El nacimiento del guardián

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A pesar de la impresión inicial, Erwin sabía que no tenía tiempo que perder. En el momento en que estuvo junto a Levi, sacó su cuerpo del agua con tanto cuidado como le fue posible y lo cubrió con su propia chaqueta a pesar de que tenía la sensación de que no debía tocar su pulcra piel con algo tan sucio. Haciendo a un lado ese pensamiento, tomó su cuerpo entre sus brazos y se abrió camino hacia el claro, ignorando el dolor punzante que se instalaba en sus propias heridas a causa del esfuerzo mientras sentía la sangre de Levi correr lentamente entre sus dedos. Isabel y los cachorros le seguían de cerca, podía escuchar sus pisadas sin necesidad de voltear, pero ninguno hizo nada por detenerlo.

Una vez que estuvieron de vuelta en el claro, después de que Erwin ayudara a recostarle en el que antes fuera su propio lecho, Isabel se apresuró a cubrir a Levi con algunas pieles. No pasó mucho tiempo antes de que media decena de tigres se aproximaran a él para echarse a su alrededor. Erwin, quién no tenía muy claro lo que estaba pasando, de pronto comprendió, al recordar lo fría que había sentido su piel contra sus dedos, que no intentaban otra cosa que darle calor. En algún momento, entre todo el ajetreo, el comandante se había obligado a dejar de pensar; de otro modo, hubiera tenido que convencerse a sí mismo de que realmente había visto al enorme animal convertirse en humano.

En su intento por mantener su mente ocupada, se encontró buscando a los cachorros, pero verlos no ayudó mucho en realidad. Los cinco pequeños se encontraban hacinados detrás de Isabel, casi ocultos entre el espeso follaje de los arbustos.

-Todo está bien -aseguraba la tigresa-, no tienen por qué temerle a su padre.

Pero los animalitos se negaban a salir, de modo que, con una gentileza admirable, los tomó por la nuca uno por uno y los colocó entre sus patas delanteras, sosteniéndolos para evitar que volvieran a esconderse. En el momento en que tuvo a los cinco frente a ella, los empujó suavemente hasta que estuvieron a un costado de Levi. Erwin pensó que quizás obligarlos a acercarse a aquello que los asustaba no era una buena idea, sobre todo porque no hacía mucho habían perdido a su familia a manos de los hombres, pero pronto cambió de opinión pues, uno a uno, los pequeños olisqueaban a su "padre" para, inmediatamente, recostarse a su lado en total tranquilidad.

-Parece que al fin se calmaron -comentó Erwin.

-Así es, no hay forma de que no reconozcan su aroma -respondió Isabel, mirando a los cachorros con cierta nostalgia. Ahora, mucho tiempo después, aún podía recordar a la perfección la primera vez que ella y Farlan vieron a su padre con esa apariencia.

Fue poco tiempo después de que los llevara a vivir con él. Recién estaban aprendiendo a cazar y habían salido de su cueva para tratar de conseguir algunas presas para su padre, sin embargo, cuando volvieron a casa, cargando orgullosos una ardilla cada uno, se sorprendieron al encontrar a un hombre dentro. Ambos sabían que los humanos no tenían permitido estar en la montaña, mucho menos tan profundo en el bosque, pero sabían que, si había llegado tan lejos, era porque no estaba solo. Farlan e Isabel se habían puesto en guardia, justo como su padre les había enseñado, pero aquel hombre no se movía ni un poco y su expresión se mantenía tan tranquila que era como una burla al miedo que sentían. Sin embargo, en cuanto aquel hombre se aproximó a ellos con cautela, pudieron notar que olía exactamente igual a su padre.

Los pequeños se mantuvieron firmes por un momento, pero cuando los llamó por sus nombres y acercó una de sus manos a cada uno de ellos, sus caricias confirmaron sus sospechas. Su padre se había transformado en un hombre y, aunque al principio no habían estado muy cómodos con esa idea, Levi había sido muy paciente al explicarles la situación. No se había transformado antes para no asustarlos, pero lo cierto era que mantener su apariencia felina podía resultar agotador para el dios, sin mencionar que las manos humanas sin duda eran muy útiles. Les confió también que temía que los otros tigres lo odiaran si descubrían su forma humana, pero ellos lo convencieron de que eso era imposible y de presentarse ante ellos con esa apariencia. Cuando Levi estuvo ahí, delante de sus hijos, pudo verlos desconfiar; los tigres lo miraban con recelo, pero, uno a uno, se acercaron a él, lo reverenciaron y, finalmente, buscaron sus mimos. Después de todo, Levi era su padre.

La tierra de los tigresWhere stories live. Discover now