Capítulo 18

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La conversación que había tenido con Lobrough en esa tarde había dejado huellas invisibles en ella porque así no se explicaba el porqué continuaba con ese raro malestar que no la había abandonado después, y ni siquiera durante el relajante baño. Se rio para sus adentros, no tenía pizca de relajante cuando estaba... absorta en sus pensamientos. Se llevó al pecho las piernas, echando el agua por encima del borde, y apoyó la barbilla en sus rodillas. Notó como su corazón latía pausadamente, sin dar brincos o volteretas. ¿Cuándo los dejó de sentir por alguien? 

Con Edward, había vibrado y creyó que congeniaría hasta que él no quiso más su compañía. 

Con Ansel, creyó lo mismo. Sin embargo, se estrelló con los pajaritos de su cabeza y él se fue con su esposa. 

"Pero no lo he hecho. Verá no he tenido el tiempo para buscar una esposa. No me malinterprete; no estoy quejando de mi trabajo. Sino que no tengo el tiempo, la dedicación y el esfuerzo que requiere en su búsqueda (...). Además, no quiero darle a mi esposa un futuro muy solitario como el que tuvo mi madre".

Suspiró y miró lo solitaria que era su habitación. El marqués le había propuesto matrimonio, pero no era para fines románticos. Ella lo había aceptado. Pasó su mano por el agua.

"No le dije una palabra sobre vuestro compromiso. Me gustaría esta vez no dañar sus planes de futuro (...). Soy humano. Sé reconocer mis fallos;  no volveré a repetirlos". 

¿Por qué no te vas de mi cabeza, Balthazar?

Se sumergió dentro del agua, queriendo hundir también las palabras de él, que seguían incrustadas como cristales en la carne de su pecho. 

*** 

— ¿Qué planes tienes esta noche?

Aunque la voz del marqués demandaba su atención, no interrumpió su lectura. El mayordomo le habría dejado pasar, considerando que sería bienvenido de su parte. Además, ¿cómo iba a darle la puerta delante de sus narices? Habría sido descortés. Pero su presencia no la alteró en lo más absoluto. Pasó una hoja sin dar muestra de que iba a responderle cuando oyó su carraspeo por encima de su cabeza y le dijo, de forma ausente:

— Como ve, leer.

— ¿Leer? ¿No es un poco aburrido?— se sentó sin su permiso en un lado del diván, donde estaba recostada —. ¿No te parece mejor venir conmigo al teatro esta noche?

— Nos verán juntos.

— Eso suena de lo más interesante, si queremos dar más credibilidad a nuestro romance — esta vez no pudo continuar. No pudo por el tema que había puesto encima de la mesa, así que lo miró —. ¿No piensas igual que yo?

—  ¿Qué romance? ¿Usted y yo, enamorados? — cada vez le estaba costando hacerlo.

— Sí, claro. Mis padres tienen que creérselo aún más y  la gente que nos vea en el teatro comenzará a relatar lo enamorados que estamos.

— Daremos más habladurías — no estaba muy convencida.

— Vamos, Florence. Acompáñame, por favor. ¿No le da pena cuán solo me llegaré a sentir si no vienes? — le cogió la mano y empezó a darle besos. 

— De acuerdo; no obstante, le hago saber que no estoy segura de los resultados que quiere provocar— apartó su mano de su agarre —. Me iré a arreglar. 

Se levantó del diván y notó la mirada del hombre en ella.

— Puedes ir así como vas.  Nadie  criticaría tu atuendo.

— Déjese de tonterías. Una mujer debe ponerse sus mejores galas — haciendo caso omiso a su cumplido —. Si se está arrepintiendo, puede buscarse a otra compañía que le complazca.

Tuvo el detalle de hacer el gesto de cerrarse la boca y tuvo la paciencia del mundo en esperarla. 

***

Aunque no hubiera comenzado la función, ya lo habían hecho ellos con su aparición en el palco. Acapararon todas las miradas del público. No había fallado en su intuición; darían de que hablar. 

— Parece que has causado sensación.

Intentó no mirarse, ya que demostraría un poco de inseguridad de sí misma y no era lo que pretendía. El mérito lo tenía el vestido; no era el más provocativo que tenía guardado en su armario, pero sí tenía el detalle de su escote recto y bajo. Aunque el collar de perlas disimulaba el escote, no quería decir que se lo tapaba del todo.

— ¿Eso no era lo que pretendía?

— Más que eso, querida — tuvo el descaro de inclinarse y acercar su rostro hacia el de ella —. Puedes tomar asiento.

Lo tomó, pero no porque se lo había ordenado, sino porque no se sentía las piernas. Nunca en su vida había estado tan nerviosa, y no entendía el porqué. Más o menos, lo sabía. Tenía que hacer una buena actuación. Miró el escenario que todavía no había comenzado la función de esa noche. No conocía cuál se representaría. Se abanicó mientras esperaba. Sin beberlo, ni quererlo, se topó con una escena que le sentó mal; como si se hubiera tomado leche agria. Cerró el abanico de un solo golpe. 

— No me dijo que su familia estaría presente.

— ¿No se lo dije? Bueno no es tan importante. 

Lo que no le molestaba era su familia. Por lo que veía, estabas las hermanas de él, la señorita Darian y... él, y estos dos muy cercanos.

— También, ¿ha invitado a su consejero?

— No lo sé — echó un vistazo, siguiendo la mirada de ella en el punto que estaba viendo —. Vaya, vaya. Si está la erizo con ellos.

— ¿Erizo? ¿Se refiere a la señorita Darian? — el aludido se sonrojó y carraspeó, pillado en lo que quizás fuera su secreto —. Bueno, no me importa. Desconocía que tuviera un buen trato con el señor Lobrough.

— Me imagino que no les habrían podido acompañar mis padres o los de ella. 

— ¡Qué loable su intención! — no estaba siendo justa, pero sentía miles de afilares pinchándole. Era muy molesta la sensación —. ¡Qué bien! 

— Sí, es muy noble de su parte haberlo hecho.

Iba a ser muy divertido, pensó cuando las luces se apagaron y la voz de uno de los actores dio el comienzo de la función. 

Ámame #5 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora