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Sin saber por qué Stephen, salió caminado de allí, seguía llorando. Llegó al río y caminó sobre su orilla, lo vio sereno, pero a la vez agitado. Siguió caminado hasta que amaneció y llegando a un punto, se adentró de nuevo en el sotobosque llevando consigo puesta la camisa ensangrentada que utilizó para calmar la hemorragia de Bern, sus pies descalzos y flacuchos estaban lastimados, pero no sentía dolor. Tenía muchas garrapatas que se iba quitando una a una con una parsimonia absurda y con la mirada perdida, estaba tranquilo, pero era una tranquilidad aterradora, a pesar de que emanaban lágrimas de sus ojos. Siguió caminado derecho sin descansar y con paciencia, y llegado el mediodía logró, en la bruma de su conciencia, ver un montículo parecido al de una loma, estaba en un claro, lo vio subir y bajar, subir y bajar.

Se aproximó y percibió un olor a muerte, como el que emanaba Bernabé al momento de deceso. Observó de nuevo el montículo, pero este dejó de subir y bajar como un pulmón, se dio cuenta que, lo que ahora parecía respirar era el bosque, el bosque completo subía y bajaba, como un pulmón, sus pies sentía como palpitaban, su oído bueno lo escuchaba con total claridad, pum, pum, pum, un retumbar suave, tranquilo, como el de un reloj debajo de una almohada, pum, pum.

El aire se tornó agrio, como si un viejo le exhalara su aliento, un aliento pútrido. Vio el montículo, este empezó a abrirse y se abrió como una boca. Exhaló la neblina que antes vio junto con Bern, era un aire de desgracia. Era densa y triste. Se expandía y todo lo que tocaba moría de inmediato, y se expandió con lentitud, pero Stephen seguía quieto, viendo como el bosque respiraba. Sintiéndose observado.

Sonrió.

Se aproximó con tranquilidad hacia la niebla y esta se detuvo a unos centímetros de él. La sintió viva, la niebla lo observaba, tranquila, como las veces anteriores cuando los seguía, cuando los observaba dormir, cuando los vio llegar.

Stephen sintió el remordimiento agazapado, suspiró. Sin decir nada más se adentró al vientre de la niebla y se perdió en la bruma, en la blancura infinita, pero no sucedió lo que él quería.

El tiempo se detuvo en su mente, sus pensamientos andaban a la deriva, contristados y sin recordar por qué. Se sintió solo, desnudo en el infinito espacio, vulnerable y tuvo la certeza de que su soledad era apañada por una presencia. Trató de identificarla y abrió los ojos, pero sus ojos estaban sellados, como cocidos con aguja e hilo, pero no le dolía, y trató con todas sus fuerza el abrirlos, pero no lo consiguió. Tuvo miedo de la presencia, porque se percató de que se acercaba, era terrible, agonizante. La tuvo frente a él, reconoció su olor agrio, como a viejo, reconoció el frío que despedía, como un bloque de hielo, era de su mismo tamaño, quizás un poco más alta. Su mente se aclaró un poco, y lo vio sin necesidad de abrir sus ojos. Se perturbó hasta el punto en que quedó sin respirar por un momento, no logró ver muchos detalles, pero era espantoso.

Percibió que se movía, que aproximaba su mano a su pecho hasta tocárselo, pasó a recorrer su abdomen, su cuello, caminó hacia su espalda y Stephen trató de moverse, pero no pudo, no estaba atado, pero aun así no pudo moverse en lo absoluto, ni un centímetro, ni un musculo. Sintió su mano de hielo recorrer su espalda, sus nalgas, su cola, su piernas, sus pies, los dedos de los pies... la presencia volvió al frente, y era más mórbida que antes, mucho más... sintió los años pesados de ella, eran muchos. Le recorrió el sexo con su mano helada, y este reaccionó, no a su voluntad, si no a la voluntad de la presencia; estaba erecto, pero no excitado, tembloroso y con miedo quiso gritar pero no pudo, percibió un toque y un escalofrío, un temblor terrible y algo tibio emergiendo de su sexo, percibió su simiente escurriéndosele por la entrepierna.

De pronto, todo se oscureció, sintió un retumbar... al poco tiempo escuchó un motor, una sirena, muchas voces que se perdían en la niebla de su mente, estas decían cosas incomprensibles y trató de entenderlas, pero no pudo. Al poco tiempo todo se volvió claro, entreabrió los ojos y vio un cielo falso blanco, trató de levantarse sin éxito, su cuerpo estaba tan adormilado que ni su cola se podía mover. Observó en rededor, reconoció unos muebles, unos aparatos que estaban conectados a su cuerpo y la ventana por donde entraba la luz natural que reverberaba en los objetos del cuarto, era de día.

Dentro del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora