Capítulo 7

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Pablo.

— ¡Pilar! — la llamo al ver que sale de su casa.

Estoy hace, aproximadamente, diez minutos esperando en la vereda de mi casa a que salga alguien de la casa de Marizza. Debo pedirle perdón, demostrarle que puedo dejar atrás toda esa mierda y cambiar para bien. No sé porque tengo esas ganas de explicarme, cambiar y ser mejor por y para ella, pero así es.

No, si que sé porque es.

Quiero cambiar, ser mejor persona para ella, porque la amo. No puedo negar lo innegable y vivir en un engaño para siempre. Marizza ya no es sólo mi mejor amiga, sino también la mujer que amo, la que me vuelve loco y logra ponerme de una forma estúpida e incoherente.

Necesito que me perdone.

Necesito que me quiera.

Pilar sólo me mira, mientras yo corro a la vereda de en frente sin siquiera mirar a los lados. Al llegar hasta ella, la oigo resoplar algo nerviosa, su cara denota intranquilidad, como si yo fuese el mismísimo diablo y ella no pudiera hablarme por miedo a lo que Dios diga al respecto.

— Hola — saludo rápidamente con un beso en la mejilla —, ¿y Marizza?

— Ehh... si, ella, hmm — titubea, pero antes de que pueda formar siquiera una oración, Marizza sale por la puerta, llamando la atención de ambos.

— Listo melli — dice, dirigiéndose alegre hacia Pilar, pero al verme, su semblante cambia.

Apenas y me dirige una mirada llena de desaprobación y frialdad, nunca me había mirado de ésa forma, pero supongo que lo merezco por hacer siempre lo mismo: pasar un lindo momento juntos, desaparecer para drogarme, preocuparla, y volver cuando se me sea más fácil.

Sé que lo que hago no está bien, pero estoy acostumbrado a la droga desde que mis viejos murieron. Esa sustancia puede ser una mierda, pero es mi distracción, estando drogado no recuerdo mis problemas, no recuerdo el dolor de una pérdida tan cercana como la de mis padres, no sufro el rechazo de Marizza. Nada es difícil. Estoy en mi mundo, y nadie a mi alrededor importa mientras mis dedos se sientan acalambrados, mi garganta adolorida por tanta risa, mi estómago vacío, mi vista nublada, y mis párpados pesen por la falta de sueño.

— Yo... me adelanto — dice Pilar, dejándonos solos al notar la tensión en el ambiente.

— Tengo que irme — susurra Marizza, queriendo seguir a su hermana, pero no la dejo.

— No, espera — la detengo con mis brazos, dejando su pequeño y frágil cuerpo frente al mío.

— Pablo, no tengo ganas de discutir y llorar — su voz es apenas audible, pero logro oír a la perfección cada palabra. Desvía la mirada y sorbe su nariz mientras pasa sus nudillos por la punta de ésta —. Me voy.

¿Llorar? ¿Iba a llorar nuevamente por mi culpa?

No, yo no iba a dejar que llore, ella no merecía derrochar lágrimas por un imbécil como yo.

— Para... ¿llorar por qué? — digo, sujetandola por las muñecas com suavidad.

— ¡Yo me entiendo! — grita, devolviendo la mirada hacia mi. Observo como sus ojos se encuentran algo rojos y no puedo evitar sentirme mal.

— No te pongas así, Mar, yo de verd... — me interrumpe.

— ¡Basta, Pablo!

Comienza a alejarse de mi, pero antes de que eso suceda hago lo primero que se me viene a la cabeza: la agarro de la cintura y la pego a mi, hasta estar a una distancia para nada normal entre nosotros.

Amor de verdad; versión Pablizza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora