capítulo 5

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Pasaron unas horas para explicarme todo y que yo entendiera a la perfección; y más que eso, memorizarlo. Hice todas las preguntas que pude para que no hubiera dudas de lo que haríamos, así que después de haber dejado todo bien en claro, Smith no tardó en recordarme que fuéramos a entrenar. Yo accedí y ambos caminamos hasta la zona de entrenamiento de armas de fuego.


— No sé por qué, pero estoy emocionado con esto—dijo sonriendo mientras llegábamos al campo de disparo.
— Eso está bien, estás motivado—reí levemente.

— De verdad te agradezco que me ayudes—comentó mientras abría el arsenal de armas y sacaba dos escopetas.
— No hay de qué, ahora somos un equipo y eso es lo que hacen los equipos—tomé la escopeta—se ayudan entre sí—le sonreí y él imitó el gesto—ahora, una escopeta tiene alto calibre, pero a la hora de apuntar se hace algo difícil—expliqué y él me escuchaba atentamente—ahora, sujétala bien para disparar

— De acuerdo—la tomó entre sus brazos y apuntó al blanco.

— Así, ahora, para apuntar ¿ves ese pequeño sobresaliente de metal al final de la boquilla?
— Sí

— Guíate por ahí, eso es lo que yo hago—expuse—fijo mi vista allí y la coloco justo al lado derecho de mi blanco, y...—dije para luego disparar y que la bala pasara justo por el medio—ahí lo tienes—sonreí bajando la escopeta.

— ¡Así se hace!—escuché un poco lejos de nosotros la inconfundible voz de Aldo, el cual estaba fumando un cigarrillo junto a los demás, que nos observaban.


— Genial, ahora tenemos público—Smith rodó los ojos.

— Sólo ignóralos—carcajeé—tu turno


— Aquí voy—tomó aire y siguió las instrucciones que le di, que cuando al disparar la bala fue a parar ciertamente lejos del blanco; unos diez centímetros más arriba—demonios

— ¡Escúchala bien!—gritó Wicki esta vez.

— Vuelve a intentarlo, esta vez, no te apures tanto ya que estás aprendiendo, tómalo con calma—lo animé.

— Sí, lo haré—asintió y volvió a disparar, esta vez cerca del blanco—¡Lo hice!—exclamó emocionado.
— ¡Claro, estás mejorando!—celebré junto a él.
— ¡Mi pequeño ya es un hombre!—exclamó Aldo bromeando.
— Ya cállate, Aldo—negué con la cabeza junto a una sonrisa, lo dije lo suficientemente alto para que me escuchara. Él sólo exhaló el humo del cigarro y sonrió divertido.

El resto de la tarde estuvimos allí, practicando y practicando. Smith estaba mejorando notablemente, teniendo una buena puntería al disparar varias veces. Cuando el día acabó, fuimos a dormir, ya que al día siguiente saldríamos temprano. Al amanecer, salimos tomando nuestras cosas y subiéndolas a un camión de guerra, en el cual nos desplazaríamos hasta cierto punto, ya que no pasaríamos muy desapercibidos con un camión así. Ese día nos encontramos con un puesto de vigilancia nazi, el cual puedo decir que eliminamos por completo. Unos cuantos disparos fueron suficientes, pero Stiglitz quiso dejar su marca personal con los cuchillos, lo cual no le molestó a nadie. Esa fue mi primera operación junto a los bastardos, la cual había salido a la perfección. Ese año para mí fue la integración a la mejor resistencia militar que jamás haya conocido. Nos movimos por toda Alemania, matando nazis por doquier y sonará algo despiadado, pero hacerlo junto a estos muchachos lo hacía entretenido y con un propósito muy bueno. Pasó un año desde mi primera operación junto a los bastardos. Ya me sentía oficialmente una de ellos. Al haber pasado tanto tiempo junto a ellos veinticuatro horas al día, siete días a la semana, hizo que los considerara mis hermanos. Era imposible no conocerlos a fondo, si comía, batallaba, dormía y hablaba con ellos todo el tiempo, por un año. Y si se preguntan, por cada ciudad y pueblo que pasamos, no dejé de preguntar por Felicia, pero ya tenía una prioridad además de su búsqueda, que eran los bastardos. Era 1945 y nos encontrábamos a las afueras de París, escondidos por el bosque, perfeccionando nuestra próxima estrategia para atacar a los aristócratas nazis que prontamente estarían en la ciudad para el estreno de una película nazi la cual proyectarían en uno de los cines más grandes de París; además de habernos enterado de que Hitler estaría allí. Era una oportunidad de oro que no podríamos desperdiciar. Aunque entre todo esto, no teníamos muchos detalles de esa noche y quiénes asistirían, así que llegaría la parte más delicada de cualquier plan; mezclarse con elenemigo. Tal y como oyeron, nos intentaríamos colar a la próxima fiesta que se celebraría por motivo al cumpleaños de Joseph Goebbels, canciller y predecesor nazi. Por su gran fama y reputación social, todos los invitados serían puntos clave para la noche del estreno, y esa sería información fundamental para nosotros.

— Adivinen qué—dijo Smith llegando de la zona de radios (le decíamos así al lugar en donde se encontraban todos los radios y aparatos para invadir las transmisiones cerca de la ciudad).
— ¿Qué sucede?—preguntó Aldo colocando sus manos cerca de la fogata, esa noche estaba haciendo algo de frío.
— El coronel Hans Landa asistirá a la fiesta del viernes—aclaró sentándose junto a mí.

— Oh vaya, se puso interesante—agregó Stiglitz afilando sus cuchillos; como cosa rara.

— Él tendrá la información suficiente para la noche del estreno—dijo Donny—debemos sacársela de una forma sutil

— Donny tiene razón, pero algo nos falta—dijo Wicki— ¿Alguien tiene idea de cómo entraremos a la maldita fiesta?—bufó.

— Yo—dijo Aldo—entraremos como un grupo de mesoneros por la puerta de atrás, fácil

— ¿Y qué hay de Milani, genio?—preguntó Stiglitz.


— Demonios, tú no puedes ser mesonera—torció los labios y yo me encogí de hombros.

— Creo que tengo otra idea que puede funcionar—comenté y todos me miraron expectantes—seguramente tocará un grupo musical esa noche, podemos hacernos pasar por ellos y entrar todos

— No sabemos tocar ningún instrumento, nos pedirán tocar y nos descubrirán—dijo Smith la contraparte.


— Cierto—suspiré—entonces ustedes entren como mesoneros, algo se me ocurrirá a mí

— ¿Y dejarte afuera sola?—dijo Donny viéndome—es decir, sé que sabes defenderte tu sola pero somos un equipo

— Eso es verdad—agregó Wicki.

— De verdad, no se preocupen, me colaré a la fiesta—alegué—confíenen mí

— Está bien, pero si no te veo entrar, iremos por ti—me señaló Aldo haciéndome reír.


Había una vez en Francia Nazi...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora