No supo en qué momento se quedó dormida. Agradeció, tras los sucesos de la noche anterior, haber caído en ese trance donde no tenía conciencia de sí misma.
Le atribuyó al alcohol todos los hechos inexplicables.Creyó percibir una ligerísima corriente de aire filtrándose por algún sitio. Halló un agujero de bala atravesando la madera de la ventana. Recordó que en algún momento de la madrugada abrió fuego contra ella procurando alejar a lo que fuese que deambulaba por el exterior. Ahora iba a tener que ir en busca de musgo para tapiar el agujero. La cabeza le dolía demasiado como para pensar en ello. Decidió olvidarlo por el momento. La mejilla y la ceja le dolían más que el día anterior. Se asomó casi por descuido en el espejito y descubrió el labio inflamado y un ojo amoratado. La piel marcada de ese modo tan humillante le ofrecía una imagen decadente, por lo que decidió tapar con un trapo el espejito.
De repente, todos los detalles del crimen se agolparon en su mente y, junto a ellos, el presentimiento de que alguien merodeaba afuera. La sensación la llevó a empujar la mesa hasta la puerta. Ni siquiera se preguntó si el presentimiento tendría un origen racional.Se sentía ansiosa y, curiosamente, también con hambre.
Al abrir la alacena encontró menos comida de la que creyó. Estúpido Gary, pensó enojada. El apetito insaciable de aquel hombre la estaba condenando a una situación compleja incluso después de muerto. Antes del invierno la muchacha procuró acumular todo lo posible. En el Yukón capturó varios salmones y, como era buena con la escopeta, pasó dos días tras la pista de un caribú hasta darle caza. Con la carne ahumada y el pescado puesto a secar, debería haber tenido suficiente para resistir los meses de invierno, pero el imbécil de Gary, designado de manera no oficial como el encargado de la cocina, terminó haciendo una mala distribución de la comida.
Lo primero que se le ocurrió fue huir hacia Tanana. Sin comida no podría sobrevivir al invierno, lo sabía. Todavía estaba a tiempo de llegar antes de que se ocultara el sol, dentro de cuatro horas. No obstante, se lo pensó dos veces. Sus instintos le gritaban que poner un pie fuera de la cabaña era similar a un suicidio, por lo que desechó la idea de tomar la motonieve e irse. Abrumada por ese sentimiento, recogió unas tablas y las clavó en la ventana. El agujero de bala en el tablón le servía de mirilla. Era la única manera de estar atenta al bosque, observando con cautela cada detalle de éste.
A la mañana siguiente, la certeza de ser observada no hizo más que acrecentarse. Estaba segura de que algo merodeaba por el bosque, disfrazando sus sonidos con el viento. Un pensamiento fugaz cruzó su mente. Quizás era obra del espíritu de Gary, que regresó a cobrar venganza. Sacudió la cabeza. Demasiado pronto para retornar del más allá. Volvió su vista a la caja de botellas de whisky; un poco de alcohol podía ser la cura perfecta a sus crecientes nervios, que se sacudían en un escalofrío cada vez que el viento arremetía contra los pinos.
Para River, aquello sonaba como si miles de gritos le advirtieran de lo que se encontraba del otro lado de la puerta.
Despertó al cabo de unas horas, empapada en sudor. Prestó atención y creyó escuchar algo. De nuevo el viento hacía de la suyas, y esta vez no podía negar la voz que acompañaba aquel ulular molesto.
—¡River! —Aterrada, oía cómo la voz que tanto conocía se distorsionaba en algo más siniestro—. Ven afuera. ¡Ven!
Tembló de miedo. Con las pocas fuerzas que pudo reunir, bajó de la cama. Como pudo llegó hasta la ventana, sin saber qué esperar con exactitud. Gary estaba muerto. Ella lo mató. Ella lo enterró. Sin embargo, al mirar por el agujero para examinar la zona donde debía yacer el cadáver, lo que vio le provocó un impacto que le espantó la borrachera.
Una mano semipodrida sobresalía de la tumba. La mano de Gary. Como sacada de un filme de zombis.
Cayó de bruces en el suelo, con el corazón a mil y un nudo gigantesco retorciendo su estómago. Sentía que en cualquier momento empezaría a vomitar. Tras unos segundos de shock, y reuniendo todo el valor que no tenía, volvió a echar un vistazo afuera.
Nada. No hubo nada esta vez.
Una luz de cordura brotó en su mente. Quizás fueran lobos desenterrando el cuerpo de Gary. Quizás se peleaban por un bocado. Quizás cientos de trozos sanguinolentos estuvieran esparcidos por la nieve en ese mismo momento. Quizás se estaba volviendo loca, pero una corazonada en el fondo de su ser le afirmaba que eso no era cierto.
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Alguien en el viento
HorrorRiver es una chica que vive aislada en una cabaña de troncos en Alaska. Acaba de matar a un hombre y, sin saberlo, despierta a un demonio que pretende poseerla. O sólo será que se está volviendo loca?