Cuando se cerró la puerta detrás de la señora McIntyre, las niñas se levantaron y se vistieron sin demasiada prisa. Emily pensó con desagrado en el día que le esperaba. El delicado sabor de aventura y romance con que habían salido de sus casas había desaparecido y, de pronto, recorrer los campos en busca de suscripciones se había convertido en una tarea molesta. Físicamente, ambas estaban más cansadas de lo que creían.
-Parece que hace un siglo que salimos de Shrewsbury -gruñó Ilse mientras se ponía las medias. Emily tenía una sensación aún más fuerte sobre el paso del tiempo. La noche en vela y plena de éxtasis pasada bajo la luna parecía como un año de un extraño crecimiento de su alma. Y la noche anterior también la había pasado en vela, de un modo bien distinto, y había despertado de su breve sueño con una sensación extraña y desagradable de haber hecho un viaje confuso y atormentado, una sensación que la historia de la señora McIntyre había borrado durante un rato, pero que volvía ahora, mientras Emily se cepillaba el cabello.
-Siento como si hubiera andado vagando por algún lugar, durante horas -dijo-. Y he soñado que encontraba al pequeño Allan, pero no sé dónde. Ha sido espantoso despertar sintiendo que justo en el instante previo yo lo sabía y acababa de olvidarlo.
-Yo he dormido como un lirón -dijo Ilse, bostezando-. Ni siquiera he soñado. Emily, quiero irme de esta casa y de este lugar lo antes posible. Me siento como en medio de una pesadilla, como si algo horrible estuviera oprimiéndome y no pudiera escapar. Sería diferente si pudiera hacer algo, ayudar de alguna manera. Pero, dado que no puedo, quiero irme. Me había olvidado durante unos minutos, mientras la anciana nos contaba su historia, ¡qué anciana despiadada! A ella no le preocupaba en lo más mínimo el niño perdido.
-Creo que hace mucho tiempo que dejó de preocuparse por nada -dijo Emily, soñadora-. A eso se refieren cuando cuentan que está un poco chiflada. Una persona que no se preocupa ni un poquito está un poco chiflada. Como el primo Jimmy. Pero la historia fue fabulosa. Voy a describirla en mi primer trabajo, y después intentaré que la publiquen. Estoy segura de como reportaje quedara espléndido en cualquier revista, si puedo reflejar el sabor y la viveza que ella le puso al contármelo. Creo que ahora mismo voy a anotar en mi cuaderno algunas de sus expresiones, antes de olvidarlas.
-¡Ay, maldito sea tu cuaderno! -soltó Ilse-. Bajemos, desayunemos si no tenemos otro remedio y vayámonos de aquí.
Sin embargo, Emily, regodeándose otra vez en su paraíso de cuentista, se había olvidado temporalmente de todo lo demás.
-¿Dónde está mi cuaderno? -preguntó, impaciente-. No está en la cartera, sé que anoche lo dejé dentro de la cartera. ¡Espero no haberlo dejado en el poste del portón!
-¿No es ése que está en la mesa? -preguntó Ilse.
Emily lo miró, intrigada.
-No puede ser... pero es. ¿Cómo ha llegado ahí? Estoy segura de que anoche no lo saqué de la cartera.
-Tienes que haberlo sacado -respondió Ilse, indiferente.
Emily avanzó hacia la mesa con expresión de curiosidad. El cuaderno estaba abierto sobre la mesa y el lápiz estaba al lado. Algo en la página atrajo inmediatamente su atención. Se inclinó a mirar.
-¿Por qué no te das prisa y terminas de peinarte? -preguntó Ilse minutos después-. Yo ya estoy lista. ¡Por favor, deja tranquilo ese bendito cuaderno aunque
más no sea para terminar de vestirte!
Emily giró en redondo, con el cuaderno en la mano. Estaba muy pálida y tenía los ojos oscuros de miedo y misterio.
-Ilse, mira esto -dijo, con voz temblorosa.
Ilse se acercó y miró la página del cuaderno que le mostraba Emily. Sobre ella había un dibujo a lápiz, muy bien hecho, de la casita del río que tanto había atraído a Emily el día anterior. Sobre una ventanita, encima de la puerta principal, había una cruz negra y frente a ésta, al margen del cuaderno y junto a otra cruz, estaba escrito:
«Allan Bradshaw está aquí».
-¿Qué significa eso? -preguntó Ilse, en media voz-. ¿Quién lo ha hecho?
-No... no lo sé -tartamudeó Emily-. La letra... es mía.
Ilse miró a Emily y retrocedió dos pasos.
-Tienes que haberlo escrito en sueños -dijo, aturdida.
-Yo dibujo muy mal -replicó Emily.
-¿Quién más puede haberlo hecho? La señora McIntyre no ha podido ser, tú sabes que no, Emily. Nunca he oído nada tan raro. ¿Crees... crees que puede estar
ahí?
-¿Cómo es posible? La casa tiene que estar cerrada, no hay nadie trabajando allí.
Además, tienen que haber registrado toda esa zona, él habría estado mirando por la ventana. Recuerda que no tenía persiana..., gritaría, lo habrían visto o lo habrían oído. Seguramente he dibujado esto en sueños, aunque no me explico cómo, porque no me podía sacar de la cabeza al pequeño Allan. Es tan extraño... me da miedo.
-Tienes que enseñárselo a los Bradshaw -dijo Ilse.
-Supongo que sí, pero no querría. Quizá les daría falsas esperanzas, y no puede haber nada en esto. Pero no puedo correr el riesgo de no decírselo. Enséñaselo tú, yo no puedo, no sé por qué. Esto me ha alterado mucho, estoy tan asustada como una
niña, tengo ganas de sentarme y ponerme a llorar. Si ese niño está ahí desde el martes, tiene que haberse muerto de hambre.
-Bueno, ya se verá. Voy a enseñárselo. Si resulta cierto, Emily, eres una criatura especial.
-No digas eso, no puedo soportarlo -dijo Emily, estremeciéndose.
Cuando entraron, no había nadie en la cocina, pero en seguida apareció un hombre, evidentemente era el doctor McIntyre, del que había hablado la señora
Hollinger. Tenía un rostro agradable, inteligente, con ojos intensos detrás de las gafas, pero se veía cansado y triste.
-Buenos días -dijo-. Espero que hayáis descansado bien y no os hayan molestado. Aquí todos estamos muy mal.
-¿No encontraron al niño? -preguntó Ilse.
El doctor McIntyre negó con la cabeza.
-No. Han abandonado la búsqueda. No puede estar vivo, después de la noche
del martes y de anoche. El pantano no devuelve a sus muertos, y yo estoy seguro de que está allí. Mi pobre hermana está destrozada. Lamento que vuestra visita haya
tenido lugar en un momento tan penoso, pero espero que la señora Hollinger os haya
hecho sentir cómodas.
La abuela McIntyre se ofendería mucho si os hubiera faltado algo. Era famosa por su hospitalidad en sus tiempos. Supongo que no la habéis visto.
No siempre se muestra a los desconocidos.
-Sí, la hemos visto -dijo Emily, abstraída-. Esta mañana ha venido a nuestra habitación y nos ha hablado de cuando le dio una azotaina al rey.
El doctor McIntyre rió.
-Entonces podéis daros por muy honradas. La abuela no le cuenta esa historia a cualquiera. Es una especie de Viejo Marino y sabe quien está predestinado a
escucharla. Es una mujer bastante extraña. Hace unos años su hijo preferido, mi tío
Neil, falleció en el Klondyke en circunstancias muy tristes. Formaba parte de la Patrulla Perdida. La Abuela nunca se ha recuperado de la impresión. Desde entonces, no ha vuelto a sentir nada; parece que sus sentimientos hayan muerto. No ama, no
odia, no tiene miedo ni esperanzas; vive enteramente en el pasado y experimenta sólo
una emoción: un gran orgullo por el hecho de que una vez le dio una azotaina al rey.
Lo siento, no os dejo desayunar. Aquí viene la señora Hollinger a reprenderme.
-Espere un momento, por favor, doctor McIntyre -dijo Ilse, bruscamente-.
Quiero... nosotras... hay algo que quiero enseñarle.
El doctor McIntyre inclinó el rostro intrigado sobre el cuaderno.
-¿Qué es esto? No comprendo...
-Nosotras tampoco. Lo dibujó Emily en sueños.
-¿En sueños? -El doctor McIntyre estaba demasiado azorado como para hacer otra cosa que repetir las palabras de Ilse.
-Tiene que haber sido así. No había nadie más, a menos que su abuela sepa dibujar.
-No. Además no conoce esa casa. Es la cabaña de los Scobie, más allá de
Malvern Bridge, ¿no?
-Sí. La vimos ayer.
-Pero Allan no puede estar ahí, hace un mes que está cerrada, los carpinteros se fueron en agosto.
-Ay, lo sé -tartamudeó Emily-. Estuve pensando tanto en Allan antes de quedarme dormida, que supongo que es sólo un sueño. Yo no lo entiendo, pero
teníamos que enseñárselo.
-Por supuesto. Bien, no voy a decirles nada a Will ni a Clara. Llamaré a Rob
Mason, del otro lado de la colina, para que me acompañe a echar un vistazo. Sería muy raro... pero no, no puede ser. No sé cómo podemos entrar en la casa. Está cerrada y las ventanas tienen persianas.
-Ésta, la que está encima de la puerta delantera, no.
-No, pero ésa es la ventana de un armario que hay en un extremo de la sala de estar de arriba. Visité la casa en agosto, cuando los carpinteros estaban trabajando. El armario se cierra con una cerradura automática; supongo que por eso no le pusieron
persiana a esa ventana. Está muy alta, cerca del techo, según recuerdo. Bien, voy a casa de Rob y veremos. No quiero dejar ninguna piedra por mover.
Emily e Ilse desayunaron lo que pudieron, agradecidas de que la señora Hollinger
las dejara tranquilas, con excepción de algún comentario al pasar mientras trajinaba,
trabajando.
-Qué noche tan terrible, pero ha parado la lluvia. No he pegado ojo. La pobre Clara tampoco, pero ahora está más tranquila, desolada, claro. Me da miedo lo que le pueda pasar en la cabeza. La abuela no volvió a ser normal desde la muerte de su hijo. Cuando Clara oyó que no seguirían buscando, gritó una vez y se tendió en la
cama con la cara hacia la pared. Desde entonces no se ha movido. Bien, el mundo sigue para los demás. Servíos tostadas. Hacedme caso: no os apresuréis a salir hasta
que el viento no haya secado un poco el barro.
-Yo no pienso irme hasta que hayamos averiguado si... -susurró Ilse, sin terminar la frase.
Emily asintió. No podía comer, y si la tía Elizabeth o la tía Laura la hubieran visto, la habrían mandado a la cama sin más con la orden de permanecer acostada, y habrían tenido razón. Había llegado casi al punto del colapso. La hora pasada desde que el doctor McIntyre se había ido parecía interminable. De pronto, oyeron a la
señora Hollinger, que estaba lavando los baldes de la leche en el banco, junto a la puerta de la cocina, que daba un grito. Un minuto después entraba corriendo en la
cocina, seguida por el doctor McIntyre, que venía sin aliento por la loca carrera desde
Malvern Bridge.
-Primero hay que decirle a Clara -dijo-. Tiene derecho.
Desapareció en el dormitorio aledaño. La señora Hollinger se dejó caer en una silla, riendo y llorando al mismo tiempo.
-¡Lo han encontrado... han encontrado al pequeño Allan, en el armario de la salita... en la casa de Scobie!
-¿Está... vivo? -balbuceó Emily.
-Sí, pero desfallecido. Ni siquiera puede hablar, pero el médico dice que, bien cuidado, se recuperará. Lo han llevado a la casa más cercana, es todo lo que me ha dicho el doctor.
Se oyó un agudo grito de alegría desde el dormitorio y Clara Bradshaw, despeinada y con los labios pálidos, pero con la luz de una dicha absoluta brillándole en los ojos, atravesó la cocina corriendo y siguió corriendo hacia la colina. La señora Hollinger cogió un abrigo y corrió tras ella. El doctor McIntyre se sentó en una silla.
-He sido incapaz de detenerla, y ya no puedo encarar otra carrera, pero la felicidad no mata. Habría sido cruel detenerla, aunque hubiera podido.
-¿Está bien el pequeño Allan? -preguntó Ilse.
-Lo estará. El pobrecito estaba al borde del agotamiento, por supuesto. No habría durado otro día más. Lo llevamos a la casa del doctor Matheson, en el Bridge, y lo hemos dejado a su cuidado. No podremos traerlo a casa hasta mañana.
-¿Tiene idea de cómo llegó allí?
-Bueno, no ha podido contarnos nada, por supuesto, pero creo que me imagino cómo fue. Encontramos una ventana abierta dos centímetros, en el sótano. Supongo que Allan estaba explorando alrededor de la casa, como hacen todos los niños, y encontró esa ventana abierta. Entraría por allí, la cerraría casi del todo después de
entrar y se pondría a explorar la casa por dentro. En el armario, de alguna manera se
le cerró la puerta y la cerradura automática lo convirtió en un prisionero. La ventana
es demasiado alta, él no llega, y no pudo pedir auxilio. El revoque blanco de la pared
del armario está todo marcado y arañado por sus vanos intentos por llegar a la ventana. Claro que tiene que haber gritado, pero no había nadie cerca de la casa para escucharlo. La casa queda en ese pequeño valle donde no hay nada cerca que pudiera
servirle de escondite a un niño, así que supongo que la partida de búsqueda no le prestó mucha atención. De todas maneras, no revisaron la orilla del río hasta ayer,
porque nunca supusieron que se hubiera ido solo hasta allí, pero ayer ya no estaba en condiciones de gritar.
-Me alegro tanto... de que lo hayan encontrado -dijo Ilse, parpadeando para contener las lágrimas de alivio.
De pronto, el abuelo Bradshaw asomó la cabeza por la puerta de la salita.
-Os dije que un niño no se puede perder en el siglo diecinueve -dijo, riendo.
-Pero se perdió -replicó el doctor McIntyre-, y no lo habríamos encontrado a
tiempo de no ser por esta joven. La verdad es que es extraordinario.
-Emily es... psíquica -dijo Ilse, citando al señor Carpenter.
-¡Psíquica! Vaya, vaya. Bueno, es curioso, muy curioso. Yo no voy a pretender entenderlo. La abuela diría, por supuesto, que es la segunda visión. Porque ella cree firmemente en eso, como todos los escoceses.
-Ay, estoy segura de que yo no tengo la segunda visión -objetó Emily-. Lo habré soñado, y me habré levantado en sueños. Pero, por otro lado, yo no sé dibujar.
-Algo te utilizó como instrumento, entonces -dijo el doctor McIntyre-.
Después de todo, la explicación de la abuela de lo que es la segunda visión es tan razonable como cualquier otra cosa, cuando uno se ve obligado a creer en algo
increíble.
-Prefiero no hablar del tema -dijo Emily, con un estremecimiento-. Me
alegro mucho de que hayan encontrado a Allan, pero, por favor, que nadie sepa de mi
intervención. Que piensen que a usted se le ocurrió revisar la casa de Scobie. No...no soportaría que se hablara de esto en toda la comarca.
Cuando se fueron de la casita blanca sobre la colina ventosa, el sol se abría paso entre las nubes y las aguas del puerto bailaban alocadamente. El paisaje estaba lleno de la belleza salvaje que sigue a la tormenta, y la carretera del Oeste se extendía ante ellas en curvas, en colinas y en charcos rojos y atractivos, pero Emily se apartó de ella.
-Voy a dejarla para el próximo viaje -dijo-. Hoy no puedo vender
suscripciones. Amiga de mi alma, vayamos a Malvern Bridge y tomemos el tren de la
mañana hacia Shrewsbury.
-Fue... fue muy raro lo de tu sueño -dijo Ilse-. Me hace tenerte un poco de miedo, Emily.
-Ay, no me tengas miedo -imploró Emily-. Fue sólo una coincidencia. Estuve pensando mucho en él, y la casa me había atrapado tanto ayer...
-¿Recuerdas cuando averiguaste lo de mi madre? -preguntó Ilse en voz baja-. Tú tienes un poder que el resto de nosotros no tiene.
-Tal vez me cure de él -replicó Emily, desesperada-. Eso espero. No quiero
tener ese poder, tú no sabes lo que siento al respecto, Ilse. Me parece algo terrible, como si estuviera marcada de una manera extraña; no me siento humana. Cuando el doctor McIntyre habló de que algo me había utilizado como instrumento, me recorrió un escalofrío por dentro. Me pareció que mientras yo dormía otra inteligencia se
había apoderado de mi cuerpo y dibujado en el cuaderno.
-La letra era tuya -insistió Ilse.
-Ay, no voy a hablar del tema, ni a pensar en él. Voy a olvidarlo. No vuelvas a mencionarlo, Ilse.
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Emily, lejos de casa
Teen FictionSegunda parte de la serie. Emily Starr siempre ha querido escribir. Al quedar huérfana y en la granja de Luna Nueva, escribir la ayudaba a enfrentarse a los momentos de soledad y tristeza. Ahora, Emily está en edad de asistir a la escuela secundaria...