Quincy, la sonrisa del amanecer

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Quincy, la sonrisa del amanecer

¿Alguna vez te has preguntando cuál sería la definición de felicidad? Realmente no la hay, la felicidad es muy complicada como para ser definida. Sin embargo, existe una criatura que aunque tampoco pueda ser definida, probablemente sea lo más cercano a la felicidad pura.

Quincy es una pequeña observadora infantil, caprichosa, enérgica, colorida, y feliz, sobre todo feliz.

Ella recorre el mundo resaltando la belleza en cada lugar, lo fascinante y característico de cada rincón, y lo colorido de sus cielos.

Sin embargo, hay algo que resalta por encima de todas sus características: ella siempre busca las más sinceras sonrisas, es la inspiración de su gran felicidad.

No siempre logra verlas, de hecho, más de una vez se ha enfadado con la humanidad por el simple hecho de que son pocos los que tienen la capacidad de verla. Claro, ella jamás lo tiene en cuenta, desde su punto de vista, aquellos que no pueden verla sin humanos que la ignoran, así que los considera descorteses y maleducados.

No obstante, entre los humanos que sí pueden verla, existe uno en particular que capturó la atención de Quincy.

Se trataba de un hombre gris, apagado, y cabizbajo, en su rostro se veía que hacía mucho tiempo que no sonreía. Quincy inmediatamente fue en su dirección y se detuvo justo frente a él para detallarlo.

Era muy delgado, blanco, ropa oscura y opaca, más alto que el resto de personas, tenía la mirada más triste que Quincy jamás había visto, siempre apuntándola al suelo, observando sus zapatos que empezaban a romperse.

Ella sabía qué significaba esa mirada, era la de alguien que lo había tenido todo y por alguna razón lo perdió. Había visto todo tipo de miradas, de sonrisas, de gestos, los reconocía todos, los entendía a todos. Esa mirada no era de preocupación o enfado, mucho menos de un simple pesar, no, esta era un profundo sentimiento de pérdida, en el que sientes que ni siquiera te tienes a ti mismo, cuando pierdes el sentido de todo lo que te rodea, y sientes ese profundo vacío perforante justo en el centro de tu pecho.

Ese hombre se desvanecía lentamente y Quincy lo sentía, sentía cada emoción, cada vacío, casa golpe, sentía el alma de aquel hombre con tan sólo mirarlo a los ojos.

Ella sufría con sólo eso, un simple vistazo a su alma, ¿Cómo era posible que un humano soportara tanto dolor? No era justo, él no era malo, no merecía sufrir así.

Decidió que lo ayudaría, pero... ¿Cómo hacerlo? El hombre no salía de aquel espantoso trance: una mirada hacia abajo y una mente repitiendo en bucle los momentos más dolorosos de su vida.

Quincy intentó muchas cosas: hablarle, escucharle, sonreírle, molestarle, e incluso asustarle, todas sin efecto alguno, parecía que no tenía capacidad de sentir.

Estaba a punto de rendirse, hasta que se le ocurrió una gran idea.

Decidió alejarse del triste hombre gris, y decidió molestar y llamar la atención de un hermoso y gran perro.

Una vez la tuvo, corrió lo más rápido que pudo hasta pararse frente al hombre. Quincy abrió los brazos esperando el gran salto de su nuevo amigo peludo.

En efecto el perro saltó, pero no cayó sobre Quincy, ella no puede ser tocada por los seres de ese plano, así que el gran perro traspasó el cuerpo de Quincy y aterrizó sobre aquel triste hombre.

Al principio no le agradó su nuevo compañero, lo miraba con desdén, y ni siquiera se atrevía a mirar a Quincy. Realmente estaba enojado.

Sin embargo, con el pasar de los días todo cambió,porque aunque seguía caminando en las calles y era evidente que lo había perdido todo, al menos ya no estaba solitario, ahora tenía un nuevo amigo.

Pero Quincy no se conformaría sólo con eso, ella necesitaba aquello que le motiva a ser quien es: una amplia y sincera sonrisa.

Sabía que no la conseguiría hasta qué él sanara aquello que le hacía tanto daño, así que decidió que también le ayudaría con eso.

Sólo necesitaba mirarlo a los ojos, y darle aquella paz que su alma tanto pedía.

Es casi poética la forma en la que Quincy vive: observa las miradas de todos, y de esa forma toca y sana sus almas. A veces una mirada basta para cambiar el mundo.

Ella se queda con todo el dolor y el sufrimiento de aquellos que mira, y de esa forma hace felices a quienes se detienen a observarla. A cambio, sólo espera que como recompensa le regalen una sonrisa, le gusta ver la felicidad en los seres que la rodean, porque aunque no tiene la fuerza para ser la felicidad, es capaz de otorgarla a quienes son capaces de mirarla a los ojos.

A veces una mirada basta para cambiar el mundo.

Así lo hizo, observó a ese hombre triste, tocó aquella alma ennegrecida, miró de frente aquellos fantasmas de la pérdida que él sufría, tomó todo aquello y le dio un cálido abrazo. Poco a poco se desvaneció el sentimiento de vacío que abundaba en él.

Quincy quedó herida, sus colores se apagaron, su mirada ya no era vivaz, sus ojos pesaban y las lágrimas brotaban de su rostro como si no hubiese un mañana.

Pero lo había, siempre había un mañana.

El hombre, libre de todo tormento, le regaló la sonrisa más sincera que alguna vez pudo darle a alguien, y ella, a pesar de su dolor, fue capaz de devolverle un pequeño esbozo de sonrisa.

Quincy jamás volvió a ver a aquel triste hombre, quien jamás volvería a estar triste. Tomó su dolor y pasó toda la noche en la playa cerca del mar donde permaneció hasta el amanecer.

Con la salida del sol, ella se liberó de todo el daño que había acumulado, dispuesta a repetir el mismo proceso una y otra vez, porque para ella no es problema, la sonrisa que el sol le regala cada mañana es suficiente para convertirla en el ser más feliz del mundo.

Si ella puede otorgar esa felicidad que tanto adora, ¿Por qué no hacerlo?

Cómo pintar monstruos en mundos perfectos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora