Capítulo 4

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Al final llegué a la conclusión de regalarle un pato a Marcos. Es decir, ¿a quién no le gustan los patos? A parte de a Jace y William Herondale, obviamente.

Si sabéis quienes son, os quiero. A no ser que no os gusten los gatitos. En ese caso no os quiero.

Pero como solo tenia dinero para la jaula del pato (si, existen) tuve que coger el pato del estanque del parque de la esquina.

Se lo llevé a Marcos a su casa al día siguiente.

—Ah, eres tú, Carlota. ¿Eso es un pato?—preguntó con voz temblorosa.

Joder, ¿no tendría miedo a los patos, no? Porque como fuera así, la había cagado pero bien.

Se puso a chillar como un loco.

Genial; si que la había cagado. En fin, tampoco era tan raro. Que la cagará, digo. Tenerle miedo a los patos si que es jodidamente raro.

—Excepto en los Herondale. Ellos son perfectos.

—¡¿De qué estás hablando?! ¡saca a esa bestia infernal de mi territorio!

—¡Si es inofensivo!—dije mientras lo sacaba de la jaula y lo cogía—¿Qué te va a hacer?

Y si, ahora viene el momento en el que me tuve que tragar mis palabras.

No sabéis el daño que puede hacer la agresión de un pato.

—¡Te lo dije! ¡já! ¡tenía razón!—chilló— Espera...¿eso es sangre? Aypordiossiqueessangreteestásdesangrandovasamorirnoquierosertestigodeunamuertetengoquellamaraunaambulancia.

—¿Qué...?

—¡Ayuda! ¡miamigaseestádesangrandoysevaamorirvenganrápidoestoyenlacalle...!

Seguía hablando pero yo me quedé en la parte en la que dijo "mi amiga".

¡FUNCIONÓ! Dios que puta ama soy.

Ahora solo quedaba que la próxima vez dijera "mejor amiga".

Luego caí en que estaba llamando porque me había mordido un pato. A continuación miré mi mano.

¿Había mencionado que le tengo fobia a la sangre?

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Cuando desperté estaba en una sala preciosa.

La casa de Marcos.

Él estaba sentado en la otra punta del sofá viendo la televisión , y cuando se dio cuenta de que estaba despierta, la siguió viendo.

Al final habló.

—Ya te puedes ir, eh. Al final solo era un pellizco. Es solo que me da pánico la sangre.

Que directo, ¿no? Ya podría haber disimulado un poco que quería que me fuera.

—Si, supongo que me iré ya. De todos modos, había quedado.

—Ah, bien.

Silencio incómodo. Pasaron un par de minutos así.

—Carlota.

—¿Qué?

—Vete. Y llevate a tu pato.

Media hora después, ya había dejado el pato en el lugar de dondo lo había cogido. Y menos mal, porque había un señor mayor gritando que le faltaba un pato y que qué iba a hacer con el trozo de pan que le quedaba.

Ni puta idea.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora