VI. Tus manos, mis labios

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Lovers in the night
Poets trying to write
We don't know how to rhyme
But, damn, we try
But all I really know
You're where I wanna go
The part of me that's you will never die

Always Remember US This Way, Lady Gaga

Las tardes de los domingos son más entretenidas cuando no tenemos trabajo extra. Más pegadas a las noches, cuando podemos encerrarnos sin que nadie nos moleste porque el siguiente es día de escuela y casi nadie quiere arriesgarse a desvelarse. Es más entretenido cuando te dejas caer en tu cama, sobre las almohadas, con una sonrisa de anticipación, sólo porque yo te lo pedí.

—Quédate ahí.

Estamos en tu habitación y a donde voltee hay un All Might devolviéndome la mirada. Es perturbador, Izuku.

—¿Qué planeas hacer? —preguntas, mientras me pongo encima de ti, mis piernas encima de tus muslos.

La verdad todavía no sé lo que quiero hacer.

Sólo que estás debajo de mí y que te quiero.

—Aún estoy pensando.

Me inclino y mi codo descansa a un lado de tu cabeza, sostiene mi peso y la otra busca tu barbilla y mi pulgar traza el contorno de sus labios. No quiero besarte, no todavía.

Más bien, quiero hacer que desees un beso y luego dártelo, pero no sé exactamente cómo se hace eso. Tendrás que perdonarme por la cantidad de tonterías que van a suceder en los próximos cinco minutos, mientras descubro que te hace desear un beso o rogar por mis labios.

—Kacchan, acércate más.

Te hago caso tu alcance y te hago caso. Tus manos alcanzan mis mejillas. Tienes los dedos llenos de cicatrices, medio rasposos, resultado de tanto entrenamiento, de tantos golpes, de tantos huesos rotos. Me quedo esperando a que pase algo más y sonríes al sentir mi piel y apretar mis mejillas y tengo la tentación de sonreír contigo aunque no entiendo. En vez de eso alzo una ceja y tú sueltas el principio de una carcajada que nunca llega a concretarse y se queda en risita.

Me acerco más, pero sin buscar tu rostro. Mis labios se dirigen a tu cuello y apenas rozan tu piel. Siento el momento justo en que dejas de respirar y todo el aire se queda dentro de ti.

—Kacchan...

Hay una pregunta en tu voz.

«Qué carajos haces».

Te mereces todo esto.

Toda la delicadeza que parece que no tengo, todo el cuidado. Mis dedos dejan tu barbilla y acabo usando los dos brazos como apoyo para mantener mi posición por encima. Siempre tengo cuidado con ellas. Mis labios siempre tienen más cuidado y recorren tu cuello apenas tocando tu piel. Siento, debajo de mí, como arqueas levemente la espalda.

Tus manos siguen cerca de mi cara, acomodadas como mejor se puede. No las mueves, no demasiado.

Estás esperando.

Estoy haciendo más una prueba y error, aunque ya sé más o menos cuál es la reacción que tiene tu piel a la mía. Nunca falla el lóbulo de tu oreja.

Lo atrapo con mis dientes y mi lengua lo toca.

Es instantáneo. Te revuelves debajo de mí y tu espalda se arquea otra vez. Y esta vez tu voz suena un poco más desesperada, un poco más a queja.

—Kacchan... —Tus dedos se me clavan en el hombro—. Katsuki.... —Suelto el lóbulo de tu oreja—. Tus labios...

Son tuyos, Izuku.

—Por favor...

Pero no te beso, no todavía. Mis labios recorren la línea de tu mandíbula, hasta acercarse a tus labios.

—Bésame —pides.

Sí.

Mis labios chocan contra los tuyos. Besarte es como una guerra y tus labios atacan a los míos sin piedad alguna. También por eso me gustas, Izuku.

Cuando estamos tan cerca y respiramos el aire del otro y se me atragantan todas las palabras en la garganta porque no quiero nunca despegar mis labios de ti, tu nombre me sale más rápido, más ajetreado, más aventado. Entre las sábanas y la cholca debajo de notros.

—'Zuku.

La «i» del principio sale difuminada, casi inexistente.

Siempre que hablo con esa prisa (por besarte) sonríes. Tus labios se curvean levemente, con delicadeza. Qué chingados quieres. Esta parte mía es sólo para ti. Tú te la mereces más que cualquier otro extra.

Vuelvo a besarte en el cuello. Sin morder. No todavía. No sé si vas a dejar que te llene de chupetones allí donde se pueda ver. Una de tus manos sigue clavada en mi hombro.

—Kacchan... Ey.

—Qué.

—Te quiero.

—Ya sé.

—Se supone que tienes que responderme, Kacchan.

Tú lo dices mil veces más que yo (es una aproximación, pero quizá pueda conseguir algún día la cifra exacta). Te sale con más facilidad y no se te atraganta. Yo tengo otras maneras. Como besarte todo el cuello y toda la cara y morder el lóbulo de tu oreja y no hablar, porque las palabras se atoran, se tropiezan, unas con otras. Los «te quiero» dan vueltas y pesan mil toneladas y siento que la gravedad es más cuando suelto uno, como si la tierra me atrajera más a su centro y me pesara el aire encima de mí. Pero de todas maneras te gusta escucharlo.

Henos aquí.

—Te quiero —digo. No me vez la cara porque está escondida en la curva de tu cuello. Es casualidad que encaje tan bien ahí, nada más, pero es una buena casualidad.

Mis labios vuelven a atrapar el lóbulo de tu oreja.

—¡Kacch... an!

No sé si es mi nombre o un gemido, pero me gusta oírlo. Me pregunto si algún día voy a hacerte gritar solo con mis labios. Te ríes. De nervios, de ganas, de anticipación, de todo. Supongo que tu vecino está oyendo y no me importa. Podemos traumatizarlo, si quieres. Lograr que Iida vuelva a asegurarse de que no hacemos nada inmoral en las habitaciones.

Pero qué hay de inmoral en mi cuerpo sobre tu cuerpo y mis labios sobre tus labios y los «te quiero» y mis labios en el lóbulo de tu oreja y mis manos a cada lado de tu cabeza y las tuyas en mis hombros y los dedos bien clavados en mi piel. Qué.

—Bésame otra vez —pides.

Y lo hago sin pensar.

Tus labios siempre saben bien. (Aunque tu insistes que los míos saben a dulce). Te mereces todos los besos del mundo. Y todo el cuidado y toda la delicadeza y todas esas cosas que parece que no tengo y no entiendo, pero en realidad sólo están guardadas bien hondo, encerradas bajo llave.

(Y tú eres la llave, carajo, Izuku, qué hiciste conmigo, cabrón).

—Katsuki, te quiero, te quiero, te quiero.

A veces siento que las palabras no te alcanzan. Tampoco a mí. Esto es grande, arrebatador, incomprensible. Es la ola de un tsunami arrastrándonos y estamos agarrados el uno del otro tan fuerte como es posible.

Tú lo dices más que yo.

No importa.

Puedo decírtelo con mis labios sobre tu piel las veces qué hagan falta.

—Te quiero, idiota —murmuro sobre tu cuello.

Qué eres, Izuku, y qué hiciste con Katsuki Bakugo. (No es una queja. Nunca será una queja).

Izuku [Katsudeku/Dekukatsu] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora