IV. El universo entre tú y yo

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If you're lost you can look and you will find me
Time after time
If you fall, I will catch you, I'll be waiting
Time after time

Time After Time, Cyndi Lauper

La primera vez que pasa creo que te había hecho daño. No puedes culparme. Nunca me ha pasado eso. Siempre me ha enorgullecido el control que tengo sobre mi singularidad. Siempre que he lastimado a alguien, lo hice con toda la intención. Siempre que te lo hice a ti. Al menos físicamente. Lo otro nunca lo medí. Lo que dije. (Perdón. ¿Ya he dicho perdón las suficientes veces?).

Así que la primera vez que mis manos sueltan una explosión involuntaria mientras me estás besando, creo que te hice daño.

(En realidad le hice daño a tu playera ridícula con ese texto que dice «playera»).

Nunca me ha pasado esto, Izuku.

Sospecho que lo vez en mis ojos y en mi cuerpo de se aparta y pone distancia entre nosotros. Como antes. Como en ese interludio en el que pasamos de un extremo a otro.

—Kacchan, no fue nada —dices. La cintura de tu playera está hecha jirones, pero sobre tu piel o hay más de que una leve marca de que algo explotó allí.

¿No es nada porque de verdad no es nada o porque estás acostumbrado?

¿O son las dos?

No contestes.

—Lo siento. —Obligo a que mi boca pronuncie esas dos palabras. Es lo menos que puedo hacer.

—No fue nada, de verdad.

Pero no me acerca y tú no sabes cómo cortar la distancia que puse. Lo veo en tus ojos. Sólo le hice hacia atrás en la cama, alejándome de la cabecera para acercarme a los pies.

—Nunca me había pasado.

Admitir eso pesa tanto en mi orgullo que es como si lo estuviera aplastando.

(Ese tema para otra ocasión, Katsuki, una crisis a la vez).

—No fue nada, Kacchan, ¡mira!

Alzas los brazos. Tus gestos me los demuestran. Sonríes aunque claramente no entiendes lo que está pasando por mi cabeza, porque no digo nada. Solo me quedo viendo allí donde tu playera quedó rota y aparece tu piel. Por alguna razón sólo puede concentrarme en que tienes pecas en la cintura. Qué carajos.

No, es en serio, qué carajos.

—Tienes... —Señalo, nada más por no acabar la frase—. Como carajos es que...

Volteas la cara para buscar a que me refiero y supongo que las ves y sueltas una risa entre nerviosa y «qué está pasando ahora».

—Sí. ¿Quieres ver?

Eres un cabrón. Estoy convencido de que la mitad de las cosas que hacen son sólo una venganza contra mí, porque te jalas la playera hacia arriba y me enseñas. Hay cúmulos de pecas por allí y por allá, sobre todo a los costados. Nunca antes había puesto atención y eso que usamos los vestidores de UA todo el tiempo.

—Dame tu mano —dices, extendiendo la tuya.

—¿Eres estúpido?

—Dame tu mano —insistes. Mueves la tuya. Arriba. Abajo. Un gesto de un niño que quiere que le entreguen algo a toda costa.

—Izuku, en serio...

Te acercas, cortando la distancia entre ambos. No quitas la mano, pero yo siento que va a explotar todo si te toco y acabo por esconderlas en las bolsas del pants que tengo puesto. Tú frunces el ceño ante la terquedad.

—Kacchan —dices, buscando mis ojos—. ¿Confías en mí? —Por supuesto, esa es una pregunta que sólo tú harías. Idiota. Lo peor es que insistes—: Kacchan. Quiero una respuesta. No sirve si no respondes.

—Sí.

Por supuesto que sí. No puedo explicar lo mucho que confío en ti, lo mucho que te entregaría todo lo que soy. Eres la única persona que me ha visto llorar en los últimos años. Nadie más. A ver si lo entiendes, carajo, con una chingada, nadie más ve mis putas lágrimas, sólo te las enseñó a ti cuando amenazarlas para que no salgan nunca no es suficiente.

Lo digo como si fuera obvio.

—Yo confío en ti —dices.

No mueves la mano. Lo que quieres es muy claro.

Así que saco una de las mías de la bolsa y la acerco a la tuya, rogando que no me hagas explotar de nuevo. Casi nadie logra hacerlo si yo no quiero, pero tú eres tú. Cabrón.

Conduces mi mano hasta tu cintura, allá donde se asoman tus pecas en el mismo agujero que dejé en tu playera quemada.

—Déjala ahí. —A mí no se me ocurre moverla. Tu voz es mucho más firme de lo habitual y está bien, porque alguien tiene que tener la cabeza sobre los hombros y en este momento no soy yo.

No me pides la otra porque quizá supones que vamos a estar ahí todo el día.

Te acercas y parece que vas a besarme en los labios pero en vez de eso tus labios chocan contra mis mejillas. Es un roce apenas. Y luego se alejan. Diría que sólo unos milímetros, pero mi cerebro está gritando cosas.

Carajo.

—¿Te gustan mis pecas?

Trago saliva.

—Kacchan —insistes.

—Sí.

Estás demasiado cerca como para que pueda enfocar y verte bien, pero sospecho que sonríes.

—Confía en mí, no me vas a hacer daño.

Tu seguridad es increíble. Pero ambos sabemos cómo se sienten las quemaduras de mis explosiones y dudo que tengas ganas de sentir eso todo el tiempo.

—¿Está bien? —preguntas.

Estás muy cerca.

Las pecas de tus mejillas se ven desenfocadas en mis ojos.

Demasiado cerca.

—Está bien. —Siento que te aviento todo mi aliento en tu cara y no me paro a pensar demasiado en eso.

—No me vas a hacer daño.

Tan cerca, haces que mi cerebro flote en la nada. Estamos en el vacío, Izuku. Entre tú y yo en este momento está el universo entero. No puedo pensar en nada más. Sólo en ti, enfrente, tan cerca que puedo sentir como respiras. Entre tú y yo, todas las estrellas.

Tus labios se dirigen a mi cuello o quizá a mi oído, no sé. Dejo caer los párpados.

—Confía en mí —repites.

Carajo.

—Bésame, maldita sea.

Eres deliberadamente lento. Te alzas por encima de mí, aprovechando que estás en mi cama y que estás apoyado sobre tus rodillas. Mi mano sigue en su cintura y te clavo los dedos cuando me obligas a alzar la barbilla y te acercas.

Entre tú y yo, el universo. Las estrellas en tus mejillas y en tu nariz y.

Cuando tus labios se estrellas sobre los míos, ya perdiste.

Y yo también. Ante ti.

Izuku [Katsudeku/Dekukatsu] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora