Capítulo 20 (mini)

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- Creo que sus hermanas todavía no me aceptan - comentó cuando el carruaje había iniciado el trayecto a casa.

El traqueteo que había tomado no la tranquilizaba en absoluto. Haber dejado atrás tanto a sus futuras cuñadas como a su profesor y la señorita Darian no le había traído tampoco paz a su mente.

- Todavía no se creen que vayamos a casarnos.

No era que le importaba porque en sus planes no se incluía estirar más la farsa. Por otra parte, no iba a convivir con ellas. Sin embargo, sentir su indiferencia era como notar un granito de arena en el calzado. Pequeño y muy incómodo.

- ¿No se lo creen o no me aceptan? No hay mucha diferencia entre una cosa u otra - añadió esto último con tintes de sarcasmo.

Adam, como era habitual en él con las mujeres, tomó su mano y le dio un apretón de ánimo, aunque también posó sus sensuales labios en sus nudillos.

- Te aceptarán; créeme que lo harán.

- Mi pasado las perturba - apartó la mano ya que no quería darle pie a otras intenciones, aunque su alma quería un poco de cariño. Un poco de cariño no vendría mal -. ¿Cómo no hacerlo? Si lo llevo a mis espaldas, en mi frente, en cada paso que doy.

- Cuando te cases conmigo, callarán muchas bocas, incluidas las de mi familia.

- Gracias - pero no era suficiente. No lo era cuando se había sentido más desplazada que en otra ocasión -. Se le pasa por alto que esas bocas no quedarán totalmente calladas cuando nos divorciemos.

- Salvo que no queramos hacerlo.

- No me enamoraré de usted - le advirtió, tal advertencia no le ofendió, sino todo lo contrario.

- ¿No podría hacerlo? Puedo esmerarme y que se enamore de mí, si quiero.

Como estaban sentados en el mismo asiento del vehículo, no tuvo que moverse mucho. Cogió entre sus dedos uno de sus mechones de color miel.

- ¿En serio? - enarcó una ceja -. No, no, no caeré en su treta, milord. Le gusta recoger corazones rotos.

- Me hieres - fingió sentirse dolido -. ¿Por qué no me tuteas? Pronto seremos marido y mujer...

- Recuerda nuestro trato - le arrebató el mechón y recuperó la compostura.

- Estoy empezando odiar ese trato; ¿por qué no nos podemos divertirnos? No queremos amor, solo pasarlo bien. Si quisieras, podría invitarme a una copa, despreocuparnos de nuestros deberes y ...

Aunque la voz de él le parecía cada vez más lejana; sus palabras no lo fueron. Se le metieron en su cuerpo y, algo en su interior se retorció, sus pensamientos retrocedieron al comportamiento de Lobrough con la señorita Darian.

La señorita Darian.

Impoluta y perfecta para ser una considerable candidata como esposa de Lobrough.

- Creo que por una noche de diversión no lo voy a desdeñar - le dijo sin realmente notarlo.

Si lo sorprendió o no, no lo supo, porque su mirada estaba puesta en otra parte, en la calle.

***

Lobrough miraba el reloj de pie como el de su bolsillo. Aun así, las horas que se reflejaban eran idénticas. No había un minuto de más; ni de menos. Entonces, no había error en ello; la señorita Savage llegaba tarde.

El motivo de su tardanza lo desconocía por completo. Esa falta de saberlo lo tenía en vilo; aunque no lo demostró en apariencia. Porque podría haberle pasado cualquier cosa. Desechó ese mal augurio de su cabeza. No quería pensar que le hubiera ocurrido un accidente. No; ella era demasiado indómita para que...

Alguien le tocó la puerta interrumpiendo sus pensamientos.

- Milord - retrocedió un paso para dejarle paso -. Es inesperado verle por aquí.

- Lobrough. No he podido avisarle antes porque he llegado ahora - lo observó indeciso y embarazoso-. La señorita se encuentra indispuesta hoy; así que no podrá venir a la clase.

- ¿No tendrá nada grave? - cuando preguntó, no quiso haberlo hecho.

La evidencia estaba delante de sus narices. Él llevaba las mismas ropas de anoche; no se había cambiado. Lo que se imaginó que no habría pasado por su casa a cambiarse. Entonces... un manto rojo enturbió sus sentidos, provocando que la sangre rugiera en sus oídos.

- No, no, no. No es una enfermedad lo que tiene - su sonrisa complacida se lo confirmó.

Hizo un gran esfuerzo para no abalanzarse y sostener a la bestia de su interior que reclamaba lo que era suyo.

- Lo entiendo.

No lo entendía.

- Sabía que podía contar con ello - le dio una palmada en su hombro -. Por favor, no le diga a mis padres sobre lo acontecido. La señorita Savage no tiene culpa de su indisposición de esta mañana y de seguro mis padres no lo verían con buenos ojos.

- Tiene mi palabra que no les diré nada.

- Le debo una, Lobrough. Cualquier favor que quiera, no lo dude en pedírmelo. Es usted, un excelente y leal servidor. Me alegra de que esté en la familia.

Lo que sentía Balthazar en ese instante no era precisamente un excelente servidor cuando quería cogerlo y molerlo a golpes. Tampoco, le alegraba de estar en esa casa. Inspiró hondo, sin embargo, no se le fueron las ansias; se agudizaron. Por si no fuera poco, una voz susurradora le tentó con una idea.

Una mala idea.

¿Estaría a punto de dejarse llevar por la tentación?

La última vez, trajo horribles consecuencias. Entró en una jaula que no supo bien cómo escapar o si quería hacerlo.

¿Tendría sentido volverlo a hacer?

Ámame #5 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora