Cinco

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La compañía de Jesse Mccree, para el omega, era como estar drogado, o tal vez meditando sin hacerlo realmente. Todo a su alrededor desaparecía, lo demás dejaba de importar, el tiempo se detenía y en el universo solo existían dos únicas almas: la suya y la de su amado vaquero.

Sé que al principio Hanzo estaba en contra de tener ese tipo de sentimientos por el moreno, pero empezaron a verse en ese lugar especial todos los días, para apreciar el maravilloso atardecer, de ese modo fue imposible para el japonés no volver a enamorarse de alguien que tuvo preso su corazón por muchísimos años. Ambos, al principio, ocuparon el pretexto de "tener que convivir más para no terminar muertos en batalla" pero poco a poco esa tonta idea fue dejada de lado, pues los dos realmente disfrutaron la compañía del otro, tanto así que dejaron de hacerlo por obligación.

En menos de tres semanas se convirtió en un precioso hábito para la pareja. Hasta ahora ninguno había faltado a su cita, ni mucho menos habían llegado tarde, pero ese día fue la excepción.

El arquero llevaba al rededor de 5 minutos esperando la llegada de su "amigo", probablemente no era tanto tiempo pero conociendo a Jesse Maccree, un hombre tan puntual como el mismo sol. Esos irrelevantes 5 minutos de espera eran como una señal de alerta para su cita.

Hanzo no quería alarmarse, ni ocasionar un espectáculo por ese simple hecho así que decidió respirar hondo y cerrar sus ojos lentamente, para encontrar la calma. Cualquier cosa insignificante hubiera podido pasar para que el vaquero se retrasara, a lo mejor estaba siendo regañado de nuevo por el comandante Morrison, o algo por el estilo.

Hurgó en sus recuerdos para encontrar algo que lo desconcentrara del tiempo, pero ningún recuerdo era lo suficientemente interesante. Siguió y siguió adentrándose más en su viejo baúl de recuerdos hasta que halló una época muy especial...

¡Ay dichosa la juventud del omega! Tan llena de desgracias pero, afortunadamente, con una única y preciosa experiencia llena de gozo y alegría. El recordar esa memoria tan vividamente era una fortuna para el japonés. Sonrió al toparse con aquel caluroso día de verano y esos ojos color marrón que curiosos lo observaban, el recuerdo de la sensación de miles de mariposas en su estómago lo inundó y de forma casi instantánea posó una de sus manos en sus labios, acariciando éstos con nostalgia.

Sí, Hanzo estaba recordando ese mismo día en el que conoció su destino, el día en que sonrió sinceramente después de mucho tiempo y de igual forma, el día en que un forastero americano irrumpió en su amado jardín para "pedir algunas direcciones".

Lo recuerda como si apenas hubiera sucedido ayer...

Él tenía 18 y pronto tendría 19, la edad perfecta para casarse, al menos según su padre. Durante esos días había estado muy irritable por la noticia, su hermano también lo estaba, tanto que se la pasaba peleando por el asunto de su soltería.

La mayor parte del tiempo Hanzo se encontraba en su propio jardín, meditando para tratar de encontrar la paz antes de su sufrimiento eterno. Ese día de verano era uno como cualquier otro de la época, tan caluroso e insoportable. Normalmente el mayor de los Shimada hubiera evitado salir a toda costa por el desagradable clima, ese día fue la excepción, y desde bastante temprano se encontró a si mismo meditando a las orillas de un pequeño estanque.

Todo estaba tan pacífico, callado y normal pero un extraño ruido irrumpió la paz del momento. El japonés abrió los ojos de forma brusca y con el ceño fruncido buscó rápidamente la causa del sonido. Se sorprendió bastante al notar lo que parecía ser una cabeza de cabellos castaños asomándose por la pequeña pared.

No sé asustó, en cambio, miró atento la situación, cómo temía ser descubierto en pleno espionaje cerró sus ojos de forma brusca, justo cuando la persona del otro lado había logrado subir la estructura.

Pensaba mantenerse sereno y con la vista a oscuras hasta que el ajeno hiciera alguna clase de movimiento que lo involucrara, le carcomía la curiosidad pero se quedó así hasta que escuchó un estrepitoso ruido que lo hizo abrir los ojos casi de inmediato. La escena que vió fue tan graciosa que le hizo soltar una pequeña risa infantil, sus mejillas se coloraron al escucharse así mismo y desvió la mirada.

Lo que Hanzo había visto era a un pequeño hombre, forastero, tirado en el suelo con la cara completamente sonrojada y un adorable puchero en sus labios.

Ahora que lo recuerda... ¡Jesse era tan adorable a sus 17! ¿Qué tanto le ha de haber pasado para que a éste punto se vea algo demacrado? Esa pregunta distrajo al japonés de sus recuerdos, haciéndolo volver a la realidad.

Suspiró de forma pesada e hizo una pequeña mueca, le hubiera gustado quedarse un poco más dentro de esa preciosa memoria, pero tenía asuntos más importantes que atender. Abrió los ojos de forma lenta y observó a su al rededor. Ya estaba por terminar la tarde y el vaquero aún no daba señales de vida.

¡¿Dónde rayos estaba Mccree?! Hanzo frunció el entrecejo y se paró de forma brusca, bajó del lugar hábilmente y se adentró en los cuarteles a paso rápido.

Era de extrañar que Jesse aún no llegara y el japonés estaba algo impaciente, así que decidió ir a buscarlo.

Llegó a la habitación del moreno y tocó la puerta una, dos, tres veces pero nadie le abrió. Decidió ir a buscarlo a la sala de entrenamiento pero nada, el comedor, la sala de reunión, incluso fue a buscarlo al cuarto de su hermano, más no aparecía. El arquero estaba por perder la paciencia, no sabía donde más buscar, hasta que recordó una conversación que tuvo con Jesse hace unos días...

Le había dicho que a veces le gustaba desaparecer de la faz de la tierra, eso lo sabía muy bien el japonés, también le había informado que si no lo encontraba probablemente estaría en un viejo bar a las afueras de los cuarteles.

¡Bingo! Ahí debería de estar. Hanzo corrió rápidamente al lugar, no le tomó mucho llegar pues ocupó el atajo que el mismo Jesse le había enseñado. Justo cuando llegó, entró sin importarle nada y buscó rápidamente al moreno con la mirada. Grande fue su sorpresa al percatarse que ahí tampoco estaba.

¿Otra vez había decidido irse sin más...? Se preguntó con miedo el arquero mientras iba de regreso a las instalaciones. Sí así lo había hecho al menos le hubiera dicho algo antes de desaparecer de repente, justo como las otras veces.

La rabia, la frustración, la decepción y la tristeza atacaron su corazón. Se sentía justo como la última vez. Tan fuerte fue el sentimiento que fue inevitable que ese recuerdo chocara contra él y tomara el control de su cerebro.

Trató de ignorarlo y a paso firme entró en los cuarteles, ya no le permitirá a esos sentimientos tomar el control de su cuerpo como la vez pasada. Estúpido Jesse Mccree, ahora recordaba porqué es que lo odiaba tanto.

¿Predestinados...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora