Capítulo 5

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–        Ten cuidado Gus, no tomes tanto y no hagas algo de lo que te arrepientas –dijo la madre de Augusto antes de que él salga con sus amigos.

–        Bueno mamá, te quiero –dijo él abriendo la puerta de la entrada de su casa.

Sus amigos lo esperaban afuera en el auto de Santiago, un castaño claro alto con ojos color café, dentro del auto también iban Fernando, un rubio no tan alto con ojos verdes, e Ignacio, un morocho de pelo castaño y ojos oscuros, apodado como Nacho.

Se saludaron con un par de golpes y Augusto entró al auto. Esa noche iban a la casa de una compañera llamada Felicitas. Cumplía 17 años, era la más pequeña de su curso y con aquella fiesta festejaba su, según ella, “Casi legalidad”. Para ser sinceros, Felicitas había mentido que cumplía 18 solo para que vaya más gente y haya más alcohol.

–        Espero que se lleven a un par de pendejas hoy, eh? –comentó vagamente Fernando.

Los cuatros eran unos solteros bastante fiesteros, salían cada viernes y sábado de todas las semanas.

–        Yo solo vengo a tomar –dijo Ignacio –Quiero emborracharme como nunca, es la primera fiesta de alguien en la escuela.

–        Lo que venga, solo diviértanse –dijo Augusto.

El auto se fue llenando de las voces de los cuatro jóvenes con comentarios sobre la noche de la fiesta.

–        ¡Eh, hola! –dijo Santiago saludando a unos chicos de su curso.

La noche comenzaba, eran cerca de las 12 de la noche y ya habían llegado todos los invitados. En la casa había más de 200 personas, sin contar las que se encontraban en el patio trasero. La entrada de la casa no era gran cosa, era casa clásica, linda, pero sin mucho detalle. Sus paredes estaban pintadas de un color entre natural y manteca, y tenía los marcos de las puertas y ventanas en color marrón chocolate; la estructura de la casa era de dos pisos, el de abajo tenía una cocina grande en la cual preparaban tragos con alcohol, un living en el que había sillones y mesas ratonas con comida, y un comedor en el que sólo estaban las parejas haciendo sus cosas.

Trago tras trago, se fueron haciendo las 3 de la mañana. Fernando, Nacho y Augusto ya estaban bastante tomados, pero Santiago era el único que se controlaba ya que debía manejar de vuelta.

–        Eh ahí hay otra chica –dijo Santiago acercándosele.

–        ¿En serio solo vienen a eso? ¿Usar chicas para luego dejarlas? –comentó un amigo de Santiago que estaba con ellos.

–        Es divertido –dijo Ferando.

–        Es solo una chica más –dijo Augusto alejándose de sus amigos para ir a tomar a una chica.

–        Deberías hacerlo, solo diviértete, que todo te importe una mierda –dijo Nacho, llevándose una vaso lleno de cerveza a la boca.

A pesar de que habían tomado, no se veían como borrachos. El olor a alcohol se les sentía, y bastante, pero se mantenían estables y hasta ahí podían mantener conversaciones coherentes.

Augusto le dijo un par de cosas a la rubia en el oído y luego se la llevó de la mano a quien sabe dónde. Era como la quinta con la que se besaba esa noche.

Sus amigos siguieron tomando hasta que se hicieron las 6 de la mañana del día domingo. La multitud comenzaba a retirarse, algunos mojados debido a la pileta, otros arrastrándose del pedo que tenían y algunas chicas con su ropa algo rajada.

Santiago tomó de un hombro a Fernando y del otro lo tomó Nacho. No podía pararse erguido sin tambalear. Lo llevaron arrastrando hasta el auto de Santiago y lo sentaron dejando su cabeza colgar para el exterior del auto. Ignacio frotaba su espalda para que este pudiera vomitar. Cuando devolvió todo, lo metieron en el auto para que durmiera y entraron nuevamente a la casa de Felicitas en busca de su amigo.

Encontraron a Augusto besándose con una chica morena junto a una pared. Lo tomaron por la espalda y lo arrastraron hasta el auto mientras él maldecía por lo bajo; aunque no le importaba nada realmente.

Ahora creerán que estos cuatro chicos eran los típicos chicos que andan con todas y son conocidos como los rompecorazones, estilo Kian Denovan o los gemelos Whitley. Pero no eran así, en la escuela tenían sus amigos, pero no pertenecían a un grupo y tampoco eran conocidos. Les gustaba salir y divertirse, tomar y emborracharse, pero lo de andar con chicas y luego dejarlas no era lo suyo, tenían bien en claro que cuando salían besaban a desconocidas que les parecían lindas y cosas así pero nunca más que eso; lo peor era que sabían que estaba mal, sólo que querían divertirse.

Llegaron a la casa de Fernando primero y lo despertaron para que pueda entrar a su casa, ayudándolo a caminar y dejándolo dormir en el sillón.

Luego se bajó Nacho, y al final dejaron a Augusto.

Puso la llave en la cerradura y entró torpemente a su casa. Por suerte ésta solo era de una planta, lo que significaba un alivio para él el no tener que subir escaleras. Pero lo raro fue que la luz de la habitación de su madre estaba prendida. Él se acercó para apagar la luz y se topó con una madre aun despierta sentada como indio en su cama.

–        Espero que no hayas usado a ninguna chica, ni para besarla –comentó algo seria.

–        No má, buenas noches –dijo vacilando.

–        Sé que lo has hecho antes –pausó Emma –Y estoy segura de que lo hiciste esta noche. Respeta a las mujeres por más que sean unas fáciles.

Augusto abrió la boca para hablar pero fue interrumpido.

–        Primero que nada, el olor a alcohol se te siente hasta aquí, ¿qué tomaste? ¿Fernet, cerveza, vino? –dijo algo asqueada –Lo que importa no es eso, desde el viaje que realicé estoy un poco enferma y no sé qué es lo que tengo. Lo que quiero es que si me llegan a internar, o a poner medicamentos o incluso llegaría a morir –dijo con los ojos llorosos –Quiero que te cuides solo, y que sepas que te amo.

Augusto se levantó de golpe.

Sueños, más bien recuerdos, como este venía teniendo desde que se mudó a esta ciudad. No podía superar a su madre, nadie podría. Pero en este caso era diferente, porque él la había comenzado a valorar más cuando la estaba perdiendo, y desde que la perdió su vida había cambiado por completo.

Giró para tomar su celular y ver la hora, todavía no había sonado la alarma para ir a la escuela. Las comisuras de sus labios se elevaron al notar que tenía un mensaje de Clara, de ayer a la noche.

Gracias por la tarde de hoy, la pasé bien y el trabajo quedó excelente.

Al leer el mensaje, sus dientes se hicieron notar en aquella pequeña sonrisa.

Augusto definitivamente no entendía por qué se ponía tan feliz al ver que Clara lo tenía en cuenta. Ella hacía que él cambie de ánimo tan fácilmente. Lo podía poner nervioso con el simple hecho de hablarle, lo podía poner feliz sólo enviándole mensajes y lo podía volver loco con tan solo saludarlo.

Era la primera vez que una chica causaba algo así en Augusto.

Es más, le había hecho olvidar el sueño de hacía unos minutos.  

N/A: Ahi van conociendo un poco del pasado de Augusto, espero que les guste.

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