2. El té y el empujón

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En uno de los bamboleos de la Tardis, se derramó el té, que el Doctor había dejado, sobre los controles, haciendo que saltaran las chispas.
-Esto no pinta bien - comentó el Doctor serio.
Salía humo de los paneles de control, y habían chispazos por doquier. La Tardis dió un par de vueltas peligrosas.
-¡Doctor!, ¡hay que aterrizar! - exclamó Ámbar, agarrándose a una barra.
-Lo intento. - dijo el Doctor, mientras intentaba no quemarse con las chispas - Acércate a la puerta, puedo estabilizarla lo suficiente para una salida.
-¿Y tú no vienes? - preguntó Ámbar preocupada.
-No, al menos de momento, tengo que mantenerla estable el tiempo suficiente. Me reuniré contigo en cuanto se normalice la situación. - prometió el Doctor - Llévate el móvil, te llamaré en cuanto pueda.
Ámbar se dirigió, tambaleante, hacia la puerta, a veces, un giro de la nave le hacía perder el pie; cuando esto sucedía, se sujetaba a las columnas, hasta que pasaba lo peor.
La Tardis, pareció empujarla fuera. Al instante siguiente, se habían cerrado las puertas y desaparecía, con su sonido característico.
Se quedó allí unos minutos, mirando impotente como la Tardis trataba de materializarse, sin éxito.
Sonó el móvil de Ámbar, era el Doctor, cogió la llamada, esperanzada. Quizás sólo estaba a un par de manzanas.
-Ámbar, no puedo aterrizar. Hay algo que me lo impide, ahora mismo, estoy buscando un lugar seguro. Quizá tarde un poco. No te alejes - dijo el Doctor al otro lado de la línea.
A través del teléfono, Ámbar oía la Tardis rechinar, señal de que no había conseguido aterrizar.
-¿Qué te lo impide? - preguntó Ámbar, alargando la conversación - Puedo investigar un poco.
-No quiero que te expongas. Podría ser peligroso - advirtió el Doctor.
-Sólo un poco, tendré cuidado, y además, puedo llamarte - argumentó Ámbar.
Casi podía verlo pasear alrededor de la consola, pasándose la mano libre por la cara y el pelo, pensando.
-Ten cuidado - pidió el Doctor, aceptando la propuesta.
-Claro. Te llamo luego. Estaré atenta - contestó Ámbar, pletórica de alegría, pero tratando que su voz sonara normal.
El Doctor, atrapado en su Tardis, suspiró antes de colgar.

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