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El tráfico, las circunstancias de su estadía en aquella ciudad, hacia dónde se dirigían... Todo la traía de los nervios.
Se sentía sofocada e inquieta, haciendo de tripas corazón por mantenerse imperturbable , pero ya era tarde.
Al tomar las solapas de su blusa para batirlas un poco por aire, un escalofrío la recorrió. Miró su escote y se removió en el asiento.

Al sentir la mano de Paulina posarse en su brazo, se giró a verla. Viajaba a su lado a bordo de un uber con destino a la mansión de los De la Mora. Vio su expresión bañada de los rastros que dejaban las luminarias en la noche, mientras el automóvil avanzaba.

Tranquila. Todo está bien. Dijo Paulina, forzando una media sonrisa.
Sonrió por reflejo y se llamó al orden mentalmente.

Paulina. Las manos de Paulina sobre sus pechos un par de horas atrás. Ése era su conflicto...

"Puedo tocarlas?" le había dicho.
Y su curiosidad le resultó lógica. La recibía de buena gana. Paulina de la Mora estaba abriendo -aunque escuetamente- una puerta que debían atravesar. Podía entenderla, entonces se dispuso a mostrarle a su ex esposa esa parte de su cuerpo que desconocía.

Una vez se hubo desprendido el sujetador, se supo en problemas. Paulina posó ambas manos sobre ella sin demasiada demora.
Apartó la vista, para distraerse con cualquier cosa y no detenerse en sí misma, ni en el toque de la mujer que tenía en frente.
Sabía que Paulina la miraba, lo sentía y pudo verlo de soslayo en el reflejo del espejo. Tragaba saliva duramente, supo entonces que ella también estaba peleando internamente con algo.
Y aunque le generaba intriga, también le provocaba cierta desazón el deseo de preguntarle. Aun no sabía por dónde deambulaban los pensamientos de Paulina, pero la otra noche tanto ese beso surgido de 'la costumbre', como la huida de él había sido por partes iguales.
Ahora podría jurar que sus manos temblaban al tocarla, pero igual y era su imaginación. Incapaz de arriesgar nada, no se movió un milímetro de su estoicidad, durante esa 'exploración' que se le figuró una eternidad.
Luego su ex se apartó, le dio las gracias (?!) y se fue.

En el momento en que ella dejó la habitación, el escalofrío a través del cuerpo de María José, fue completo. Raudo y tan profundo que le hizo cerrar los ojos.
Otra alerta que recorría su piel y otro reproche mental. Un aviso más de que esa morena de grandes y profundos ojos seguía provocando un escándalo en su ser hasta la última célula.

Terminó de arreglarse con algo más de lentitud y caminó escaleras abajo.

Ya llegamos. tranquila. Gracias por venir. Las palabras de Pau la sacaron de sus pensamientos y se dio cuenta que, efectivamente, el auto ya tomaba la rotonda de la fuente afuera de la casa.


En tus ManosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora