La furia de dios

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En cuanto Levi perdió el control, todo se vino abajo. La tormenta era tan poderosa, que estaba devastando todo cuando alcanzaba con sus rayos. Isabel y Farlan, que eran los únicos que ya habían presenciado antes algo similar, se encargaron de guiar a todos, humanos y animales, hacia un lugar seguro.

Los rugidos del tigre blanco eran incluso más potentes que los truenos. Tras cada rugido, un rayo cada vez más letal impactaba la tierra. A su alrededor, árboles enteros, tan viejos como la montaña misma, habían sido reducidos a cenizas en segundos. Si no fuera porque la lluvia de antes había dejado todo cubierto de humedad, estaban seguros de que ya hubiera iniciado una gran cantidad de fuegos que no podrían extinguirse.

Mientras los relámpagos caían por todas partes ralentizando su escape, los dos grupos que antes luchaban a muerte ahora se encontraban en las mismas condiciones, tratando de mantenerse con vida sin importar si estaban corriendo junto al enemigo. Pero la violenta tormenta no hacía más que empeorar, y aunque corrían con todas sus fuerzas en su intento por ponerse a salvo, la realidad era que no estaban ni siquiera un poco más cerca de encontrar un lugar seguro.

Algunos soldados, los que estaban ya demasiado cansados como para seguir corriendo, decidieron arriesgarse a guarecerse bajo los árboles más cercanos, pero pronto se dieron cuenta de que había sido una mala idea, pues eran precisamente los árboles los que estaban atrayendo la mayoría de los rayos desde la copa. En cuestión de segundos, varios de esos hombres ya habían muerto calcinados.

—¡Dense prisa! —gritó uno de los soldados, pasando por encima de la espalda de otro hombre, que había caído al suelo tras resbalar con el barro, como si no fuera un compañero sino un simple obstáculo.

—¿Todavía no te das cuenta? —preguntó otro hombre, que ya había dejado de correr y se mantenía de pie en medio de los arbustos, esperando su fin con resignación. —No hay a donde ir. Estamos heridos y cansados, incluso si corremos ahora, ¿qué tan lejos podremos llegar antes de que los rayos nos…

Como si estuviera dándole la razón, un relámpago cayó sobre él en ese instante, causándole la muerte de forma inmediata. El horror era visible en los rostros de los humanos que, aturdidos, corrían y se empujaban unos a otros en su intento por ponerse a salvo. Los que estaban más heridos no lograban alejarse lo suficiente y, aunque algunos animales habían tomado la decisión de ayudarles, los humanos no confiaban en ellos, por lo que se encargaban de alejarlos a base de empujones pese a que eso sólo los retrasaba aún más.

En medio de toda esa conmoción, un par de animales y un pequeño grupo de humanos habían renunciado a la posibilidad de huir. Los primeros, porque no iban a dejar a su padre sólo cuando era obvio que había perdido el control. Los últimos, porque dos de sus compañeros estaban demasiado heridos como para siquiera intentar moverlos, sin mencionar que los otros dos no estaban en condiciones de cargar cada uno con el peso de otra persona. No tenían más opción que quedarse allí, donde, por extraño que pareciera, los relámpagos no habían llegado ni una sola vez.

En el suelo, Moblit se mantenía apenas consciente. Mike hacía presión en la herida de su estómago mientras intentaba no pensar en cuánto tiempo podría soportar antes de que la pérdida de sangre terminara con su vida. Nile, con un brazo roto y demasiado cansado para mantenerse en pie, se encontraba de rodillas en el suelo. La resignación era notoria en su rostro, como si hubiera aceptado que lo único que le esperaba era la muerte. 

De los cuatro, el que se encontraba en peor estado era Erwin, quien se encontraba inconsciente y respiraba con dificultad. Aunque el agujero en su costado había dejado de sangrar por el momento, sabían que cualquier movimiento podría volver a abrir la herida y, si eso sucedía, no habría forma de salvar su vida. Aunque quedarse en ese lugar, por desgracia, tampoco serviría para nada más que retrasar lo inevitable. En esa guerra que acababan de ganar, no podían sino sentir el sabor amargo de la derrota y la absoluta desolación.

La tierra de los tigresWhere stories live. Discover now