Capítulo 12

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Era un día jueves, dos días antes de noche nueva, cuando Bryce por fin me llevó a su casa de veraneo. Quedaba un poco a las afueras de Bluffton en una comunidad de casas de lujo en la playa. La de los Johnson, por suerte, estaba lo bastante alejada de las demás.

La casa de veraneo era de un color celeste suave, de techo azul mezclilla y decorados blancos como los bordes de la ventana, la puerta, la baranda que rodeaba la casa y las escaleras. Estaba sostenida por gruesos y pesados troncos de madera y era grande. Se notaba que hacía mucho no iban por ahí por el polvo y las hojas en el piso.

Dentro, el techo estaba sostenido por una columna de madera. Los sofás eran blancos y suaves y habían alfombras por ahí y por allá. A diferencia de la mansión, ahí no habían rosarios, biblias o imágenes de Jesucristo. Todo era muy al estilo de Bryce. Tenía tres habitaciones, pero sólo una parecía usada.

Cuando la sospecha se hizo más grande, le pregunté:

—¿Esta casa es tuya?

Bryce se recostó a un mueble y asintió.

—Me la regalaron mis padres el año pasado —me dijo—. Quería vivir la experiencia de independizarme, pero no me duró mucho. Hace meses que no venía.

—Es hermosa —miré alrededor antes de acercarme a él. Llevaba una linda playera de palmeras y unos shorts blanco hueso. El cabello lo llevaba despeinado, como siempre. Estaba muy guapo ese día, más de la normal—.  Me gusta estar aquí.

—¿Sí?

Asentí y le di un beso corto en los labios. —Es muy bonito. Es calmo.

Bryce comenzó a sonreír. Las bonitas marcas a los lados de su boca me gustaban, también tenía patas de gallo y un hoyuelo que se le hacía en el pómulo cuando sonreía con muchas ganas. Le acaricié las mejillas y sonreí. Ya estaba comenzando a sentir mariposas en el vientre. Bryce me hacia sentir cosas sin ponerme una mano encima, y aquello era maravilloso.

—Blair —la voz le tembló un poquito cuando me llamó—. Blair, eres mi primer amor.

Y luego me besó. No fue un beso corto como los de siempre. Ese día, luego de haberme dicho algo tan importante, me besó de verdad, ya no con gentileza y cariño, sino con deseo y mucha pasión.

Bryce también era mi primer amor, claro que no hizo falta que se lo dijera, él lo sabía. Sabía tanto de mí que me hacia sentir a gusto el ser yo misma con una persona que quería tanto. Bryce me hacía feliz, no del mismo modo que me hacían mis amigos o Alex, él me hacía feliz de un modo distinto. Y eso me gustaba mucho.

Cuando llegó la noche nueva, hablé con mis padres para decirles que la pasaría en la casa de veraneo con Bryce, Alex y Bradley, pero para noche vieja sin duda lo pasaría en casa. Esa noche encendimos una fogata frente a la casa y cocinamos pinchos de salchicha y malvaviscos. Estuvimos despiertos hasta las casi tres de la mañana escuchando música, bailando, comiendo y platicando, hasta que Bryce fue el primero en decir que se sentía muy casado y que se iría a la cama. Eventualmente lo seguí. Esa fue la primera vez que compartimos una cama.

Los siguientes días, luego de navidad, decidimos salir juntos por Bluffton. Fuimos a una función de autocine, visitamos el acuario en la ciudad vecina por insistencia de Alex en salir del pueblo al menos una vez durante las vacaciones, hicimos patinaje sobre hielo, jugamos a los bolos y, de hecho, Bryce resultó ser muy bueno en ello e hicimos una fiesta un día antes del 31 de diciembre con nuestros amigos. Finch, Verónica, Mathew Miranda y Christine. Y para ser honesta, fue una de las mejores noches de mi vida. Cantamos bajo la luz de la luna escuchando Never tear us apart y Another brick in the wall, bebimos junto a la fogata y nos metimos a nadar al mar.

Esa noche, especialmente esa noche, la luna iluminaba el pueblo con fuerza y el reflejo de la luz bailaba en el mar. Las estrellas brillaban como nunca, pero no habían nubes en el cielo. Ni una sola. Bryce me tenía abrazada, con mi cabeza reposando en su pecho mientras mirábamos a los demás jugar en el agua. Estábamos empapados y llenos de arena mientras compartíamos una manta para evitar el frío, pero también indiscutiblemente felices.

Fue entonces cuando tuve el impulso de girar un poco la cabeza y todavía sin verle a los ojos le dije:

—Gracias por aparecer un día cualquiera y cambiar mi mundo para siempre.

No me lo preguntes, porque todavía no sé cómo explicarlo, pero el decirle aquello, fue como haber confesado que le quería. Me sentí bien al decirlo, porque tampoco era ninguna mentira. Yo nunca había sido tan feliz hasta ese momento y quería que él lo supiera.

Bryce no dijo nada. Me pasó una mano por el cabello, me besó la frente y luego me abrazó muy fuerte. Fue la primera vez que deseé que un abrazo durara para toda la vida.

Quizás mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora