I. Hay constelaciones en tus pecas

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It's better to feel pain, than nothing at all
The opposite of love's indifference
So pay attention now
I'm standing on your porch screaming out
And I won't leave until you come downstairs

Stubborn Love, The Lumineers

Sal de mi cabeza.

Molestas, das vueltas, no te quedas quieto. Carajo, suficiente tengo con aguantarte todos mis días como para también entregarte el resto del tiempo que no estás conmigo.

Fuchi, fuera, largo.

Ojalá me hicieras caso, idiota.

No, corrijamos: ojalá la memoria de ti guardada en mi cabeza —una traidora hija de la chingada— me hiciera caso.

Nunca se va.

Nunca puedo dejar de verla, sobre todo en los últimos tiempos. Y no es que en algún momento de mi existencia haya dejado de verla, desde que tenías cuatro años e ibas detrás de mí. «Kacchan, ¡Kacchan! ¡Espera, Kacchan!». Era irritable. Cuando menos. Puedo ponerle otros adjetivos pero ya crecí. Siempre detrás de mí y luego a la par y luego adelante, tanto que me cuesta seguirte.

Extiendo la mano para alcanzarte y a veces parece que no basta. Parece que un día no va a ser suficiente.

(Carajo, procuro no pensar en eso, nunca saca nada bueno de mí. Pero ya hice las paces, Izuku, ¿ves? Ya no dejo agujeros en la pared cada que recuerdo que vas por delante de mí. La terapeuta está orgullosa. O algo, yo que mierda voy a saber).

Pero siempre extiendes la mano.

Te odio un poco por eso.

Yo nunca la extendí. Nunca me molesté en pensar en eso. Para mí sólo eras «Deku», un don nadie bastante estúpido y demasiado molesto que me perseguía.

Como da vueltas la vida.

Con un carajo.

¡Sal de mi cabeza!

Es casi imposible que lo hagas, pero me niego a perder esta batalla. Nunca he perdido y no planeo empezar ahora una carrera como patético idiota que se rinde. ¡Sal de ahí! No hay un minuto que no te vea. Lleno de cicatrices, con esa sonrisa que me da ganas de vomitar y esos ojos que brillan alumbrando el mundo entero. Podría no haber sol y estarían tus ojos.

¿Ves cómo soy capaz de decir estupideces románticas?

A veces me salen. No te quejes si no es muy seguido. Se me atoran en algún punto de la garganta y luego escupirlas es un suplicio, Izuku. Carajo. Sólo tú puedes hacer estas chingaderas conmigo y salir vivo.

Bueno, ya sé que no eres tú solito. Ni que fueras el culpable de cada fregadera. Eres tú junto con mi cerebro, pinche traidor de mierda.

Alguien llama a la puerta de mi habitación.

Durante un segundo me debato entre si preguntar quién es o decirle a quien sea que se largue a freír espárragos o a meterse a duda que sea que tenga por el trasero. Pero después oigo tú voz y, carajo, Izuku, tengo debilidad por ella. Lo odio.

—¿... Kacchan?

Maldito seas. Tú y toda tu descendencia.

Que seguramente no tendrás porque tu trasero es más gay que el mío y eso es mucho decir.

Pero volviendo al punto en el que estaba maldiciendo a toda tu descendencia. No puedo darme el lujo de distraerme cada dos segundos.

—Pasa, carajo.

Ya te he dicho mil veces que no tienes por qué pedir permiso —tú no—, pero lo sigues haciendo. Es justo porque una vez intenté explotarte la cabeza sin ver. En mi defensa recuerdo haber dicho que creía que era Kaminari y no tú. Pero gritaste que de todos modos no estaba bien y me arrastraste hasta la habitación de Kaminari para hacer que me disculpara.

(También exploté su puerta en el camino, pero de eso no hablamos).

—¡Lo siento! ¡No quería interrumpir si es que...!

Nunca interrumpes nada. Sueles mejorar tu alrededor, aunque no lo notes.

Recuerda: si no existiera la luz, tus ojos iluminarían el mundo.

No hay dos sillas en mi escritorio, pero sí hay un banco en la habitación que jalas hasta sentarte a mi lado.

Tampoco creas que voy a dejar de estudiar Cálculo Integral sólo porque estés haciéndome ojitos a centímetros de distancia. Aunque no puedo negar la tentación y tú lo haces todo deliberadamente, carajo, lo sé. Lo sé perfecto.

—¿Y? ¿A qué viniste? —pregunto.

—Tengo dudas de inglés.

—Pregúntale a Todoroki. Ese imbécil siempre te ayuda con eso.

—Pero tú tienes mejor calificación en inglés, Kacchan...

Ruedo los ojos. Un día de verdad se me van a quedar blancos. Tú y Kirishima no son ningún problema. Pero luego está Kaminari llorando que no entiende las ecuaciones básicas de secundaria porque su cerebro parece resetearse cada vez que se sobrecarga.

Y por supuesto que acabo dejando los pinches ejercicios de Cálculo a un lado para explicarte todas tus dudas en inglés. Y perderme en tus pecas, de paso.

He intentado contarlas.

No me juzgues. Cualquier persona con cerebro y una mínima atracción por ellas habría intentado hacerlo. ¿Lo ves? Completamente normal.

Hablando de eso, ¿sabías que hay constelaciones en ellas?

Este soy yo diciendo que me gusta que tus mejillas y tu nariz estén plagadas de pecas. Por si no se notaba antes y tengo que remarcar putas obviedades. ¿Todo claro?

Carajo, ni siquiera puedes oír mis pensamientos.

Cuando terminas con todas tus malditas dudas sonríes y esa sonrisa acaba por dejar ciego al mundo. Es casi imposible no sonrojarse cuando sonríes, Izuku; mira que lo intento con todas mis fuerzas.

Te aprovechas de eso y agarras el cuello de la playera que traigo puesta y me jalas hasta que alcanzo tus labios y ahí sí, me pierdo. Besarte es flotar en el infinito, a la deriva. Tus labios son la única ancla existente con la civilización y el resto es la nada. Nunca te lo he dicho así: ya te dije, se me atora lo que quiero decir en algún punto de la garganta y no sale, no sale, no sale.

—Gracias, Kacchan —dices al separarte y entierras una mano en mi cabello.

Eres el único que puede tocarlo así, por cierto.

Para que ningún extra imbécil se vaya haciendo ideas.

—De nada —respondo.

Si no fuera quien soy, diría más cosas. Todo lo atorado, para empezar.

«Te quiero» las mismas veces que lo dices tú. (El record es cuatrocientas veces en quince días, una media de veintisiete al día. Te lo juro. Ya lo sé. Bueno. No. Síguelo diciendo, todas las veces que quieras; no voy a ser yo quien te detenga). Lo que pienso de tus ojos y de tus pecas y de tus músculos y todo tú, entero, completo, tu cuerpo y tu mente y tu capacidad de estrategia.

Si te puede gustar todo de una persona ese soy yo y es patético, Izuku. Patético. Lo odio.

(En realidad no).

Vuelvo a buscar tus labios sólo porque son lo que me mantiene anclado al mundo y evitan que explote cada hora, cada minuto cada segundo. Me mantienen pegado al piso, Izuku, son mi gravedad. Y es patético.

—¿No estabas haciendo cosas de cálculo? —preguntas.

—Estaba.

Si fueras cualquier otra persona, ya te hubiera corrido de mis dominios. Pero eres tú y creo que ya te pertenecen más a ti que a mí.

Sal de mi cabeza.

O no, como quieras. Tampoco es un suplicio pensar todo el pinche tiempo en ti.

Izuku [Katsudeku/Dekukatsu] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora