Nueve

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La mente de Jesse Maccree era un caos, no pensaba con claridad y sus acciones estaban fuera de control. Desde que decidió dejarse influenciar por su naturaleza su vista se había nublado y su lado racional había desaparecido por completo.

Pero eso no significaba que no supiera lo que estaba haciendo, sabía que estaba dañando a alguien, atacando a esa persona especial para él, tratando de hacerlo suyo, y por más que intentara parar, no podía. Escuchaba los gritos desesperados de Hanzo, sentía sus pataleos y manotazos, persibía el olor a miedo en el omega, y eso solo lo torturaba más.

Pero, ¿Qué podía hacer? No había nada que lo hiciera parar, muy en el fondo sabía que deseaba esto, incluso si estaba en contra de sus principios...  incluso si estaba en contra de los deseos del arquero.

Era un alivio sentir la piel del omega con la yema de sus dedos, era delicioso poder morder su delicado cuello, era nostálgico poder embriagarse en su perfecto olor a rosas, pero se sentía mal. Tan mal se sentía que simplemente bloqueó su mente y decidió llenarla de preciosas memorias, memorias que había vivido con el japonés.

Una de ellas lo remontaba a su adolescencia, meses después de haber cumplido los muy detestables 18 años.

Estaba nervioso, ansioso de que pronto podría volver a ver a su hermosísimo primer amor. Sus padres tenían compromisos en Japón y obviamente él asistiría.

Jesse recordaba muy bien que justo cuando lo volvió a ver, el muchacho asiático casi lo partía en dos con su katana, de hecho, tenía una muy linda cicatriz que iba desde su pecho hasta su estómago, un recuerdo preciado que tenía de él. Ese día Hanzo casi se suicidaba porque pensó que había matado a su novio, fue todo un caos, y a pesar de eso, también fue un día especial para los dos.

Terminaron por reconciliarse después de tanto drama y pasaron los mejores 6 meses de sus vidas a lado del otro.

Recordaba cada uno de esos días con exactitud, cómo cuando se dieron su primer beso, o cuando el padre de Hanzo casi los descubre romanceando, eran muchos los recuerdos que en ese momento se estaban apoderando del vaquero, confortándole y haciéndolo sentir menos culpable de lo que le estaba haciendo a su amado en ése preciso momento.

Lamentablemente, después de un rato, su mente se sumió en una aterradora oscuridad y dejó de sentir por completo su cuerpo, ¿El motivo? Jesse había recibido un golpe crítico en la nuca, que lo dejó inconsciente.

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Afortunadamente, antes de que el alfa pudiera marcar al mayor de los Shimada, Genji, que había escuchado los gritos desesperados de su hermano, se apresuró en ir al lugar proveniente del caos, y al llegar golpeó con todas sus fuerzas a su amigo en la nuca, buscando desmayarlo.

Su pesado cuerpo calló sobre el de Hanzo, quién rompió en llanto al instante, y alejó con todas sus fuerzas el cuerpo del vaquero, pues ahora lo quería lejos, quería lejos a todos los alfas del lugar, tenía miedo, mucho miedo.

Por otro lado, Genji retrocedió al persibir el aroma de su hermano, y tapó su nariz con la manga de su sudadera, su cuerpo comenzó a temblar y sus dientes a chirriar, un viejo sentimiento se alojó en su interior, provocando terror en el joven ninja.

Esto no podía estar pasando, no ahora, no cuando se había reencontrado por fin con su hermano, tenía miedo de que la historia se repitiera, en ese momento solo quería ver a la Omega que tanto quería, quería que lo confortara y lo ayudara a superar ese horrible sentir, así como la primera vez que la conoció.

Sus manos se cerraron en puños, y su mandíbula se tensó con fuerza, en ese momento solo trataba de obtener la mayor fuerza posible para no hacer cualquier cosa de la que podría arrepentirse.

Miró por última vez a su hermano, cerciorándose de que no estuviera en peligro, y una vez lo afirmó, se permitió cerrar los ojos, tratando de obtener la calma que tanto necesitaba.

¿Predestinados...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora