Juventud 1

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El destino había hablado, lo que tanto tiempo se espero, finalmente sucedió. Aunque a todos pudo tomarles por sorpresa, una no muy agradable sorpresa.

Después de tal tormenta que pareció azotar a los amigos sin tregua, se instaló un silencio que más que dar sensación de la calma, dejando un sabor amargo en sus gargantas como un terrible recuerdo de alguna clase de pesadilla; no obstante, cuando despertaron a la mañana siguiente, sintieron los estragos de la inconformidad al ver que no había sido una pesadilla.

Todo había sido parte de la realidad que ahora es su vida, teniendo que resignarse a lo que eso significaba.

Una orden, un destino, un muy mal día, una separación y la sensación de vacío.

Para más de uno, despertar esa mañana, fue más difícil de lo que alguna vez lo haya sido; en un caso, algunos huesos y músculos dolían; en otro, su cabeza palpitaba como si fuera a estallar, el estrés le estaba cobrando de vuelta después de tantos días.

Por otro lado, alguien simplemente abrió los ojos con el tono de la alarma junto a su cama, no obstante, miró el techo por unos minutos aún sin querer apagar el aparato.

Grandes ojeras colgaban bajo sus ojos, anunciando una muy mala noche, llena de llanto y pocas horas de sueño.

El ruido era penetrante, pero no sé preocupo en siquiera tomar el aparato en sus manos, no necesitaba hacerlo, se encontraba solo en su hogar, por lo que ninguna queja tendría aunque la dejara sonar por más tiempo.

Es hora de levantarse, lo sabe, ya debería salir de la cama y hacer algo para su desayuno, pero no desea hacerlo aún. Está perdiendo el tiempo, hay cosas en la lista de tareas que sus padres le han dejado, no obstante, no insiste en darse prisa.

Suspira y resopla, talla su rostro más cansado de lo que ha estado en mucho tiempo. Realmente ganas de hacer lo que debe hacer, ir a la escuela, limpiar lo que le toca, tomar sus clases y estar atento a ellas, sinceramente no tiene. Tampoco se siente culpable de su falta de ganas de estar de pie el día de hoy, como el día anterior, y el anterior a ese, no tiene ganas de hacerlo.

Han pasado tres días, tres días en que más de un rostro lo evita, no le sorprende de igual manera, pero no significa que no le duela.

Si antes se escondía entre el rencor para no sentirse desesperado y entristecido por todo lo que estaba y alguna vez perdió, ahora cuando la neblina del odio parecía alejarse, más cuenta se daba de los errores que había cometido.

Sus amigos no merecían que los tratara como lo hizo por los celos que sentía por alguien que en algún momento también fue uno de ellos. Tampoco se siente orgulloso de su comportamiento, se suponía que él era el que muchas veces se mostraba maduro y controlado, no podía creer que se había dejado llevar tan lejos por tan malos sentimientos. Debió ser más maduro y cambiar el rumbo de las cosas, pero no lo hizo.

Se siente débil, culpable y miserable, sí, miserable, esa palabra que nunca antes había usado o entendido tan bien como lo hacía esa mañana.

Cuando la alarma dejó de sonar, realmente no se dio cuenta, simplemente, de un momento a otro dejó de resonar de manera tan chirriante hasta apagarse rindiéndose en lo que se suponía, debía hacer.

Los minutos pasaron, y aún no deseaba sacar ni un pie de la cama, se acurrucó entre las sábanas preguntándose si ese día podía faltar a la escuela una vez más. No quería ver a nadie, no después de todo lo que había hecho.

Cerró los ojos intentando quedarse dormido una vez más, pero como si el mundo deseara que sus deseos nunca se cumplieran, otro ruido sonó y sonó dentro de la casa.

CAMBIO DE PLANES - OMEGAVERSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora