Este libro no estará enteramente, ni siquiera principalmente, formado por extractos del diario de Emily pero, a fin de enlazar asuntos poco importantes en sí mismos para merecer un capítulo propio y, sin embargo, necesarios para una adecuada comprensión de su personalidad y su entorno, incluiré varios. Además, cuando se tiene material preparado y a mano, ¿por qué no utilizarlo? El «diario» de Emily, a pesar de todos sus excesos juveniles y sus cursivas, en realidad da una mejor interpretación de ella y de su mente imaginativa e introspectiva, en su primavera número catorce, de lo que podría dar cualquier biógrafo, por comprensivo que fuera.
De modo que echemos otro vistazo a las páginas amarillentas de ese viejo cuaderno, escrito hace tanto tiempo en el «mirador» de la Luna Nueva.
15 de febrero de 19...
He decidido escribir en este diario, todos los días, mis buenas y mis malas acciones. Me dio la idea un libro, y me gustó. Quiero ser lo más sincera posible. Claro que será mucho más fácil escribir las buenas acciones que las malas. Hoy he hecho una sola cosa mala, sólo una cosa que yo considero mala, quiero decir. He sido impertinente con
la tía Elizabeth. Ella entendía que tardaba demasiado tiempo en lavar los platos. Yo no tenía ninguna prisa y estaba componiendo una historia llamada El secreto del molino. La tía Elizabeth me ha mirado y luego ha mirado el reloj y ha dicho, con su tono más desagradable:
«¿Eres hermana de los caracoles, Emily?».
«¡No! Yo no tengo nada que ver con los caracoles», dije con altivez. No es lo que he dicho, sino cómo lo he dicho, lo que ha sido una impertinencia. Y ésa era mi intención. Me había enfadado mucho, los comentarios sarcásticos me alteran. Después he lamentado haber perdido los estribos, pero lo he lamentado porque era tonto y poco digno, no porque fuera malo. De modo que no creo que fuera un arrepentimiento sincero. En cuanto a mis buenas acciones, hoy he hecho dos. He salvado dos pequeñas vidas. Saucy Sal había atrapado
a un pobre pajarito y se lo he quitado. Ha salido volando en seguida y estoy segura de que se ha sentido muy feliz. Más tarde he ido al armario del sótano y he encontrado un ratoncito atrapado por la pata en una trampa. El pobre animalito estaba tirado allí, exhausto de tanto luchar, con una expresión en los ojitos negros... No he podido soportarlo, así que lo he dejado libre y, a pesar de la pata lastimada, se ha ido corriendo. Sobre esta acción no estoy muy segura. Sé que ha sido buena desde el punto de vista del ratoncito, pero ¿y desde el punto de vista de la tía Elizabeth? Esta tarde la tía Laura y la tía Elizabeth han leído y luego quemado una caja llena de cartas viejas. Las leían en voz alta y las comentaban, mientras yo estaba sentada en un rincón, tejiendo medias. Las cartas eran muy interesantes y he aprendido muchas cosas de los Murray que antes no sabía. Me parece maravilloso pertenecer a una familia como ésta. Con razón la gente de Blair Water nos llama los «Elegidos», aunque ellos no lo digan como un cumplido. Creo que tengo que vivir a la altura de las tradiciones de mi familia.
Hoy he recibido una larga carta de Dean. Está pasando el invierno en Argel. Dice que en abril vuelve a casa y se alojará con su hermana, la señora de Fred Evans, todo el verano. Me alegro mucho. Será maravilloso tenerlo en Blair Water todo el verano. Nadie me habla como Dean. Es el anciano más gentil y más interesante que conozco. La tía Elizabeth dice que es egoísta, como todos los Priest. Pero a ella los Priest no le gustan. Y siempre lo llama el «Giboso», lo que me pone los pelos de punta. Uno de los hombros de Dean es un poquito más alto que el otro, pero no es culpa suya. Una vez le dije a la tía Elizabeth que me gustaría que no llamara así a mi amigo, pero ella me dijo:
«Yo no le puse ese apodo a tu amigo, Emily. Su propia familia siempre lo llama así. ¡Los Priest no se destacan por su delicadeza!».
Teddy también ha recibido una carta de Dean, y un libro, Vida de Grandes Pintores, Miguel Ángel, Rafael, Velázquez, Rembrandt y Ticiano. Teddy dice que no quiere que su madre lo vea leyéndolo porque se lo podría quemar. Estoy segura de que si Teddy tuviera una oportunidad sería un pintor tan grande como cualquiera de ellos.18 de febrero de 19...
Esta tarde he pasado unos momentos preciosos conmigo misma, después de la escuela, recorriendo el camino del arroyo del bosque de John el Altivo. El sol estaba bajo y color crema, y la nieve era muy blanca y las sombras esbeltas y azules. Creo que no hay nada tan hermoso como las sombras de los árboles. Y cuando llegue al jardín, mi propia sombra parecía tan graciosa, tan larga, que se extendía todo a lo largo del jardín. De inmediato hice un poema, aquí van dos versos:
Si, fuéramos tan altos como nuestras sombras,
qué altas serían nuestras sombras.
Creo que tiene mucha filosofía.
Anoche escribí una historia y la tía Elizabeth se enteró de lo que estaba haciendo y se enfadó mucho. Me reprendió por perder el tiempo. Pero no era tiempo perdido. Yo crecí en esos momentos, sé que sí. Y hay algo en
una de las frases que me gusta. «Temo al bosque gris», me proporciona mucho placer. Y «blanca e imperiosa recorría ella el bosque oscuro como un rayo de luna». Me parece muy bonito. Pero el señor Carpenter dice que cuando a mí algo me parezca muy bonito tengo que tacharlo, pero ¡no puedo tachar eso!, al menos todavía no. Lo
extraño es que unos tres meses después de que el señor Carpenter me dice que tache algo llego a estar de acuerdo con él y me da vergüenza.
Hoy el señor Carpenter ha estado muy duro con mi redacción. No encontraba nada
bien.
«Tres ay de mí en un párrafo, Emily. ¡Uno solo habría sido excesivo en este año de gracia! ¡Más irresistible, Emily, por lo que más quieras, escribe en inglés! Eso es imperdonable».
Y tenía razón. Me di cuenta y sentí que la vergüenza me bajaba de la cabeza a los pies como una oleada roja.
Entonces, cuando el señor Carpenter hubo marcado con lápiz casi todas las frases y sonreído ante mis frases más lindas y me hubo dicho que yo era demasiado aficionada a poner «cosas inteligentes» en todo lo que escribía, arrojó sobre la mesa mi cuaderno, se llevó las manos a los cabellos y dijo:
«¡Tú, escribir! ¡Muchacha, ponte un delantal y aprende a cocinar!».
Y se fue, murmurando maldiciones. Recogí mi pobre redacción y no me sentí muy mal. Yo ya sé cocinar, y he aprendido una o dos cosas sobre el señor Carpenter. Cuanto mejores son mis redacciones más rabiosos se pone.
Ésta debe de ser bastante buena. Pero se enfada y se impacienta porque ve que podría haberlo escrito mucho mejor
y no lo hice, por negligencia, pereza o indiferencia, según cree él. Y no tolera que una persona que puede hacer
algo mejor, no lo haga. Porque no se tomaría la menor molestia conmigo, si no creyera que algún día puedo llegar a hacer algo bueno.
A la tía Elizabeth no le gusta el señor Johnson. Considera que su teología no es sólida. El domingo pasado él dijo, en el sermón, que el budismo tiene cosas buenas. «Lo único que falta es que diga que el papado también tiene cosas buenas», dijo la tía Elizabeth, indignada mientras cenábamos.
Tal vez haya algo bueno en el budismo. Tengo que preguntárselo a Dean cuando venga a casa.
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Emily, lejos de casa
Dla nastolatkówSegunda parte de la serie. Emily Starr siempre ha querido escribir. Al quedar huérfana y en la granja de Luna Nueva, escribir la ayudaba a enfrentarse a los momentos de soledad y tristeza. Ahora, Emily está en edad de asistir a la escuela secundaria...