Una débil mueca escapó de los labios de Rachel. No tenía las fuerzas suficientes para una sonrisa.
Otro golpe impactó contra su mejilla, dejándola roja. Pronto se pondría morada.
Su cuidador estaba hecho furia por el intento de ella por escapar junto con una pequeña.
Rachel no lloró, por más que intentaba desahogarse, ninguna lágrima salía. Estaba destinada a hundirse en su miseria. Ni siquiera tenía el privilegio de llorar.
Fue a su habitación —que estaba en el segundo piso— corriendo y luego se recostó en su cama intentando olvidar todo lo que le había pasado.
Una pequeña mano movió su pierna. Ella soltó una sonrisa al saber quién era.
– Mari. – Sonrió a la pequeña de grandes ojos verdes. – ¿Pasó algo? – Preguntó preocupada, tal vez la habían golpeado.
Comenzó a revisar si tenía alguna herida en su cara o brazos, pero estaba todo en perfecto estado.
Suspiró aliviada de que no la hayan lastimado. Una pequeñas lágrimas recorrieron las mejillas morenas de la pequeña.
– No llores. – Suplicó Rachel tomándola entre sus delicados brazos.
– Ví como el Sr. Wilson te lastimaba. – Sollozó en su pecho. Rachel sintió una punzada en su pecho.
– Te he dicho que no salgas de la habitación por las noches. – Reprendió suavemente.
Ella respondió con un pequeño sollozo. Ambas se conocían desde hace mucho.
Los padres de Mari murieron en un trágico accidente y no había rastro de parientes que la ayudaran. Estaba sola, igual que Rachel, por eso ahora estaba en ese horrible orfanato.
Rachel juró proteger con su vida a aquella pequeña de ojos verdes y gigante ternura. Tal vez esa era una escusa para no acabar con su vida.
Ambas se quedaron dormidas, encontrando el único lugar en el que podían estar en paz; sus sueños.
(...)
La alarma de la habitación sonó fuertemente, y Rachel junto con Mari despertaron perezosamente.
Ambas se vistieron con el uniforme de la escuela y salieron junto con el grupo, guiados por el Sr. Blood.
Llegaron a la gran escuela y las dos tuvieron que separarse. Mari debía ir junto con los chicos de primaria y Rachel debía ir con los más grandes.
Entraron todos a la clase y el profesor llegó anunciando un nuevo estudiante.
– Él es Damian Wayne. – Dijo reseñando a un chico se ojos verdes y cabello negro. – Estará en la clase por un año.
Y sin decir nada, el chico avanzó hacia un asiento vacío al otro lado del aula.
La clase comenzó y a Rachel le comenzó a aburrir, por lo que se recostó en su mesa para tomar una siesta.
El timbre tocó despertando a Rachel y esta salió del aula directo al comedor.
Tomó una de las bandejas y le sirvieron lo que había. Una extraña masa verde estaba en su bandeja.
Hizo una mueca de asco y botó la rara sustancia en un basurero.
Hoy no comería, al igual que ayer. Se sentó en una de las mesas vacías y comenzó a observar a su alrededor.
Algunos reían junto con sus amigos, otros comían tranquilamente y algunos se tiraban comida entre sí.
El comedor estaba repleto de risas y voces de personas hablando, pero todas estas pararon cuando la puerta se abrió estrepitosamente.