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¿Cómo había encontrado mi lugar de trabajo? No lo sabía, pero la pequeña de los Davis se encontraba frente a mí, a unos metros de distancia. Ambas nos mirábamos a los ojos fijamente, casi sin pestañear. Quien nos hubiera visto habría dicho que estábamos teniendo una guerra de miradas para ver quién era la más débil para saber quién era la que al final no tenía la razón en aquella guerra silenciosa. Ella se fue acercando hasta quedar cerca de mí sin quitar sus ojos de los míos.

— ¿Tienes tiempo para hablar? Necesito saber y aclarar unas cosas. — Dijo ella con voz segura pero tranquila.

No había ido con el pensamiento de discutir ni mucho menos. Hacía unos años atrás, cuando su hermano era mi novio, ella y yo éramos muy unidas, casi hermanas, así que la conocía bastante bien.

— Sígueme. — Fue lo único que pude decir mientras comenzaba a caminar hacia mi oficina.

Al entrar y cerrar la puerta a sus espaldas, sus ojos comenzaron a cristalizarse como si hubiera tirado de un cable. Anahí siempre había sido sensible pero no esperaba que comenzara a llorar sin haber iniciado nuestra conversación.

— ¿Por qué no lo dijiste? — Preguntó, rompiendo el tenso silencio que se había formado entre nosotras.

— Si lo hice, fui a tu casa y le dije a tus padres. — Respondí con fingida indiferencia.

Fingir que no seguía doliéndome lo hacía aún más doloroso.

— Ellos jamás nos dijeron, él no lo sabe Eval... — La interrumpí antes de que vistiera de víctima a su hermano.

— Sí que lo sabe, le escribí cientos de cartas a las que por cierto jamás tuve respuestas. Le informé de mi embarazo y lo que pasaba pero jamás se interesó. No vengas a victimizarlo, no arruines el cariño que te tengo. Si vienes aquí para decirme que se quieren llevar a mi pequeño les arrancaré los ojos y hablo muy enserio, Anahí. — Dije rápidamente.

Estaba tan molesta e indignada que no podía hablar despacio.

— Él no lo sabe Ev, me preguntó quién era el niño y no pude decirle que era su hijo. Demonios, él no tiene idea. No queremos quitártelo Ev, solo yo lo sé y no haré nada para separarte de él pero al menos déjame conocer a mi sobrino, por favor. — La pequeña Davis estaba a punto de llorar, su voz se había entrecortado y sus ojos se habían vuelto a cristalizar.

— ¿Cómo explicas las cartas? ¿Acaso él no pudo escribir ni una sola? ¿Eh? Envié más de cien, muchas más, al menos una tuvo que haberle llegado. No tienen ni idea del infierno que pasamos. No les importó que mi bebé muriera de hambre o de frío. Mi familia y la tuya nos dieron la espalda, ¿y aun así me pides que deje que se acerquen? Deambulé durante meses y, ¿esperas que sienta compasión cuando pude haber perdido a mi hijo? Lo siento Anahí pero no estoy preparada para que te acerques a él. Tal vez más adelante, pero no ahora, no cuando había cerrado esa etapa. — No me había dado cuenta del gran dolor que ese tema me causaba hasta que sentí las lágrimas caer por mis mejillas.

Por su parte, ella intentaba ahogar sus sollozos pero no le era posible, estaba llorando a mares. Solo pudo acercarse a mí para abrazarme, diciendo que lo lamentaba y repitiendo que lo sentía una y otra vez hasta que se calmó.

Jamás le había dicho a alguien todo lo que habíamos pasado mi pequeño frijol y yo. Nadie había escuchado de mi boca todo el sufrimiento y la angustia que había sentido durante esos meses. No sabían lo mucho que me había preocupado que mi niño no resistiera la dura situación que estábamos pasando en aquel entonces. Desconocían por completo lo liberador que había sido el que Johana y Margaret nos ayudaran. Jamás sabrían cuán tranquila y feliz me sentí cuando mi bebé nació sano y salvo gracias a aquellas dos mujeres que tanto me habían ayudado. Jamás lo sabrían porque no habían tenido que pasar por eso, porque no tuvieron que dormir y despertar con la incertidumbre de no saber si sufrirían un aborto espontáneo al día siguiente o más tarde, durante ese mismo día.

Después de ese pequeño intercambio de información ella se fue. Todavía me encontraba visiblemente afectada cuando fui a sala de emergencias a buscar a mi tan querido grupo.

Cuando los encontré se hizo evidente que no estaba bien y comenzaron a interrogarme. Luego de unos minutos pudieron comprender la situación al enterarse de que me había encontrado con el padre de mi niño y la hermana de éste. Les conté mis preocupaciones, me desahogué hasta más no poder y juraron que primero tendrían que pasar por todos ellos antes que llegar a nosotros. Si era necesario, ellos acamparían en mi departamento y sus alrededores como perros guardianes.

Estuvimos serios hasta que poco a poco el ambiente se fue suavizando. Greg, que había llegado poco tiempo después, me abrazó por la espalda mientras susurraba palabras tranquilizadoras cerca de mi oreja. Sus labios encontraron mi frente como símbolo de apoyo y luego alzó mi mentón, depositando una pequeña serie de besos en mis labios. Era un gesto lleno de cariño que agradecía. El apoyo de todos y el cariño que me estaba dando Greg me hacían sentir más segura de lo que me había sentido en bastante tiempo.

Para distraerme los chicos decidieron hacer una salida y Johana dijo que la "Nona Margaret", estaría más que dispuesta y gustosa de cuidar a mi travieso. Sus palabras habían sido dichas con una voz infantil que intentaba imitar la de Aydan, logrando sacarnos unas cuantas risas.

Leila, la pequeña del grupo se pasaba diciendo que cuando Aydan creciera, él se casaría con ella. Eso lo decía porque mi hijo a pesar de su corta edad era todo un galán. Sus visitas al hospital comenzaban y terminaban con palabras bonitas hacia todas las damas, ya fueran las doctoras, enfermeras, pacientes o las mujeres que se encargaban de la limpieza. Era todo un caballero. Siempre que iba conmigo al hospital ayudaba a las féminas a cargar u organizar cosas así también como a llamar a los pacientes, facilitando un poco el trabajo. Mi pequeñín se había vuelto muy popular y por ende, yo andaba de Dra. Mamá Celosa.

Cuando salimos del trabajo busqué a Aydan en la escuela, cenamos y luego lo llevé con su Nona. Él siempre estaba feliz de ir a visitarla por lo que salió del auto prácticamente volando para abrazar a Margaret. Les di un beso a mi niño y a ella, mientras recibía la bendición que nos echaba siempre que nos íbamos de su casa.

Llegué al bar a eso de las nueve de la noche y estaba bastante lleno. Afuera me esperaba Greg, quien cuando me vio me mostró una de esas sonrisas matadoras mientras se acercaba y posaba los labios sobre los míos.

Al entrar tuvimos que tomarnos de la mano para no perdernos. Era incluso peor que en el exterior, adentro no cabía ni un alma más. Todos estaban muy pegados y sudados y no sabía si era un bar o una maldita discoteca. Como pudimos nos hicimos espacio hasta llegar a la mesa donde estaban el resto de los chicos: Zachary, Pole, Leila, Johana, Katherine, Jake, Helena y John. Amely había dicho con antelación que no podía ir porque esa noche le tocaba cuidar a su mamá que se encontraba enferma así que estábamos incompletos.

Tan pronto nos sentamos comenzamos a tomar y a hablar sobre cómo nos había ido en las últimas dos semanas. Mientras hablábamos, Greg de vez en cuando dejaba un pequeño beso detrás de mi oreja, cerca del lóbulo o en la coronilla. Estábamos sentados juntos y su brazo izquierdo estaba rodeando mi cintura de manera protectora.

Cuando por fin nos encontramos bastante contentos gracias al alcohol decidimos bailar. Al llegar al centro del bar comenzamos a movernos y no era por presumir pero no por ser doctores y enfermeros significaba que no supiéramos movernos, al contrario, éramos buenos bailarines. Greg se acercó a mí por completo, mi espalda estaba pegada a su pecho y sus manos estaban colocadas a ambos lados de mi cintura. Él besaba mi cuello y mordía mi lóbulo de forma tentadora. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Ambos éramos adultos y conocíamos perfectamente cuáles eran las zonas sensibles, sexualmente hablando.

Comenzaba a dejarme llevar por las caricias hasta que recordé que no tenía dieciocho años. Me separé un poco y me miró extrañado a lo que respondí con una sonrisa a modo de disculpa cuando me giré para tenerlo cara a cara. Coloqué mis brazos alrededor de su cuello y su agarre en mi cintura se hizo más firme.

Horas pasaron hasta que decidimos volver a sentarnos, estábamos cansados y acalorados después de tanto tiempo bailando. A nuestra mesa llegaron unas cuantas bebidas alcohólicas más antes de que cada cual se fuera por su lado.

Yo me fui con Greg y no, no pasó nada más allá de un par de besos y caricias.

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