Capítulo 17

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Le sorprendió que su segunda lección fuera...

- Camine.

- ¿Cómo? ¿No me va a preguntar acerca de los libros que me ordenó leer?

- Más tarde. El tiempo es oro y tengo otros asuntos que atender. La clase de hoy quiero ver si se mueve con corrección y elegancia...

- ¡Es absurdo! Sabe perfectamente que sé caminar - aunque fuera una lección, estaba casi ofendida de que le pidiera aquello. Así que como revancha, añadió con picardía: - Salvo que quiera verme cómo ando.

Sin embargo, al verlo con el rictus serio sin hacer amago de sonreírle como otro hubiera hecho en su lugar, siguiendo el juego o regañarla, se obligó decir:

- Es un chiste.

- No estamos para chistes.

Permaneció como una estatua de piedra. Inmutable. ¿Nada le removía por dentro?

- Ya lo veo. No sé por qué lo intento - murmuró por lo bajo y se dispuso a demostrarle que sabía a caminar - Está bien; lo haré.

No obstante, no le dijo que le daría su toque personal. Si la tenía que mirar, que la mirase bien, ¿no? Con todas sus consecuencias. Sin embargo, toda vanidad y orgullo que una podía albergar, se esfumaron cuando lo vio oculto tras un periódico.

¡No la había visto! ¡Todo el esfuerzo para nada!

Herida fue hacia hasta él en varias zancadas (olvidándose de su delicado caminar) y empujó los papeles hacia abajo, arrugándolos a su paso. Se topó con su ceja enarcada. El muy... tuvo la valentía de preguntarle:

- ¿Y bien? - y parecía impaciente.

- Se supone que tenía que mirar.

- ¿Para qué? - sacudió las hojas para que las soltara de su sujeción -. Si sé que sabe caminar.

Se controló para no mostrarle los dientes y gruñirle. Si lo hubiera hecho, no habría sido nada femenino y habría perdido en lo que parecía ser una batalla de orgullo. Se cruzó de brazos, controlándose.

- ¿Le parece bonito esta manera de enseñarme a ser una mejor esposa para el marqués? Mandándome a que haga esto u lo otro sin que usted lo supervise como debía hacer.

- Entiendo su malestar; pero así son las cosas - ¿se quedaba tan a gusto tras decirle aquello? El muy ... se escondió de nuevo tras los arrugados papeles del periódico.

Resopló y en un impulso se los quitó, doblándolos y dejándolos en la mesa. Ya no tenía objeto por el cual esconderse e ignorarla. Él los miró con ahínco, como si el periódico fuera un objeto de valor muy estimado.

- Tengo una idea.

- Si la idea es un disparate, la lección de hoy se termina aquí- puso los ojos en blanco al oír su tono de dramatismo.

- No lo hará. Si quiere enseñarme de verdad, tengo que tener un modelo.

- Y sugiera qué...

- Sea mi modelo. Verá, sabe que durante mi profesión, he aprendido artes sobre cómo incitar al hombre, incluso en el caminar - otra vez su intención de que reaccionara fue papel mojado -, tanto que desaprendí lo que me enseñaron en su día mis maestras.

Era una gran mentira porque se acordaba de que cada dichosa regla, norma o paso a seguir, pero él lo desconocía.

- Entonces, lo que me dijo anteriormente era una mentira.

- Entienda que tengo mi orgullo, Lobrough.

Pudo observar perfectamente la batalla interna del hombre, y cómo finalmente la responsabilidad ganó a la prudencia.

- Seré su modelo.

- Gracias, Lobrough. No se arrepentirá.

Pero no tenía conocimiento de que lo estaba haciendo ya. Desde el primer segundo que la duquesa le anunciara su papel en esas clases.

(...)

- Practiquemos, dando un paseo.

Esta vez ella no le rechistó, sino que se sujetó a su brazo. Balthazar tuvo que hacer el gran esfuerzo de no corresponderle como habría sentido en el azote de su carne. Se mantuvo en su posición, con corrección y actuando como un caballero, siendo consciente de como su brazo se apretaba contra la esponjosidad de su escote.

- Bien, ¿de qué tema podemos conversar?

- Normalmente, se iniciaría con temas triviales. Por ejemplo, el tiempo.

- Un día como otro, mi señor.

- No le interesa hablar de ello, porque su respuesta no da a pie a que siga yo con la conversación o que le responda.

- Está bien para romper el hielo o cuando no conoce a esa persona; pero como nosotros nos conocemos, no hace falta.

- ¿Qué tal los libros que le recomendé que leyera?

- No, por Dios. Antes se lo sugerí; pero para conversar lo encuentro muy aburrido. ¿Si nos hacemos preguntas y nos respondemos mutuamente, y lo hacemos por turnos?

Él lo meditó bien, podía ser una trampa. No obstante, cedió.

- Comience- fue caballero en darle a ella primero el turno.

- ¿Por qué no se ha casado?

Inconsciente, esbozó una sonrisa, aunque no le llegó tal sonrisa a los ojos.

- Creo que mi estado de soltería no es de tema de conversación, señorita.

- Vamos, usted, sabe mis secretos. Hazme ese pequeño favor.

- Por ello quiere saber el porqué no me he casado.

- Ajá - curioso, la miró -. Podría haberlo hecho.

- Pero no lo he hecho - apartando nuevamente la mirada -. Verá no he tenido el tiempo para buscar una esposa. No me malinterprete, no me estoy quejando de mi trabajo. Sino que no tengo el tiempo, la dedicación y el esfuerzo que requiere en su búsqueda.

- Vaya...

- Además - no pensó que siguiera -, no quiero darle a mi esposa un futuro muy solitario como el que tuvo mi madre. No se me irá de la mente la mayoría de días que pasaba mi madre sola, aunque nos tuviera a mi hermano y a mí o mi padre estuviera unos días en la casa.

Es cuando sintió ella un retortijón en el estómago.

Porque si llegara a casarse con esa dama, ella sería colmada por su atención y su cariño. Carraspeó, encontrándose de repente incómoda y con malestar. Se sentía mal. No debería haberle hecho esa pregunta.

- Mi hermano me preguntó por usted y sobre su relación con el marqués.

¿James?

- ¿Qué le dijo?

- No le dije una palabra sobre vuestro compromiso. Me gustaría esta vez no dañar sus planes de futuro, aunque él sea mi hermano y se merece saber lo que está ocurriendo.

Se apartaron y se miraron. Maldijo los rayos que tímidamente se colaban por las nubes y atravesaban el cristal de las ventanas alcanzándolos, haciendo que los anteojos deslumbraran y no viera sus ojos.

- ¿No lo va a hacer?

- No. También, aunque no lo crea, soy humano. Sé reconocer mis fallos y no volveré a repetirlos.

Florence no sabía qué decir. Estaba desconcertada; más que desconcertada... no sabía qué pensar realmente. Incluso, se sentía algo decepcionada. ¿Por qué?

- No es conveniente remover el pasado - musitó con un hilo de voz.

- Tiene razón.

Florence asintió sin pronunciar palabra, tragándose el nudo de la garganta. Al rato después, rompiendo el silencio que se había instalado en su paseo y olvidándose de su juego, dijo:

- Es mejor que dejemos el paseo para otro día.

- Sí, será lo mejor. Hasta más ver, señorita Savage.

Ámame #5 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora