21 | El tren de la discusión

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— Gracias por el desayuno —le dije al día siguiente. Me había despertado desde muy temprano para poder llegar lo más pronto posible a la clínica y ver a mi papá pero Cal me había obligado a desayunar algo antes de que fuéramos hasta allá así que me sentó en uno de los bancos de la isla de su cocina y comenzó a preparar un desayuno para ambos, no voy a negar que sabía defenderse en la cocina y que disfruté mucho de los panqueques que había preparado.

— Ajá —murmuró, distraído.

— ¿Estás bien? —le pregunté, quitando mi atención de la ventana para verlo pero desvíe la mirada al instante, aún me costaba verlo a la cara después de lo que habíamos dicho la noche anterior y como sin ser un caballero dijo que íbamos a compartir su cama porque no estaba dispuesto a dormir en el sofá, así que pasamos la noche uno cerca de la otra a cada lado de la cama, sin tocarnos pero al amanecer tenía prácticamente su cuerpo acurrucado contra el mío quitándome el aire.

— El alguacil quiere tu declaración —anunció con una nota molesta en la voz, frunció el ceño cuando yo lo miré alarmada. No quería dar declaraciones de como había encontrado a mi padre aún cuando sabía que eran necesarias—. Le dije que está tarde tendría la declaración.

— Pero...

— Sé que no quieres hacerlo —dijo, habíamos llegado al estacionamiento de la clínica y se giró en el asiento para verme, tomó mi rostro entre sus manos—. Y puedo arreglarlo para que no lo hagas. Nunca voy a obligarte a hacer algo que te lastima, es por eso que estoy dándote la opción de elegir si quieres hacerlo o no.

Lo quería tanto, tanto, tanto. Siempre me había dado la opción de escoger, nunca me obligaba a nada que yo no quisiera y siempre, siempre estaba en mi la decisión de elegir. Yo tenía la última palabras y él la respetaba. Eso era algo que el no veía, que no comprendía lo hacía humano, lo hacía tener sentimientos y lo mejor que me parecía a mí, lo hacía tener sentimientos sobre mi. El no veía cuánto me daba con todas esas acciones de su parte, solo veía al monstruo que decía ser cuando se sentía enojado y quería hacer daño. Me incliné hasta unir su frente con la mía.

— Te quiero —le dije en voz bajita, hizo una mueca pero no me importó—. No me importa que hagas caras raras. Te quiero, Calligan Dankworth.

— ¿Cómo puedes quererme? —se quejó, sonando contrariado, confundido y molesto. Sonreí, era un idiota ciego.

— Daré la declaración —dije, me aparté de él acariciando su mejilla. Abrí la puerta del auto de Danielle, debíamos devolvérselo—. Vamos, quiero saber si papá ya despertó.

Me miró enojado por no responder a su pregunta pero bajó del auto conmigo y caminó a mi lado hasta que llegamos a la sala de emergencias y pedí información sobre mi padre, casi abrazo a la enfermera cuando me notificó que mi padre había despertado hace apenas una hora y todo estaba bien con él, nos avisó que una mujer estaba con él en su habitación y que podíamos pasar a verlo. Tropezando con mis propios pies caminé con velocidad hasta la habitación donde estaba mi padre con Cal pisándome los talones, abrí la puerta con brusquedad observando primero a Danielle al lado de la cama y como se apartaba al verme, mis ojos se llenaron de lágrimas al ver la figura de mi padre sentando sobre esa cama de hospital.

Su piel se veía pálida, el cabello estaba hecho un desastre y sus labios estaba resecos además de que tenia un ojo amoratado y un pequeño corte en la ceja. Se veía débil, vulnerable y cansado. No me gustó eso, no me gustó ver esa imagen de mi padre y pensar que un día yo podría perderlo, pero entonces él hizo esta cosa de sonreír como siempre lo había hecho para mí mientras abría su brazos en mi dirección, solté una risa pero las lágrimas se deslizaban por mis mejillas cuando con delicadeza me acurruque entre esos cálidos brazos que me dieron un apretón. Besó la cima de mi cabeza y yo solté un sollozo.

MALAS INTENCIONESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora