Capítulo 4

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Lo único que debía decirle a Usagi Tsukino era «adiós». Especialmente porque había subestimado el daño que podía hacerle aquella chica. Aunque el dolor de cabeza era un poderoso recordatorio. Y Mamoru tenía que concentrarse en el dolor, más que en la aprensión que veía en sus ojos azules.

¿Algo más? ¿Qué?

«Sal de aquí», se dijo a sí mismo. Podría marcharse sin decir una palabra sobre lo que había visto. Después de todo, era problema de los Tsukino. De hecho, debería pensar que un golpe en la cabeza era una forma de decirle que se metiera en sus cosas.

¿Qué querías decirme? insistió Usagi.

De haber sabido que los Tsukino eran una familia de delincuentes no habría quedado con ella. Él no solía meterse en las cosas de los demás. Ya tenía suficientes problemas. Pero debía reconocer que Usagi no era responsable de las canalladas de su hermano.

Y debía saber la verdad.

Es... sobre la escalera.

¿Qué tiene que ver la escalera con Sammy?

En lugar de contestar. Mamoru se levantó del sofá, pero tuvo que sujetarse a una lámpara.

Creo que deberías sentarte. Te han dado un golpe en la cabeza y no sabes bien lo que dices suspiró Usagi.

Pronto lo entenderás dijo él entonces, acercándose a la escalera.

¿Entender qué?

Había impaciencia en su voz. Era comprensible. Aquella mujer debía haber recibido muchas sorpresas desagradables en su vida. Y él estaba a punto de añadir una más.

Túmbate.

Como he dicho antes, eres tú el que debería tumbarse. Pero no en el suelo.

Túmbate insistió Mamoru. Y mira debajo de la escalera.

Usagi decidió no protestar. Evidentemente, el golpe lo había afectado más de lo que pensaba.

Él esperó, tenso, para ver cuál sería su reacción. ¿Gritar, maldecir a su familia, llorar? Pero Usagi no hizo ninguna de esas cosas. Su reacción, o más bien su falta de reacción, le hizo pensar que quizá lo había imaginado.

¿Y bien? preguntó por fin, impaciente. ¿Ves algo?

Claro que sí. Hay diez kilos de polvo. Venga, vámonos, he reservado mesa en...

Sigue ahí, ¿no?

Yo no he visto nada raro.

Suspirando, Mamoru volvió a tumbarse en el suelo. No, no era su imaginación. Pegada a la escalera con cinta adhesiva había una bolsa de plástico. Y dentro, docenas de diamantes de todas formas y colores. Incluso en la oscuridad, las joyas brillaban como estrellas en el cielo.

Usagi se tumbó a su lado.

Puedo explicártelo.

A ver, empieza.

¿Le diría la verdad o inventaría cualquier historia? ¿Y sería él capaz de notar la diferencia?

Muy bien. No puedo explicártelo, pero eso no significa que no haya una explicación perfectamente lógica.

¿Por ejemplo?

Pues... que no es lo que parece.

A mí me parecen unos diamantes que valen miles de dólares.

Podrían ser falsos. A veces no es fácil diferenciarlos.

Mamoru miró la bolsa. Quizá eran falsos, pero eso planteaba otra cuestión.

DIFÍCIL DE ATRAPAR  (Café Romeo Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora