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Me despierta el olor a pancakes.

Odio que se interrumpa mi luto con cosas como estas. A como veo el sol ya un poco alto, deduzco que Mikey ya está en la preparatoria. Así que, ¿Por qué pancakes? Mi mamá me detesta por haber dejado la escuela, Mikey no está aquí, ¿entonces por qué está haciéndome pancakes?

Mi mente hace corto circuito durante todo mi viaje hasta la cocina, pero todo cobra sentido cuando veo nuevamente a aquel hombre parado frente a la estufa cocinándolos para mí.

¿Ahora iba a vivir aquí o como está la cosa? Me da cierto miedo solamente verlo a él por aquí, porque ni siquiera puedo expresarme como suelo hacerlo en mi soledad mientras estoy solo en casa. Me siento invadido, pero de nuevo, no soy lo suficientemente fuerte como para expresar mi enojo hacia otros. Así que me petrifico porque seguramente ya me vio y sería muy grosero regresarme a mi habitación corriendo, a parte de que me vería como estúpido.

Finjo muy bien mi dirección hacia el refrigerador y tomo una fea manzana, la primera manzana que vi.

- Te hice pancakes - lo escucho y aprovecho que la puerta del refri cubre mi rostro para hacer una mueca de auxilio - No sé a dónde fue tu mamá, pero se que debes tener hambre.

- Gracias - cierro la puerta y veo cómo esta poniendo dos platos sobre la mesita de madera en el centro de la cocina.

Me siento y luego de que me sirve jugo de naranja recién comprado, se sienta frente a mí.

- ¿Cómo va el brazo? - señala mi vendaje con el tenedor.

- Bien - me meto un bocado y disfruto la deliciosa e impecable masa con moras que explota satisfactoriamente en mi paladar. Me encargo de no ser tan expresivo, porque estoy trabajando en ser duro.

- ¿Ya lo limpiaste?

- ¿Mmm? - levanto mi cabeza, ¿limpiarlo?

- Me refiero a que puede infectarse la herida, hay que limpiarla para que eso no pase, por lo general... a diario - me sonríe como si yo fuera un bebé.

Da por hecho que no la he limpiado, y es verdad. Creí que no era necesario hacerlo, es decir, la venda basta. Cuando Frank termina sus pancakes y yo casi termino los míos, él se levanta de la mesa y se pierde de mi vista entrando a la sala. Minutos más tarde, llega con el botiquín de primeros auxilios que está en el baño del primer piso. Acerca la silla en la que estaba para colocarla a un lado mío y se sienta.

- ¿Ya terminaste el desayuno? - me mira y pregunta nuevamente viéndome con esa sonrisa que me hace sentir como un cachorro desamparado bajo la lluvia. Asiento.

Mi tarea de la casa es lavar los trastes desde que tengo memoria. Pero parece ser que Frank se pasó esa regla por el trasero, porque la cocina está impecable. De la nada, siento cómo toma mi mano derecha con mucho cuidado, como si fuera a romperse y me sobresalto.

- Lo siento, no quería asustarte - dice alarmado, pero aun así sin soltar mi brazo con delicadeza - voy a limpiarlo, ¿te parece bien?

Frunzo los labios y sonrío.

Frank quita los seguros que detienen la venda y con cuidado comienza a desvendarme el brazo. Cada que da una vuelta, me quedo viendo su rostro concentrado, su entrecejo está fruncido y se muerde ligeramente el labio. Tiene labios delgados, aunque creo que más delgados los tengo yo.

- Tsss ¡ah! - doy un respingo.

- Perdón - alza su mirada y capta que ya lo estaba viendo yo - lo siento - muerde su labio nuevamente con pena y regresa a lo suyo.

La herida queda al descubierto y se ve fatal como huele.

- Mira, está húmeda - señala ya acerca su rostro a ella como si intentara meterse - no debe estar húmeda porque se puede infectar, ¿bien? - asiento - ¿Qué te pasó que no hablas?

¿Qué habrá sido?, ¿Será que me da tanto miedo hablar y que nadie me conteste? Seguramente sí, es simple miedo al rechazo. Yo se que soy invisible, pero que me lo recuerden al ignorarme ya es muy distinto. Y aunque él no parezca el tipo de persona que ignore a un pobre idiota como yo, más vale no arriesgarse, porque, aun así, yo estoy en mi proceso de convertirme en una mierda.

El proceso de limpieza es doloroso, cuidadosamente pasa gasas y algodones con agua oxigenada hasta que mi herida queda seca y vuelve a vendar con el cuidado de un doctor cargando a un bebé. Una vez termina, guarda todo en el botiquín y baja nuevamente el suéter para esconder el vendaje nuevo.

Me entran unas ganas fuertes de preguntarle muchas cosas, quiero hablar con él como él habla conmigo. Me quedé pensando en su banda, en cómo conoció a mi mamá, en dónde habrá aprendido a cocinar pancakes tan buenos, ¿qué habrá hecho antes de llegar aquí? Pero de mi boca no sale nada, y eso está bien.

Debido a mi silencio, él sonríe simplemente y se aleja de mi para guardar el botiquín. No confío en mí, así que me dirijo a mi habitación sin mirar atrás y me pongo a escribir en mi libretita de bolsillo. Escribo sobre él, me doy cuenta de ello cuando plasmo sobre el papel las palabras: alma aventurera y bondadosa. Luego de releer todo, prácticamente describí la curiosidad que tanto me da al ver a aquel simple hombre.

Releo mis escritos anteriores y me doy cuenta de que apesto como escritor. Solamente hablo de mi experimentación de distintos tipos de dolor, de cómo se sentía la sangre tibia salir desbordada de mi, o de cómo se sentía estar hasta el culo de ebrio rezándole a Dios que no me llevara todavía o de cómo odio mi persona debilucha. Los escritores no son los narradores, no, no se desnudan así de sencillo. Son más listos que esto.

Ese día me la pasé acostado en mi cama, viendo el vendaje limpio y blanco de mi brazo. No supe si Frank se fue o se quedó, si llegó Mikey o mamá. Solamente me la pasé ahí, desperdiciando mi vida.

Quizás no quería solamente escribir desde la perspectiva de un suicida como si yo no lo fuera. Quizás realmente me quiero morir. Lo sé porque no tengo miedo de hacerlo. Lo sé porque no me importa lo que vaya a pensar mi mamá de mi o mi hermano, no tengo amigos, no voy a la escuela, soy un aborto andante.

Pancakes [Frerard] DONEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora