lejos empezó el sonido, primero un rumor lejano, como la marea, acercándose con determinación, y sonaba furioso, como un avispero en ebullición.
La Tardis, se materializó frente a ellos, un Doctor furioso, salió como una exhalación, incluso antes de que los motores se pararan. Todo ira y preocupación.
-¿¡Estás bien!? - preguntó el nuevo Doctor, abrazandola con tal ímpetu que le cortó la respiración.
-En cuanto pueda volver a respirar estaré bien. - jadeó Ámbar - Yo también me alegro de verte.
El Doctor de chaqueta larga se encaró con su otra versión.
-¿Y tú qué crees que haces?, ¿secuestras a mi amiga?, ¿en qué estabas pensando?
-Tranquilo - dijo el Doctor alzando las manos.
-¡No me digas que me tranquilice! - exclamó furioso el Doctor, el flequillo erizado. - Para empezar, ¿qué haces aquí?, las implicaciones espacio-temporales, ¿las conoces?, ¿te suenan de algo?
-Estoy cumpliendo una promesa.
De repente, el Doctor pareció más viejo, triste y cansado. Pero también había determinación bajo las poderosas cejas.
Ámbar, sabedora de que sería inútil intentar mediar, se alejó un poco, esperando que pronto dejarán de lado sus diferencias. Al fin y al cabo, eran la misma persona, desde un punto de vista abstracto, tal vez.
Ladeó la cabeza, molesta, el zumbido había regresado, más fuerte.
Iba a hacerle mención de esto al Doctor, bueno, a los dos, pero aún estaban enzarzados en lo peor de la discusión. Así que los dejó.
Escuchó otro murmullo, distinto a todo cuanto había escuchado antes. Era como el canto de las ballenas, más grave, más melodioso;serpenteaba entre los árboles, incitandola a seguir el trazado de caminos ocultos.
El dolor de cabeza aumentaba, impidiendole pensar claramente.
Los Doctores no le prestaban atención, bien. Se deslizó entre los árboles, como una sombra en verano.
Se alejó bastante, y aún los oía gritarse, puso los ojos en blanco, a veces podía ser tan terco...
Los árboles le susurraban, calmando su dolor de cabeza;las luces y sombras aliviaban también su alma.
Los senderos serpenteaban entre los árboles, perdiéndose en la espesura, parecía un bosque viejo, de esos que aún guardan secretos bajo sus ramas. Le gustó mucho. El aire era primitivo y salvaje. Todo cuanto un bosque siempre debería ser.

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