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Advertencia: El presente capítulo tiene contenido de violencia intrafamiliar que podría herir la sensibilidad de algunos lectores. Se ruega discreción y si algo no les gusta, no denuncien, leer esta clase de historias puede ser la oportunidad de que muchas otras personas hablen y pongan voz a una situación similar. L.

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CARL

¡Van a matarme, van a matarme, van a matarme!

Luego de que Tachas me deja en la casa, se queda mirando en dirección a la puerta que se abre. En su lugar, le devuelvo el caso, se lo coloco y le digo:

—¡¿Qué esperas?! ¡Vete!

—¡Caaaaarl!

La voz furiosa de mi padre de pie en la puerta observándome parece que va a echar fuego en cualquier momento.

Su suéter y su camisa están prolijamente puestos, aparentemente en cualquier instante va a ponerse a gritar o me ha estado esperando enfurecido a que llegue para la cena. Jamás había hecho esto, ¡jamás! Y de pronto no solo que llego tarde, sino que no aviso ni me he dignado a responder a los mensajes.

Trago grueso y me vuelvo a Tachas. Parece no estar muy de acuerdo con el tono que me habla mi padre.

—¿No me vas a presentar con el señor Villard?—pregunta.

—¿Qué? ¡No! ¡Ya vete, Tachas!

—¿Estás en problemas?

Pues...¡no lo sé!

—Por favor—le digo y me vuelvo a mí padre—. ¡Ahorita voy, papá!

—¡AHORA!

—Tachas, por favor, no compliques más las cosas.

—¡Qué tal, señor Villard, soy amigo de su hijo!

¡NO! ¡Qué diablos!

—¡Caaarl, entra ahora o llamaré a la policía!

Cielo santo, no, no, no. Conozco a mi padre, lo hará.

—¡No soy un criminal, señor!—le contesta.

Puedo sentir la furia de mi padre aún a la distancia.

Está que arroja chispas.

—Para mi padre sí lo eres—le digo por lo bajo.

Para mi sorpresa, él ajusta su casco y me arroja una mirada asesina, seguramente por no haberle defendido.

Es mi padre, cielos, por supuesto que no responderé en su contra.

Además, la reprimenda que me darán será monumental.

Me avergüenza un poco reconocerlo.

—Avísame si estás en peligro—me dice.

—Es mi familia, cielo santo.

—Con mayor razón—asegura—. A veces la propia familia es el mayor infierno de todos. Te quiero, Cacarl.

Sus palabras de afecto me deja helado.

Pero intento no pasarle importancia, rogando aún que no lo haya escuchado mi padre. Al menos, la distancia me tiene preservado.

Tachas enciende su motocicleta y se va. Un chico de camiseta negra, tatuajes por doquier, pantalones gastados, no tiene precisamente la pinta de una persona a quien le gustaría a mi padre que sea mi amigo.

Chicos Buenos | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora