Capítulo 1

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El marqués Werrington no desdeñaba ninguna fiesta que se le pusiera por delante. Él, más que encantado, iba y hacía gala de su extraordinaria educación recibida. Sus padres se habían esmerado en ello, contratando a tantas institutrices cuando apenas era un crío y, posteriormente, su ingreso a Eton, porque no quería que su hijo, el próximo duque, fuera un ignorante y un vividor.

 Sin embargo, no contaron con que a mitad del camino, se desviaría, descubriendo que la mayor diversión estaba en el placer del momento.

Carpe Diem. 

Gracias a Horacio, haciendo honor a su tópico literario, que podía ser una verdad como un templo, no iba a desaprovechar lo que era la vida — la vie est belle —, amarrado bajo las órdenes de su padre, por más que este intentara que su hijo se enderezara de una vez y se tomara en serio sus responsabilidades como marqués y futuro duque.

Lástima que sus tres hermanas y su hermano pequeño no tuvieran ese privilegio. Él lo consideraba una carga. Por ello, se hizo el huidizo con su ayuda de cámara cuando salió de casa, ya que estaba siendo más pesado de lo normal con el tema de que no hiciera enfadar al duque, buscándose más problemas de lo normal.

 ¿Pero se los buscaba?, se preguntó casi ofendido por la pregunta. Su intención era divertirse, ¿para que quería tenerlos? Así que cuando cogió el antifaz de la fiesta de disfraces que le tendía el mayordomo de los anfitriones, no se lo pensó dos veces, se adentró en ella buscando la diversión ansiada. 

¿No había dicho que la vida era demasiado corta para disfrutarla? Pues eso era lo que tenía en mente.

***

Para Florence, la vida no era un disfrute constante, aunque intentara serlo para sobrevivir.

 Las heridas de amor no se iban a curar quedándose sola en casa. Aunque había ratos que preferiría más la soledad que estar en un sitio abarrotado de gente. Eso sí, no podía entrar a Almack's. Una cortesana le era terminante prohibido su entrada, no iba a ser que las pobres polluelas se mancillaran con el solo compartir el aire que respiraban o las madres se muriesen del desmayo por puro espanto. Teniendo en cuenta eso, las limitaciones de salidas eran escasas y que la casa se le hacía enormemente grande, solo podía aprovechar ciertas invitaciones. No que fuera la misma reina y estuviera muy solicitada, en este caso, no lo era. Tampoco, tenía un amante ahora, por siguiente, le lloviese las invitaciones. Aceptando su situación; no iba a ser melindrosa con ello. Hasta alturas, no necesitaba otro amante. Solo quería despejarse y ensordecer el dolor del pecho. Así que no titubeó en coger una copa y bebérsela mientras observaba la dicha de otros.

Aunque era una fiesta de disfraces, se les veía a los presentes con alegría y con muchas ganas de pasárselo bien. Ojalá tuviera ese igual de espíritu porque le estaba costando mantenerse estoica enfrente de ellos. No era tonta y sabía que más de uno o una, hablaría de su situación. No era de ignorar que todo Londres sabía que Florence Savage, una de las famosas cortesanas, estaba soltera. 

Solo ella podía omitir la palabra "abandonada". Estaba en su derecho, ya que era una de las partes.

Tampoco, tenía amigas con las que pudiera hablar o desahogarse. Solo contaba con la amistad de su doncella. Si era algo para contar porque su vida social era nula. No era una cosa que lamentaba. No. Había sentido en sus carnes, el miedo, la traición, la envidia o los celos de su propio género.

No necesitaba amiga.

Centrada en sus pensamientos, cogió otra copa, sin tener en cuenta que era la tercera que iba. Tenía que matar el tiempo, además, de que el dolor desapareciera de una vez.

Malditos fueran Floyd y Portier. Esos hombres la arruinaron. Pero ninguno tenía verdaderamente la culpa de que su corazón se atontara con ellos. Una sonrisa, un abrazo... ya su corazón palpitó. Sin embargo, con Portier, no había sido únicamente su corazón. 

— Me apena ver a una mujer tan sola sin animarse a participar en la fiesta.

La voz de un hombre la distrajo de sus pensamientos. Frunció el ceño y le respondió con sequedad.

— Prefiero estar sola; gracias.

— ¿Le importa si me quedo aquí?

Preguntó, mas no esperó su respuesta para hacerlo, situándose a su lado y apoyando la espalda en la pared.

— ¿Acaso está sordo? — pudo ver que una sonrisa se reflejaba en sus labios bajo su antifaz.

No podía negar que era bonita. Muy bonita para un ser que le daba igual la opinión de los demás. 

— Diría que ese es uno de mis defectos; no escucho a la gente. 

— Ya... — ¿a ella qué le importaba? —. Mira, no tengo ganas de conversar.

— ¿Entonces para qué ha venido? Si no baila, si permanece aquí de pie.

Su pregunta la molestó. 

— ¿Se puede saber por qué le tendría que responder? 

— Porque le estoy dando conversación, con lo cual, sería de mala educación que me dejara hablando conmigo mismo.

— Una conversación sin sentido encuentro esto — iba a irse cuando el hombre la detuvo, cogiéndole el codo —. No se da por vencido, ¿verdad?

Intentó escapar de su mano.

— No, mi hermosa dama.

— Se aventura demasiado; no me conoce. A lo mejor escondo debajo del antifaz, un horrible rostro, arrugado y con verrugas. 

Para su sorpresa, el caballero se rio con una risa clara y cristalina. Fue plenamente consciente cuando la atrajo con suavidad hacia su cuerpo.

— Me da a mí que no, y aunque, lo fuera, eso no me desilusionaría — tuvo que hacer un gran esfuerzo para no caer rendida ante su encanto, mas el otro no disimuló en observarla, ya que el vestido que llevaba no era nada pudoroso—. Espero que no me rechace esta pieza de baile, sino dejaría un corazón roto por el camino.

No lo creía, pero como quería quitárselo del medio, aceptó.

— Está bien, un baile y no más. Quiero después irme de aquí.

— ¡Qué pena! — la guió hacia el centro del salón y la envolvió con sus brazos para bailar —. Porque me gustaría bailar con usted toda la noche. 

Ella no estaba muy convencida de ello. Como no quiso ilusionarle, se calló, presumiendo nuevamente su falta de interés hacia su persona.



Ámame #5 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora