¿Había mencionado que Aydan era muy dormilón y desorganizado? Me encontraba frente a un campo minado con el que tenía que tener mucho cuidado o podría terminar con la cadera rota.
La sala del departamento estaba hecha un desastre. Había juguetes por todas partes y algunas sábanas cubrían los sillones, haciéndolos ver como una fortaleza. También, la mesa de café estaba volteada o mejor dicho, se encontraba patas arriba. Había papeles y crayolas por doquier y en el centro de todo el desastre se encontraba la abejita durmiente.
Por más que la sala pareciera que le había pasado un huracán por encima no podía enojarme con él. Era consciente de que era un niño y que eso era parte de la etapa en la que se encontraba aunque eso no lo salvaba de tener que recoger su caos.
— Mami. — Murmuró con voz adormilada cuando abrió su ojito izquierdo y vio que trataba de cargarlo para llevarlo a su cama. — Duerme conmigo mami. — Dijo mientras se abrazaba a mi cuello.
Aydan había utilizado una voz tan tierna que creí que me derretiría y no pude negarme a su petición. Me acosté a su lado y lo acomodé para que al despertar no tuviera dolor en el cuerpo. Minutos después de haber tenido una pequeña siesta en el suelo, lo levanté con cuidado y lo llevé a su cama, donde se retorció hasta encontrar el punto de calor de sus sabanas.
Si en mi juventud me hubieran dicho que tendría un hijo y que haría todo por él, me hubiera reído durante horas. Ser mamá jamás había estado en mis planes, eso hasta que el papá de Aydan llegó a mi vida y la giró ciento ochenta grados.
Me había enamorado locamente de ese chico de cabello dorado y lindos ojos azules, del típico chico americano. Él me había prometido el mar, la tierra e incluso el cielo y al ser una niña le había creído. Me había entregado en cuerpo y alma a ese chico y él a mí o eso había creído.
Después de haber estado juntos por un año tuvimos que comenzar una relación a distancia porque él se había inscrito en el ejército. Ese siempre había sido su sueño y yo no podía ni iba a detenerlo, al contrario, mi deber era apoyarlo. Al principio hablábamos cada que él podía pero con el pasar del tiempo la comunicación se fue cortando hasta que se volvió nula. No respondía mis cartas, aquellas que en antaño tanto le gustaba recibir y tampoco devolvía las llamadas. Era como si para él yo hubiera sido un poco de diversión antes del encierro. Semanas después de que se fuera descubrí mi embarazo y le escribí hasta el cansancio pero jamás respondió.
Cuando mis padres se enteraron me cerraron las puertas de lo que había sido mi hogar durante años y cuando fui en búsqueda de la ayuda de sus padres fue igual y así mismo con quienes creía mis amigos. Todas las puertas que pensé que siempre estarían abiertas, fueron cerradas el mismo día.
Estaba asustada, no tenía dinero ni un techo donde resguardar a mi bebé. Pasé unos meses caminando sin rumbo y comiendo lo que encontraba o lo que las personas viendo mi estado me daban. Eso hasta que Johana, la hija de Margaret, se encontró conmigo. Ella me ofreció alimento, agua y hospedaje, fue mi luz al final del camino. Ambas se habían encargado de que mi bebé y yo estuviéramos bien pero sobre todo, de que mi pequeño naciera fuerte y sano. Tuve su apoyo desde el comienzo y también me incitaron a continuar mis estudios. Gracias a ellas, seis años después era doctora y mamá de un niño de cinco años. Le daba gracias a Dios por poner en nuestro camino a esas dos mujeres que tanto adoraba, mis dos ángeles guardianes y por quienes daría la vida sin dudarlo.
El torbellino se había despertado y se notaba, podía escuchar sus pisadas y murmuros resonar por toda la casa. Fui a buscarlo y lo encontré en el pasillo con sus juguetes favoritos. Al verme se levantó del suelo y corrió hacia mí con los brazos extendidos.
Cuando por primera vez lo había escuchado murmurar estando sólo me había asustado mucho, en mi cabeza solo estaba que él se encontraba viendo cosas que yo no podía o que alguien había entrado. Sin embargo, luego de observarlo por varios días me di cuenta que lo hacía cuando jugaba con su muñeco de acción al que había llamado "Jar-yae". En ese momento entendí que solo le estaba dando voz al muñeco y que nada extraño sucedía.
— ¿Tienes tareas? — Le pregunté después de haber recibido el caluroso abrazo.
— Mjm. — Emitió mientras asentía.
— Ve y busca tus libretas, vamos a estudiar y hacer las tareas. — Volvió a asentir y corrió a su habitación para hacer caso a mi sutil orden.
Aydan creía que era muy fuerte y siempre me enviaba a la sala mientras él cargaba con todo lo que necesitaba. Por lo general tardaba bastante en llegar y aquella vez no había sido la excepción. Cuando llegó a mi lado, colocó las libretas sobre la mesa de forma organizada para que las revisara. Había un orden que le gustaba seguir y era que primero se tocaban las materias que menos le agradaban e íbamos revisando una a una hasta la última, su favorita. Era la mejor forma de repasar todo sin que perdiera el interés o se distrajera demasiado porque si empezábamos por la que más le gustaba en la tercera materia habría comenzado a jugar con sus dedos o a moverse.
Lo que tenía que hacer no era difícil porque sólo tenía cinco años e iba al kínder, pero cuando estuviera más grande sabía que ayudarlo sería toda una odisea. Habían pasado muchos años desde que había visto los temas escolares de los niños de primaria y no quería ni imaginarme lo que me esperaba.
Al terminar con todas las asignaciones nos sentamos en el sofá para ver películas hasta que nos quedamos dormidos como un par de troncos.
Me desperté sobresaltada, había tenido de nuevo esa pesadilla que se repetía esporádicamente. En ella me encontraba corriendo, intentando alejarme de una sombra a la que nunca le podía ver el rostro. Lo peculiar era que siempre me encontraba corriendo. No importaba hacia dónde enfocara la mirada, girara y tampoco importaba el tiempo que transcurría porque la sombra aparecía. Siempre estaba a la misma distancia, con sus huesudos brazos extendidos hacia mí y siempre se escuchaba el mismo murmuro inentendible que de tan solo recordarlo hacía que los vellos de mi nuca se erizaran.
No era algo agradable pero no podía quedarme sentada en el sofá con miedo mientras mi pequeño se creía contorsionista. Su cabeza estaba en mi regazo y su pierna izquierda se encontraba extendida en el sofá mientras que la derecha estaba doblada de forma extraña, siendo sujetada por los deditos de su pie. Su brazo derecho estaba colocado al lado de su cabeza y el izquierdo estaba alzado en el respaldo del sofá. Era una escena graciosa de ver, pero me preocupaba que al despertar horas después estuviera llorando por el dolor en su cuerpo, por lo que decidí llevarlo a su cama.
Tenía la costumbre de tararear una canción de cuna para él mientras acariciaba su cabello, eso lo hacía incluso si Aydan ya dormía. Era algo que hacía todas las noches, de cierta forma creía que así podía cuidar los sueños de mi pequeño.
Aydan Price era lo más importante que tenía en la vida y le daba gracias al cielo todos los días por haberme regalado uno de sus más hermosos ángeles.
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Todas tus Cartas© AEL #1 [DISPONIBLE EN AMAZON]
Romance💫Esta historia es completamente de mi autoría por lo que se prohíbe su copia o adaptación.💫 •Primer libro de la trilogía AEL.• Durante años la Dra. Evalone Price había estado enviándole cartas a quien había sido su primer amor pero nunca recibió r...