El camino a casa se hizo demasiado largo para Samantha, aunque demasiado corto para Flavio.
Para cuando el coche rojo de Debora se estacionó con cuidado en el aparcamiento familiar que compartía frente a la casa de su pequeño pueblo, la tensión se podía más que sentir en el ambiente. Samantha solo estaba ansiosa, las ganas de ver a sus padres le habían nublado las tantas otras preocupaciones que ocupaban su cabeza. Su hermana mayor, sin embargo temía la reacción reacia que sabía que iba a obtener Flavio por parte de sus padres. Flavio, que estaba ajeno a todo, no podía evitar pensar en si los padres de las valencianas serían también rubios.
Debora tomó la iniciativa de ser la primera en salir del coche. La chica en realidad, solo esperaba poder encontrar a sus padres antes de que el mismo Flavio lo hiciese.
La mayor había tenido que soportar durante toda una semana los comentarios desafortunados de sus padres hacia el murciano. Aunque Samantha creyese lo contrario, ella no era la mejor guardando su intimidad y desde hacía dos años ya, los padres estaban perfectamente al tanto de sus idas y venidas con aquel niñato de universidad que poco hacía más que malgastar el tiempo en la música.
La familia de Samantha era una familia humilde de pocos recursos. Más de una situación desagradable y para nada deseada los había llevado a ser extremadamente realistas con lo que tenían y lo que no tenían. Sabían que precisamente ellos no se podían permitir el lujo de malgastar el dinero; vivían de oportunidades únicas, justo como era el caso de la beca de Samantha para estudiar fuera, concretamente en Salamanca.
Por ello mismo, a los ojos de ambos padres, Flavio no era más que un chico malcriado al que lo habían acostumbrado a tener poco en cuenta sus recursos. Que su madre hubiese podido pagarle una universidad fuera de su ciudad natal no era de la incumbencia de la pareja valenciana, más bien lo que molestaba a los padres de Samantha era la poca perspectiva de futuro que tenía el joven.
No estaban conformes con el estilo derrochador de vida al que Flavio estaba acostumbrado y no querían que su hija fuese por el mismo camino. Sus padres eran conscientes de la posibilidad de ascender económicamente hablando de Samantha y no querían que alguien como Flavio fuese un impedimento para ello.
En realidad sólo temían lo que todos ya sabían, Flavio tenían un poder sobre Samantha que incluso podía hacerla renunciar lo irrenunciable.
Cuando Debora introdujo las llaves de casa en aquella enorme cerradura, sintió un inexplicable alivio al sentir el silencio impoluto que dominaba la casa. Para fortuna del murciano, los padres de Samantha no se encontraban en ese momento en casa.
- No lo entiendo, podrían recibirnos al menos.- comencé a decir notablemente enfadada.- Llevan mucho tiempo sin verme.
- Bueno Samantha, no pasa nada. Habrán ido a hacer algo importante seguro.- la alegría intendible de mi hermana me empezaba a molestar, aunque en realidad estaba más decepcionada que enfadada. Simplemente me esperaba verlos con los brazos abiertos esperándome tras aquella puerta.
- Samantha.- se acercó despacio hacía mi Flavio. Con todo aquello casi que me había olvidado de él por completo.- ¿Te importa si me ducho? Sigo un poco dormido todavía.- dijo aquello último de una manera tan suave que junto al roce de sus dedos paseándose por mi brazo derecho, hizo que me tranquilizara enseguida.
- Claro que si, bebe.- entrelacé nuestros dedos e ignorando a mi hermana lo conduje hasta mi cuarto para que el chico pudiese instalarse.
Cuando dejé a Flavio colocando perfectamente su maleta en una de las esquinas de mi pequeña habitación, todavía decorada justo como la Samantha adolescente la dejó; me dirigí hacía el salón principal.