Todavía no había amanecido y por la oscuridad de la noche que se podía ver a través de la ventana, podía decir que no era una hora prudente. Estaba recostado de lado mirando a la rubia que dormía tranquila a mi lado. No sabía exactamente cuanto tiempo llevaba despierto, al igual que había perdido ya la cuenta de los minutos que habían pasado desde que había empezado a recorrer el cuerpo de la valenciana con mi ojos.
La había mirado muchas veces pero ninguna como aquella, la luz de la luna que se reflejaba formando el contorno de su piel y aquello le sentaba especialmente bien. Podía ver a la perfección su rostro relajado, oculto tras algunos mechones rubios sueltos y rebeldes que le rozaban la nariz.
Como si fuesen de cristal, se los aparto y sin poder controlarme empiezo a trazar los rasgos de la chica.Samantha parecía un nuevo mundo cada noche. Siempre había un nuevo lunar que descubrir o algún que otro tatuaje que había olvidado repasar. Yo personalmente, odiaba todos los tatuajes; menos los de la valenciana. Los de ella me volvían loco, podía pasarme horas repasándolos con la yema de mis dedos. Incluso creía que yo mismo podría dibujarlos, me los sabía de memoria.
Como si de impulsos de tratase, recorro cada uno de ellos, deteniéndome en mi favorito. El ciclo lunar que descansaba sobre su muslo derecho. Estaba concentrado en mi tarea cuando noto como la piel de la valenciana se eriza bajo mi tacto, estaba despierta.
Apurado por mi imprudencia y por haber interrumpido su sueño me acerco para abrazarla con cuidado.
- Te he despertado.- afirmo en un susurro.
- Nunca me he dormido.- me informa.
Sabía que aquello era mentira, porque sabía perfectamente cuando Samantha estaba dormida y cuando no. Pero lo dejo pasar y me dedico a atraerla más junto a mi y a trazar pequeños círculos sobre sus espalda.
- ¿Flavio?- pregunta.- ¿Por qué no duermes?
- No se.- miento, si que lo sabía.
Llevábamos ya lo que era una semana en Murcia, y hoy, partíamos para Valencia. Había sido una semana maravillosa cuanto menos, y gracias a ella había descubierto lo bien que empastaban la personalidad de Samantha con la de mi familia; precisamente en eso se basaba mi inquietud. Sabía que mi personalidad no lo haría tan bien.
- Es pronto todavía, luego vas a estar cansado.- me dice a la vez que lleva su mano hasta mi pelo. Yo no digo nada, solo asiento levemente con la cabeza y me dejo acariciar.
No sabía cual de todos los momentos del día con Samantha era mi favorito, pero si podía decir que uno de los que más me gustaba era este, el despertar. Mis últimos despertares eran el reflejo de aquello mismo, Samantha adormilada acariciando la parte posterior de mi cabeza mientras yo me entretengo dejando una retahíla de besos por su cuello.
Me había acostumbrado ya a la fragancia con olor a bebe con la que se rociaba la rubia todas las noches para dormir, al igual que me había encariñado ya con aquel pijama de pantalón corto que usaba inclusive estando en invierno. Su coleta desordenada era mi pan de cada día y las infusiones sin acabar repartidas por toda la casa de mi madre eran algo que me fascinaba recoger sin cesar.
Cada día con la valenciana era diferente, nunca se caía en la monotonía, porque ella misma no te dejaba hacerlo. Samantha era como una caja de sorpresas que se abría poco a poco a ti. Ni siquiera ahora estaba seguro de conocerla del todo, porque sabía que mañana me deleitaría con alguna rareza, manía o costumbre nueva.
Yo, por mi parte, me había acostumbrado tanto a lo diferente que se veía el mundo junto a Samantha; que dudaba querer volver a verlo y a vivirlo de la misma forma que antes. Me sentía como cuando subías en una montaña rusa: sigues disfrutando mientras asciendes, pero sin dejar de preguntarte cuando es que vas a caer. Sabía que, con Samantha, yo caería pronto.