El Deseo

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La fiesta seguía su curso, la gente disfrutaba de los manjares y bebidas que ellos mismos habían preparado. Las gente del circo no se quedó atrás: ellos ofrecían los espectáculos que daban cada hora para entretener a los invitados.

En la mesa central, un cabizbajo Judal escuchaba el barullo, de cuando en cuando y por petición de su esposo, el azabache saludaba a reyes, príncipes o terratenientes de otras naciones para volver a la misma posición. Esta actitud no pasó desapercibida para Sinbad, quien solo tenia que esperar para que la fiesta estuviera por concluir.

En otra mesa, se encontraban los regalos de boda: telas, joyas, muebles y algunos cofres con oro. Donde eran custodiados por los guardias de Sindria, solo permitían acercarse a quienes fueran a dejar un obsequio. Goltas y los demás vigilantes del circo, cuidaban la entrada al palacio.

Pero la mayor sorpresa se la llevaron los Ocho Generales, esta vez, la mano de su rey sujetaba la de Judal y no una copa de vino todo el tiempo, como solía hacerlo. Le daba leves apretones de cuando en cuando buscando llamar su atención, pero solo recibía pequeñas sonrisas. La noche llego, era hora de que la pareja real se retirara a su habitación.

Antes de hacerlo, Judal con ayuda de sus, ahora antiguas compañeras de circo, se preparaba para pasar su primera noche con su esposo.

- Tranquilo Judal - le hablo la jefa de las bailarinas

- Yo... ¿Qué se siente?

- ¿De verdad quieres saberlo?

- Si y no...

- Bueno... digamos que a la anguila del hombre de gusta entrar a la cueva de su cónyuge

- ¿Dolerá?

- Al principio, pero como el rey te ama, estoy segura que será muy cuidadoso

- Eso espero

- Tranquilo - tomando su rostro en sus manos - todo saldrá bien

Judal sonrió, finalmente la hora había llegado. Ataviado con un camisón y una bata de dormir, el joven se despidió de sus amigas. Ya solo, se sentó sobre la enorme cama, mientras Sinbad ya estaba camino hacia su recamara nupcial. Una enorme sonrisa adornaba su rostro, decir que estaba ansioso era poco, la emoción lo hacía avanzar lo más rápido posible a su cuarto.

Dio un suspiro antes de llamar a la puerta, donde una nerviosa voz el dio entrada. A paso firme, Sinbad encontró a Judal sentado en la cama, al verlo se puso de pie. Sus nervios se notaban y más por su tímida sonrisa.

- Hola

- Hola - sonrió más el menor - ¿cansado?

- Para ti - acercándose - nunca... ¿Judal? - el menor no pudo evitar temblar al sentir esas manos en su cintura

- Perdón... yo...

- Está bien - sonrió el peli morado - seré muy gentil contigo - acariciando su rostro - te amo tanto que por eso estoy dispuesto a darte más tiempo si lo necesitas

- Gracias - sonriendo - pero creo que ya esperaste mucho por mi

Judal se acercó un poco más a Sinbad para rodear ese fuerte cuello con sus brazos, mientras esas varoniles manos se colocaban nuevamente sobre su cintura. Un tímido beso corta la distancia, pero se separan por un momento, los labios del mayor se pasean hasta el oído del menor.

El azabache sintió un cosquilleo al sentir la nariz del peli morado, paseándose por su cuello, aspirando ese aroma a durazno que imagino en el joven. Por su parte, sus manos comenzaron a deshacer el nudo de la bata, misma que se terminó en el suelo. Y segundos después, el camisón siguió el mismo destino. Al verse semi desnudo, Judal agacho la cabeza

Arabiya layla GendanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora