La invitación de un alma en pena

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Se dice habitualmente que se debe temer más a los vivos que a los muertos, pero no siempre aquel dicho es certero, al menos no lo fue en mi caso.

Todo comenzó cuando era aún una niña muy pequeña, contaba con tan solo cinco años cuando mi vida feliz cambió. Recuerdo que aquel día mi madre me llevaría a la casa de mi abuela paterna para que pasara con ella el fin de semana.

Curiosamente antes de despedirse de mí me dijo que ella no podría ir por mi, que mi padre me iría a buscar el domingo en la tarde, me dio un beso y un gran abrazo, del cual traté de safar rápidamente para correr a acariciar al gato de mi abuela, quien había aparecido en la puerta. Esa fue una gran culpa que cargue durante mucho tiempo, el haber rechazado el abrazo y el beso de mi madre, si tan solo hubiese sabido que esa sería la última vez que la vería, no me hubiera soltado de sus brazos.

Al llegar el domingo en la tarde, mi padre se presentó bastante devastado, lucía triste y demacrado, con clara muestra de haber estado llorando, habló algo con la abuela y se dieron un abrazo, esa fue la primera vez que vi llorar a mi padre como si fuera un niño pequeño.

Al llegar a casa, estaba muy complicado para contarme lo que había acontecido, después de decirme que él jamás me dejaría y que siempre estaría a mi lado, me dijo que mamá había fallecido, no me dio muchos detalles, solo que su cuerpo ahora estaba en una ánfora que contenía sus cenizas.

Con mi corta edad no entendía la magnitud de lo que eso significaba, pero al pasar los días comencé a necesitar la presencia de mi madre. Tanto mi padre como yo terminabamos nuestras noches llorando, realmente nos hacía mucha falta la presencia de mi madre.

Así pasaron los años, cada noche le rezaba a mi madre diciéndole cuanto la amaba y cuanto la extrañaba, que necesitaba de su abrazo, de sus besos y del olor de su piel, le hablaba con tanta emoción que en una de esas noches cuando ya había cumplido los nueve años, recibí una sorpresa en aquel día de mi cumpleaños.

Mi padre como siempre se había esmerado para hacerme una pequeña celebración junto a mis primos y ya en la noche algo cansada, hice mi respectiva oración y me dormí. Al pasar las horas una presencia me despertó en la madrugada, escuché  una voz que me llamaba por mi nombre y que me decía, "he venido por ti". Es innegable que me asusté en ese momento, me cubrí con la manta y me quedé en silencio, y nuevamente escuché esa voz " he escuchado tus plegarias, ven conmigo y nunca más te sentirás sola".
Bajé la manta lentamente y pude ver como al lado de la ventana se podía divisar una silueta femenina, sin pensar en ese momento y con evidente emoción en la voz le dije "¿mamá eres tú? ¿Has venido por mí? Ella no contestó en ese momento pero estiró sus brazos hacia mi, invitandome a abrazarla, me levanté de la cama y corrí hacia ella, pero en el momento en que la abracé se desvaneció como una nube.

Aquella noche me quedó una extraña sensación, sentía alegría pero también tristeza a la vez, regresé a mi cama y con la fotografía de mi madre pegada a mi pecho, me quedé dormida llorando su ausencia.

Los días pasaron y las visitas de mi madre se hacían cada vez más frecuentes, a pesar que no le veía su rostro claramente, si podía distinguir su figura, era tal mi entusiasmo por verla en ese tiempo, que durante el día esperaba ansiosa que llegara la noche. Mi padre quien siempre estuvo muy pendiente de mis estados, notó mi ansiedad y me preguntó a que se debía, en un principio temí contarle la verdad por miedo a que no me creyera, pero entre nosotros no habían secretos, por lo cual decidí contarle que mi madre me visitaba cada noche, él me escuchaba con total atención y luego de dar un gran suspiro me dijo:

-Hija, creo que la falta que te hace tu madre, está provocando que tu mente te juegue malas pasadas, intenta no darle importancia no quiero que te ilusiones con algo que no existe-

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