Los dioses de la montaña

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Erwin estaba aturdido. Aunque sentía que no había nada malo, saber que estaba solo le estaba provocando una creciente ansiedad que no podía explicar. Nunca antes se había sentido tan asustado por despertar solo en un lugar desconocido. Rápidamente, Erwin se levantó del suelo y miró a su alrededor en un intento por descubrir dónde estaba. La pequeña habitación estaba hecha por completo de madera. Había un par de ventanas a cada lado con hermosas vistas del bosque y una puerta entreabierta que se veía ya bastante gastada. Al frente, una mesa pequeña llena de polvo donde no quedaba nada más que algunos viejos recipientes de barro, que no habían estado llenos en mucho tiempo. Todo en realidad tenía un aspecto bastante antiguo y descuidado, aunque conservaba cierto encanto difícil de explicar.

Lo más llamativo de todo el sencillo lugar, eran las grandes estatuas que se encontraban en cada punto cardinal: una serpiente al norte, un fénix al sur, un dragón al este y, al oeste… un tigre. Sus pies lo llevaron hasta esa última estatua. Una vez que estuvo a tan sólo un paso de distancia, su mano derecha se movió por su cuenta hasta rozar la cabeza del tigre de piedra. De algún modo, sentía que no era la primera vez que lo veía, aunque podía jurar que nunca antes había estado en ese lugar. Sin embargo, mientras intentaba recordar en dónde lo había visto, el recuerdo de una conversación lejana llegó a su mente y resonó en sus oídos.

—¿Quién… quién eres tú? 

—¿Yo? Esa es una pregunta difícil de responder. Yo mismo no estoy seguro de quién soy para ti y los tuyos, aunque sí sé quién soy para las personas de este imperio. Bai Hû, Byakko, Guardián del oeste y el otoño, Dios de las tempestades... Los humanos me han dado muchos nombres, pero me reverencian de igual forma sin importar cómo me llamen. Ellos, por el contrario, me llaman Padre. Pero tú… tú puedes llamarme… 

—Levi —susurró Erwin ahogando un jadeo mientras gruesas lágrimas corrían por sus mejillas y, como si una barrera acabara de romperse, sus recuerdos volvieron uno tras otro a su mente, tan rápido que casi podía sentir la información desbordándose. Su cabeza dolía por el repentino flujo de información, pero el dolor en su pecho era mucho más insoportable. Levi había estado en el templo con él, pero ahora no había rastros de él o de que alguna vez hubiera estado allí.

Otra cosa que recordó, fue haber estado herido de gravedad, pero cuando revisó su abdomen, donde se suponía que había recibido un disparo, no había nada más que un agujero en su ropa. Su piel estaba en perfecto estado, al igual que el resto de su cuerpo, donde no quedaban ni siquiera cicatrices de su última batalla. Tras una revisión rápida, Erwin descubrió que incluso la cicatriz de su hombro, donde Levi lo había mordido en su forma de tigre cuando se conocieron, había desaparecido.

De pronto, Erwin tuvo miedo de que todo hubiera sido un sueño y Levi fuera producto de su imaginación. Sin embargo, pronto descartó la idea, pues estaba seguro de que había una explicación mucho más compleja detrás de su repentina amnesia y de su inexplicable recuperación. ¿Cuánto tiempo había estado dormido? ¿Quién había sanado sus heridas? Aunque estaba lleno de preguntas y seguía confundido, solo había una cosa que de verdad le importaba averiguar de inmediato: ¿en dónde estaba Levi?

Dejándose guiar por su instinto, Erwin salió del templo, corriendo aparentemente sin rumbo entre arbustos y ramas que arañaban su piel al pasar. Aunque no sabía hacia dónde estaba yendo, no tardó en escuchar el sonido del río, que se volvía más fuerte a medida que se acercaba, como si estuviera llamándolo. Una insoportable ansiedad se apoderó de él, formando un nudo en la boca de su estómago. Podía sentir que estaba cerca, así que corrió todavía más rápido, temiendo que, si llegara un solo segundo tarde, no volvería a ver a Levi nunca más.

Cuando Erwin atravesó una última pared de ramas y arbustos, se encontró en el nacimiento del río que atravesaba la montaña. Una impresionante cascada de unos diez metros de alto le dio la bienvenida. El agua golpeaba las rocas al caer, con tal fuerza que el sonido era ensordecedor, pero Erwin no pudo seguir admirando el paisaje por mucho tiempo, pues sus ojos se movieron de forma natural hacia la base de la cascada y se clavaron en la silueta que se encontraba allí.

La tierra de los tigresWhere stories live. Discover now