Capítulo 3

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Augusto se sentó en su silla cuando Clara ya estaba en su lugar. Ella siempre llegaba más temprano para estar lista cuando el profesor  llegara, no le gustaba la impuntualidad. Él sacó de su mochila negra una pequeña caja color rosa; la dejó en la mesa de Clara, sin decir absolutamente nada. La caja tenía un papel doblado que a simple vista se veía una “P” escrita en letra de molde con birome negra, era de madera y estaba pintada prolijamente con un color rosa chicle.

Clara lo miró por unos segundos y luego su mirada viajó hacia la pequeña caja rosa. Tomó el papel que tenía y lo desdobló, este tenía escrita la palabra “perdón,” con birome negra. Ella lo miró desconcertada.

–        Sigue leyendo –fue lo único que dijo Augusto.

En sus ojos había una especie de brillo.

Clara bajó la mirada hacia el papel nuevamente y notó que había otro doblez en la esquina izquierda, lo desdobló y allí decía: por ser un tonto la primera vez que hablamos. Todo junto formaba lo siguiente:

Perdón, por ser un tonto la primera vez que hablamos.

Clara se acordó inmediatamente de aquel acontecimiento, habían pasado dos meses desde ese día. Aun así se acordaba porque le había caído tan mal esa respuesta (¿Acaso te importa?). A pesar de que después habían hablado y se habían llevado bien, digamos.

Ella abrió la cajita rosa, y adentro había un chocolate pequeño, un bombón. Clara amaba el chocolate, pero nadie lo sabía.

–        ¿Esta es tu forma de pedir disculpas? –preguntó Clara incrédula.

–        Algo así –respondió Augusto ocultando una sonrisa.

–        Entonces te perdono. En serio, no hacía falta, no nos conocíamos. Bueno tampoco nos conocemos ahora pero…gracias.

Augusto no tuvo tiempo de responder porque apenas terminó de hablar Clara, la profesora Fernández, de biología, entró.

***

La última clase de ese día era Historia. Durante toda la mañana no volvieron a hablar, hasta que estaban por retirarse.

El timbre de salida sonó y Clara comenzó a guardar sus útiles en su bolso color rosa, era su color favorito y parecía que Augusto lo había notado.

–        Gracias, en serio –dijo Clara antes de retirarse –Ahora siento que debo regalarte algo también.

–        No es nada, me sentí culpable y pensé que esta sería una buena forma de volver a empezar.

–        ¿Volver a empezar? –dijo Clara enarcando una ceja.

Por primera vez, ella, se sentía confiada.

–        Sí, nunca nos presentamos y la primera vez que hablamos fui un…estúpido, no sé –dijo Augusto sonriendo de lado –Y bien, soy Augusto De Ría.

–        Clara Brisett –respondió devolviéndole la sonrisa.

Dicho eso se estrecharon las manos.

Como era tarde, ambos se saludaron y fueron a sus respectivos hogares.

Ese fue el comienzo de una gran amistad.

***

Augusto en casa almorzó sólo, como siempre. A la tarde hizo algunos de sus deberes, y cuando terminó de hacerlos, ya faltaban un par de minutos para que llegara Verónica.

En esos minutos, los cuales deben haber sido 15 o 20, pensó en cómo había reaccionado Clara. En un momento, le recordó a su madre, estaba tan feliz como cuando él le había regalado una rosa cuando tenía 10 años. Pensó que Clara era diferente, pero era un diferente bueno.

El lado buenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora